En agosto no ha faltado quien nos envíe imágenes de salidas o puestas de sol. Madruga en la montaña o se acuesta en la playa para participarnos sus emociones ante el paisaje. Todo turista reporta su éxtasis en tal o cual desierto, piélago griego, palmeral caribeño o fiesta de pueblo.
Éxtasis, del griego ekstasis, es estar fuera de sí por un estado personal de plenitud. No es delirio, alucinación, ni necesariamente unión mística. Hay el éxtasis ante un cuadro de Rothko, el de la madre con el bebé dormido en sus brazos o el de quien se estremece en Bayreuth escuchando a Wagner. Este pasado agosto yo presencié dos sujetos en estado de éxtasis.
Este pasado agosto yo presencié dos sujetos en estado de éxtasis
Uno fue en Saint-Denis, cerca de París. Costó aparcar. Llovía cuando nos dirigíamos al gran estadio de fútbol. Presté mi plegable a Marta y Casilda y yo recogí del suelo un cartón para cubrirme. Pese al chaparrón, Angus Young, el guitarrista de AC/DC, avanzaba por una pasarela tocando ante 100.000 espectadores. El sonido era atronador y el hombre –70 años, menudo, canoso– transitaba ufano sobre el escenario con su guitarra. Subido a una plataforma tocó un soberbio solo de media hora (High voltage, 50 años ya). Imparable, pleno de sudor, le hablaba a la guitarra y animaba con gestos al público. Un artista en estado de éxtasis.
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El otro caso fue días antes en Salinillas, una aldea de la Bureba entre campos de trigo, donde nació mi abuela. Hace calor y estoy sentado junto a mi madre (98) en el exterior de un viejo caserón. En la quietud del mediodía solo se mueven las golondrinas, algún avión en lo alto y la cola de un caballo blanco en el monte que ahuyenta las moscas. Los vecinos, viejos pastores, no salen de casa. Solo se acerca Isidro (84) con unas patatas; ayer trajo huevos. Luego desaparece. Al anochecer salgo a dar una vuelta por la iglesia, abandonada. Veo de pronto a Isidro como un aparecido, sentado en el huerto contemplando su cosecha: patatas, cebollas, judía verde, habas. Me siento a su lado; huele a tierra mojada y a las tomateras justo delante. “Siempre –dice sin mirarme– vengo a esta hora y me quedo un rato… ¿Qué te diré? Me gusta más eso que ver la catedral de Burgos”. En ningún momento ha apartado los ojos de sus plantas.
Este hombre, que vive solo, tiene cada noche su momento de éxtasis ante el huerto. Luego cenará un par de huevos fritos, una rebanada de hogaza mal cortada y un melocotón que ha visto madurar en su huerto. Isidro, como Angus, será anciano sin haberse hecho viejo.