Ser más feliz a los 60
Me considero una persona que vive bastante de la expectativa, para lo bueno y para lo malo. Sufro por adelantado antes de que las cosas pasen (si el overthinking tuviera nombre de persona llevaría el mío). Y vivo de la ilusión, disfrutando casi más de los días previos a las vacaciones o de un jueves cualquiera cuando sé que el fin de semana está por llegar. Cuando supe que según un estudio de Harvard –‘el más largo del mundo sobre la vida adulta’, rezan sus directores– confirmó que el pico de felicidad máxima sucede a los 60, me consolé pensando que ya llegaría mi momento. Que solo me quedaban 20 años para ser una mujer que haya aprendido a soltar lastre, a decir que no, a priorizar su bienestar y a tener una autoestima más sana. Total (pensaba para mí misma) lo dice la ciencia y lo dicen los psicólogos. Y también muchas mujeres de esa edad a las que admiro, como Pino Montesdeoca, que me contó durante una entrevista: “He aprendido a decir no a cosas que antes decía que sí. Pero también he aprendido a decir que sí a cosas a las que antes decía que no por pudor. Me siento más ligera porque me he quitado lastre en ese sentido”.
La selectividad socioemocional
Que a medida que envejecemos aprendemos a disfrutar más es una realidad. Más allá de la experiencia personal, todo esto tiene explicación psicológica. Tal y cono me explica la psicóloga Marta Calderero, directora del centro de psicología virtual PERSONALIFE Style, se llama selectividad socioemocional y consiste precisamente en que a medida que nos hacemos mayores “tomamos conciencia de lo que ha sido nuestra vida, nuestra historia vital… y de que el tiempo es limitado. Es ahí donde la mente y el proceso de reflexión personal hacen que prioricemos lo realmente importante. Dejamos las presiones externas o sociales que nos han movido cuando éramos jóvenes y ponemos el foco en disfrutar, en centrarnos en nosotros, en la calidad de las relaciones, en los hobbies a los que no habíamos dedicado tiempo… Eso nos lleva a ser más auténticos”, afirma. Y en el caso concreto de las mujeres, este sentimiento se intensifica, hay una sensación de plenitud y mejor autoestima precisamente porque esta toma de conciencia está asociada a un cambio de comportamiento.
A los 60, a la experiencia de vida se suma otra realidad: nos damos cuenta de que nos queda menos tiempo por vivir del que ya hemos vivido (salvo que vayamos a vivir 120 años). Y eso en cierta medida nos lleva a cambiar de actitud y, como dice Calderero, a ser más auténticos. “Se aprende a poner límites porque sabemos que nos queda menos tiempo y queremos disfrutarlo, poniendo la energía en lo que nos hace feliz y nos hace sentir bien”, añade. Y sí, eso es maravilloso, sobre todo si pensamos aquello de ‘más vale tarde que nunca’.
Empezar (mucho antes) a soltar lastre
Pero la moraleja de todo esto, al menos la mía, es que esta realidad no debería ser una excusa para seguir viviendo la vida a los 20, a los 30, a los 40… como si fuera infinita. Creer que dentro de muchos años tendré mi momento (porque entonces sí, ya habré aprendido) me ancla a seguir viviendo en piloto automático, a veces como si un león me persiguiera. Total (me vuelvo a repetir): ya llegarán los 60, la jubilación, la sabiduría de vida… y entonces sí que sabré disfrutar de todo y cuidar mi bienestar. Pero no debería ser así. Marta Calderero interpreta los datos de estos estudios “como una invitación a no posponer esa conexión con uno mismo ni el hecho de dar prioridad a nuestra vida. No hace falta esperar a los 60 para vivir así”, señala. E insiste en practicar el autocuidado funcional porque conectando con uno mismo se puede conectar con los demás. Esperar a que llegue una edad determinada para sentirse liberada de ciertas cargas emocionales para vivir mejor, no debería ser el camino.
Es cierto que en pleno apogeo de la crianza o de desarrollo de la vida profesional, es fácil caer en el bucle de la vida x2, esa en la que como si fuera un audio de Whatsapp que pones a velocidad rápida para no perder tiempo, decides vivir varias vidas a la vez en solo 24 horas. Nos metemos de lleno en el ‘acelerón’ por querer llegar a todo. Y claro que llegamos. Con esfuerzo, sudor y lágrimas. Pero con poca (o nula) calidad de vida. Por eso no quiero esperar a que la vida por sí misma me libere de ciertas cargas, sino a ser yo misma quien lo haga. Se trata de poner energía en lo que me gusta hacer (y no solo en lo que debo): reír más, leer más… Buscar tiempo para mí sin sentir que eso es egoísta. Decir no pero también sí a cosas nuevas. Dejar de buscar la aprobación de los demás. Asumir que no se puede gustar a todo el mundo. Dejar de compararme. Analizar lo que me suma y lo que me resta. Cuidar a las personas que quiero. En definitiva, como dice Calderero, se trata de vivir siendo y no solo estando para estar (valga la redundancia) en donde quiero estar. Justo en este momento.