Estrictamente hablando, el planeta Tierra que pisas hoy no es el mismo que nació hace 4,500 millones de años. En su infancia, la Tierra chocó con otro mundo del tamaño de Marte. En lugar de destruirse, se transformó: incorporó la masa de ese cuerpo extraño, sobre todo en el núcleo y el manto, y se convirtió en el planeta que conocemos. Una investigación reciente añade otra capa de relevancia a ese evento cósmico: sin aquel otro cuerpo, llamado Theia (o Tea), las condiciones básicas para que surgiera la vida en la Tierra quizá nunca habrían aparecido.
Un equipo de la Universidad de Berna (Suiza), sostiene que, por su cercanía al Sol, la “proto‑Tierra” perdió (o evaporó) elementos volátiles esenciales para formar moléculas complejas, como hidrógeno, carbono y azufre, en apenas los tres primeros millones de años tras su formación. Si esta proto‑Tierra hubiera evolucionado sin aportes externos, probablemente hoy sería un mundo más seco y hostil para el desarrollo de vida compleja.
Si la Luna surgió del choque entre la Tierra y Theia, ¿quién puso más material?
Un estudio a 14 muestras lunares determinó que la Luna está hecha casi en su totalidad del manto de la Tierra que se liberó tras el choque de Theia.
En cambio, un cuerpo formado en las afueras del sistema solar, una región que produce rocas con abundancia de agua y otros volátiles, al mezclarse con un planeta rocoso como la proto‑Tierra en un impacto, pudo aportar la extraña riqueza química que caracteriza a la Tierra actual, incluso después de su agresivo proceso inicial de “evaporación”. Esta hipótesis coincide con otras propuestas que apuntan a un origen extraterrestre del agua, según las cuales, meteoritos helados bombardearon la Tierra primitiva y depositaron sus moléculas.
El momento en el que la proto-Tierra firmó sus elementos
En un estudio publicado en Science Advances, los investigadores midieron con precisión la desintegración radiactiva del manganeso‑53 en cromo‑53, tanto en muestras terrestres como en fragmentos de meteoritos hallados en la Tierra. Como estas rocas espaciales se formaron al mismo tiempo que el Sol y los ocho planetas del sistema solar, analizar su composición y las huellas que conservan equivale a abrir una cápsula del tiempo con información del pasado.
En este caso, calcular la edad de desintegración del manganeso‑53 funciona como un cronómetro natural que solo estuvo activo durante la infancia del sistema solar. El método revela el momento en el que los planetas dejaron de intercambiar material con su entorno y fijaron los elementos químicos que conservarían para siempre.
Los resultados muestran que la proto‑Tierra “selló” su lista química apenas tres millones de años después del “punto cero” del sistema solar. Además, su proporción de manganeso‑cromo era muy baja. Ambos datos indican que el antepasado de la Tierra era un mundo extremadamente caliente, capaz de expulsar manganeso. Como este elemento es menos volátil que otros más importantes, como hidrógeno, carbono o azufre, estos también debieron escapar.
Sin choque no hay vida
“Gracias a nuestros resultados, sabemos que la proto-Tierra fue inicialmente un planeta seco y rocoso. Por lo tanto, se puede suponer que fue solo la colisión con Theia lo que trajo elementos volátiles a la Tierra y, en última instancia, hizo posible la vida allí”, afirmó en un comunicado de prensa Pascal Kruttasch, primer autor del reporte.
Theia es el nombre del hipotético cuerpo que golpeó a la proto‑Tierra hace unos 4,500 millones de años. Según la cronología más precisa, el impacto habría ocurrido entre 30 y 100 millones de años después del punto cero del sistema solar, es decir, varias decenas de millones de años después de que el antepasado de nuestro planeta se definiera como un mundo muy seco.
Aquí va una necesaria distinción. La llegada de agua y otros volátiles no equivale al surgimiento inmediato de la vida. El agua no “produce” vida por sí sola, pero sí crea un entorno químico y físico mucho más favorable para que aparezcan las primeras moléculas y, con ellas, los procesos biológicos que fundamentan las células. En este sentido, Theia montó el escenario, pero no encendió la chispa.