Resulta complicado para todos los que, como Simón, han sido hijos de aquella generación que vivieron su juventud inmediatamente después del fin del Franquismo no identificarse con la historia que se cuenta en Romería. España bullía; los jóvenes y las drogas, con todas sus consecuencias, también. Pocos de los que frisan los 40 no han tenido una experiencia familiar próxima de algún modo a la de Marina. “[Simón] me gusta porque me resulta cercana y cálida siempre, y eso que habla de cosas tan dolorosas como son las heridas familiares. Me encanta que hable de forma tan directa de la vergüenza y de la deshonra, o del maldito ‘qué dirán’, que tanto daño nos ha hecho a tantas personas”, reconoce Aller.
Por primera vez en su filmografía, Carla Simón traslada la acción de su película desde Cataluña al otro extremo de la península. Galicia y más concretamente Vigo y otros puntos de la provincia de Pontevedra fueron los escogidos para rodar tras un exhaustivo proceso de localización del filme. Raquel Piñeiro, periodista y escritora, nació precisamente en la ciudad de las Rías Baixas en la que vive la familia de la protagonista. El retrato de Simón ha gustado, sí, pero quienes viven precisamente donde sucede la acción lo ven de un modo muy distinto al resto.
“La película me ha encantado, pero creo que tiene una parte de romantización y exotización de lo gallego. Su mirada se nota que es una ajena, cosa que es totalmente comprensible porque la protagonista es catalana, pero por momentos mira a los gallegos como si fuesen los masai saltando”, reconoce divertida a esta cabecera. “Una crítica que se le ha hecho es que no muestra una Galicia de postal y no estoy de acuerdo. Salen Vigo y las Islas Cíes como si la película estuviera patrocinada por el patronato de turismo de las Rías Baixas. Eso me genera ciertas dudas con la película. Escenas como la pareja cuando se enrolla sobre las algas, en la ensoñación de los padres, me parece que pone la nota demasiado en lo telúrico y lo terrenal, en Adán y Eva”, continúa. “Vincular eso con el territorio me parece que viene de una visión que percibe el pueblo como un lugar más atrasado, más primario, un paraíso terrenal más lejos de la civilización. Cosa que en la Cataluña civilizada y cartesiana no sería posible. Ahí se vuelve a notar la mirada ajena”, apunta quien curiosamente también vivió en Cataluña durante más de una década.