En abril del 2020 escribía un artículo en este diario con el mismo título que el de hoy: “¡Europa, despierta!”. Y si en aquel momento la propuesta tenía casi un sentido de aviso previsor teniendo en cuenta lo que dominaba el panorama sociopolítico, ahora el tono es de alarma, casi de angustia. El mundo nos ofrece un escenario dominado por tendencias autocráticas o totalitarias, con confrontaciones no simplemente ideológicas sino claramente belicistas, con unos parámetros que se alejan de los valores de la libertad, la paz, la democracia y el reconocimiento de la diversidad como elemento enriquecedor del progreso de la humanidad.
Y Europa, en ese escenario, pierde peso; va camino de asumir una triste irrelevancia. No solo nos maltrata Rusia, también nos ignoran China y sus nuevos aliados, con el agravante del desprecio imperialista de unos Estados Unidos que solo contemplan a la Unión Europea como un servidor, al que quieren dócil y sumiso, de sus ambiciones. Y a ello se añade la división interna entre los europeos, con aparición de euroescépticos, discípulos no confesos del trumpismo, y por lo tanto más próximos a una Europa alejada de sus orígenes y de su razón de ser.
La polarización, la radicalidad como vehículo de expresión de las diferencias, arrincona el diálogo, el compromiso colectivo; parece más importante aniquilar al adversario que buscar los terrenos de coincidencia. Europa necesita construir, y en cambio se ha instalado en el destruir y destruirse como objetivo.
¡Europa, despierta! ¡Reacciona! Ya no hay excusas; todo es demasiado evidente. Europa ha construido el espacio de libertad y bienestar más importante del mundo. Ahora, nuevas dificultades lo hacen más complicado de mantener y avanzar. Pero hay que hacerlo; sin esa ambición no hay nada más que miseria, empobrecimiento colectivo, pérdida de libertad, el autoritarismo que abre las puertas al totalitarismo más depredador. Evitarlo justifica –casi impone– un fuerte acuerdo democrática de todos los que, pese a las discrepancias, hacen de los valores de Europa la base de su programa político.
Necesitamos rehacer las bases de una democracia que respete e integre las diferencias
El odio que sustituye el reconocimiento de la discrepancia es todo el contrario de lo que el europeísmo quiere representar y servir. Y que quede claro: al margen del europeísmo y la pluralidad solo está el abismo. Hay que luchar por hacer frente a lo que el trumpismo representa, pero para eso habría que luchar simultáneamente por rehacer el espíritu europeísta. Hablamos mucho de los aranceles de Trump, pero nos olvidamos de los aranceles aún vigentes en el interior de la UE. La unidad no se escribe sin solidaridad, ni sin consenso, ni sin pacto. Y las posiciones de los que desean el exterminio del adversario político son incompatibles con los valores europeístas.
Ucrania es un tema europeo. Y Gaza también. El papel del futuro de Europa se juega, a la vez, en esos dos frentes. Para Trump no es el tiempo de la defensa; es el tiempo de la guerra. Para Europa es el tiempo de la paz como expresión de libertad. Y en ese sentido hay que valorar el papel de Gran Bretaña, que se acerca a Europa –pese a no estar en la Unión– cuando países europeos se alejan. Y, por lo tanto, hay que valorar el acercamiento que España y Gran Bretaña protagonizan. Sus gobiernos están en crisis, pero sus adversarios internos lo denuncian con el entusiasmo de un escepticismo europeísta que da miedo.
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Relanzar Europa sería tanto como relanzar los países que se lo propongan. La Inquisición, aquí, nos alejó de Europa; ahora podría hacerlo de nuevo. Despertamos aquí para servir a Europa, pero también para no perder el hilo conductor de la trayectoria democrática iniciada en el 78. Europa, entonces, era una referencia. Ahora es nuestro proyecto, y, por lo tanto, también somos responsables. Y no podremos relanzar Europa si lo que nos domina es la destrucción interna. Necesitamos rehacer las bases de una democracia que respete e integre las diferencias. Que busque cohesión y no confrontación. ¿Muy difícil? Quizá sí, pero absolutamente necesario.
Europa, despierta; y cada uno de nosotros también.