La plaza del convento de las capuchinas de Córdoba estaba atestada de gente esa mañana del 25 de abril de 1926, a juzgar por las fotografías que publicó ‘Blanco y Negro’. El nuncio de Su Santidad, acompañado del obispo Adolfo Pérez Muñoz y de … las autoridades civiles, militares y religiosas, felicitó al escultor Lorenzo Coullat Valera por su obra y «con toda solemnidad» bendijo el monumento al obispo Osio (256-357), el prelado cordobés que jugó un papel clave en el Concilio de Nicea.
Fue considerado santo durante tres siglos y aún lo es para la Iglesia ortodoxa, pero fue retirado del calendario litúrgico en el siglo VII por sospechas de haber comulgado en sus últimos días con la herejía arriana. Si el joven informático italiano Carlo Acutis ha sido elevado a los altares menos de veinte años después de su fulminante muerte por leucemia, con apenas 15 años, la diócesis cordobesa aspira a que Osio recupere su santidad perdida nada menos que diecisiete siglos después de su fallecimiento, cuando ya era centenario.
«Fue San Isidoro de Sevilla quien, de un plumazo, lo eliminó del Santoral, que sí lo mantiene en Oriente el 27 de agosto», narraba Pilar García-Baquero en estas páginas en 2013. En aquel octubre se celebró en Córdoba el congreso internacional ‘Un siglo de Osio’, que reivindicó la figura del obispo de la Bética romana y consejero del emperador Constantino. Según señaló su comisario Antonio Javier Reyes, profesor del Instituto Teológico San Pelayo, no se podía juzgar a una figura tan emblemática como Osio –impulsor del Edicto de Milán, que otorgó libertad de culto– por lo que escribieron los arrianos de los últimos meses de su vida. Estas fuentes interesadas contaron que a sus 101 años, durante su destierro en la ciudad de Sirmio, firmó un credo arriano, considerado herético porque Arrio negaba la naturaleza divina de Jesucristo.
Para correr ese velo de sospecha y proyectar luz sobre su vida, se reunieron en Córdoba una quincena de expertos de España, Italia y Estados. «Osio no fue un mártir, pero tampoco un hereje«, defendió el entonces obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, que hace más de una década pidió a la Santa Sede devolver la santidad a su antecesor, convencido de que no firmó aquella declaración o, si lo hizo, fue por coacciones del emperador Constancio II, simpatizante del arrianismo, cuando se hallaba en el destierro en situación de hambruna y posiblemente no en plenas facultades mentales. Estudiosos como el profesor Reyes o Juan José Ayán, autor de una biografía sobre Osio, explicaron en el congreso que tras su muerte, una secta conocida como el ‘cisma luciferiano’ enturbió su memoria con un escrito que le acusaba de valedor de la facción arriana y que San Isidoro de Sevilla tomó por cierto.
La estatua de Osio de Córdoba, obra del escultor Coullaut Valera, en la actualidad y el día de su inauguración, junto a otra conocida imagen del obispo
Antonio María Rouco Varela, que fue arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, afirmó en 2013, sin embargo, que «Osio fue testigo apostólico y valiente del Evangelio«. Para el historiador Juan José Primo Jurado, director del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, es un «símbolo para Córdoba y el mundo» porque «fue obispo de la diócesis en las duras persecuciones a los cristianos de finales del siglo III y alumbró una era que acabó con ellas».
El Vaticano abrió en 2019 la puerta a devolver la santidad a Osio, al admitir a trámite la petición del obispo Fernández, y este enero Luis Miranda informó de que la Santa Sede había respondido afirmativamente a la solicitud para su canonización. «Se ha dado uno de los últimos pasos para que se le vuelva a venerar como San Osio de Córdoba y que incluso se pueda celebrar su fiesta«, señaló la diócesis cordobesa, esperanzada en que le sea devuelto el culto en 2025. Este año se celebra el 1.700 aniversario del Concilio de Nicea «en el que se definió, por impulso de Osio, el llamado ‘Credo largo’ y que dejó un legado muy importante para el cristianismo», explicaron desde la sede cordobesa, hoy encabezada por el obispo Jesús Fernández González.