La guerra del arte sacro ha puesto ante el espejo a las cofradías. La competencia del Aliexpress pakistaní puede hacer saltar por los aires al gremio centenario de los artesanos. Tiran los precios porque lo que ofrecen los asiáticos son copias malas, de nula calidad, … un ‘made in China’ con mano de obra barata y unas condiciones laborales que presumimos vergonzosas. Pero la pela es la pela y hay hermandades que encargan a estos talleres o aceptan donaciones a sabiendas de su procedencia por el efectismo a primera vista. Y esto es más antiguo que el hilo negro, nunca mejor dicho, porque aquí todos sabemos que hay algunas que han apostado por la vía fácil: palio de recortes, muñecos en el paso como figuras secundarias -a veces hasta titulares- y un pedazo de olivo detrás al que casi se le rinde más culto que al Cristo.
La tendencia a lo efímero, al primer impacto en las hermandades, no es nueva ni mucho menos. Lo de los talleres pakistaníes no deja de ser la confirmación de la escasa apuesta por la excelencia que se lleva viviendo en el mundo de la Semana Santa desde la moda ochentera. Esto de los bordados, como ocurre con la música -hay quien graba a la banda y no al Señor-, no deja de ser como el ‘autotune’. Sólo hay que ver la lista de Spotify de las 50 canciones más escuchadas en España para darnos cuenta de que Omar Montes tiene ya más éxito que Sabina. Lo comercial prima en un mundo globalizado que se ha alejado de lo relevante, que abraza lo sublime y se convierte en imperturbable, para conformarse con lo superficial, algo que quepa en los 20 segundos de una ‘storie’ de Instagram.
Pero, como decíamos, el postureo de las cofradías viene de atrás. Lejos queda aquella época en la que las hermandades eran capaces de desprenderse de excelentes enseres para sustituirlos por otros mejores. Así perdimos joyas como el palio y el manto de la Amargura, pero ganamos otras: el conjunto actual, que pasa por ser el canon estético de la época más brillante. Al menos, en la que verdaderamente se apostó por la trascendencia y no por el efectismo a primera vista.
El caso de San Esteban fue el primer paradigma de esta tendencia, si bien el concepto es distinto al de los ‘artistas’ pakistaníes. Un grupo de hermanas formó un taller de bordados y regaló el manto a la Virgen de los Desamparados. No es la pieza de mayor calidad, ni de lejos, pero cada puntada está hecha con el amor y la dedicación a la dolorosa de Galiano. Los profesionales denunciaron aquí el intrusismo. El demonio no estaba entonces en aquellos talleres propios de las hermandades, sino en los artesanos que tiraban los precios cobrando en B o los que utilizaban moldes para hacer figuras en serie, algo que ya hacía Castillo Lastrucci, por cierto.
El debate es mucho más amplio. Hay cofradías que han preferido ‘crecer’ por la vía rápida, utilizando el efectismo de las marchas cascabeleras, con chilladores y petaladas impostadas, coronaciones a demanda, misterios comprados en la desaparecida Pichardo y, ahora, con un palio de Islamabad. Si Rodríguez Ojeda levantara la cabeza…