Entro en la librería Documenta para comprar el nuevo poemario de Valentí Puig, Llum enemiga. Cada vez que Valentí publica un poemario dedico algunos días a ir de librería en librería y comprar todos los ejemplares que encuentro: pero no compro todos los de Documenta, … La Casa del Libro o La Central, sino que compro uno en cada una, y al día siguiente vuelvo a hacer la ronda. Pago siempre en efectivo. No quiero ser descubierto como un fan obsesivo: mi objetivo es que la editorial tenga la sensación de que la buena poesía –es decir, la poesía– tiene todavía un público y que continúe pagando a Valentí para que no deje nunca de escribir poemas.
Y en la primera parada del día, en la librería Documenta, me encuentro a mi querido Carlos González, jefe de gabinete del concejal de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, Xavier Marcé. Nos vemos poco con Carlos, menos de lo que yo querría, pero le tengo un gran afecto desde hace muchos años.
Veo a Carlos con cara de preocupado, o más bien de ansioso, y lo voy a saludar y no es que no me salude, o que me rechace, pero se alegra poco de verme y enseguida me dice: «es que necesito un libro y no lo encuentro». Y cuando le pregunto cuál, balbucea algo incomprensible e insiste, como si le costara un poco respirar: «es que lo necesito, pero no lo encuentro».
—Dime cuál y te ayudo.
—Es que es una historia muy larga,
—Bueno, pero tendrá un título.
—Es que es muy fuerte lo que me ha pasado. Hasta me da vergüenza explicarlo.
Habla conmigo pero mirando a la dependienta y cuando queda libre se pone delante de ella, como si fuera un defensa, marcándola, y con voz de yonki le pide ‘Las máscaras del héroe’, de Juan Manuel de Prada. Documenta no tiene ‘Las máscaras del héroe’. Documenta, Documenta.
—Si quiere se lo pido.
—No, no, es que no es que quiera o no quiera, es que lo necesito ahora.
Carlos no está bien. En serio. No está haciendo comedia. No está bien por motivos que parece querer explicarme pero que no soy capaz de comprender. Compro mi ejemplar de ‘Llum enemiga’, le digo que él compre otro con su tarjeta, para comprar dos pero sin dejar el mismo rastro, y aunque tampoco entiende por qué se lo pido lo hace sin decir nada, porque lo que quiere es irse rápido a otra librería en busca de su dosis, y me ofrezco acompañarle a La Central, a ver si tenemos más suerte y por el camino me explica por qué está tan angustiado.
—Yo es que estaba en Begur y no soportaba a Juan Manuel de Prada. No sé por qué, pero me caía mal.
—Carlos, pero si Juan Manuel es fantástico.
—Ya, pero yo estaba en Begur y me caía mal —me dice mirando al suelo mientras habla, y girando la mirada hacia mí al hacer las pausas como para cerciorarse de que le entiendo—, y fui a cenar con Jaume Boix Angelats, que hasta hace poco, por lo visto, tampoco lo soportaba, y me dijo que no podía pasar ni un minuto más de mi vida sin leer ‘Mil ojos esconde la noche’, y me lo dijo de una manera muy directa, más que como una recomendación, como una exigencia. E incluso más que como una exigencia: como una acusación por no haberlo leído todavía.
—Pero tú has pedido ‘Las máscaras del héroe’.
—Sí, bueno, claro, porque ésta cena con Jaume fue a principios de agosto, y yo que conste que no le hice caso. Es decir, sí, me sorprendió que me lo dijera, y cómo me lo dijo, pero no le hice caso porque oye, yo en verano leo mucho, este verano he leído 14 libros, pero me cuesta mucho leer a autores que me caen mal.
Lógicamente renuncio a preguntarle por qué le cae mal Juan Manuel y él continúa explicando:
—No hice caso a Jaume pero al cabo de pocos días fui a otra cena en el Ampurdán y otro amigo me dijo lo mismo y con el mismo tono casi amenazante de Jaume. Y a la semana siguiente, otra cena, y otra intimidación, y me rendí. No quería rendirme pero mucho menos ir a una cuarta cena y que me volviera a pasar lo mismo, de modo que de bastante mal humor cogí el coche, bajé a Barcelona en pleno mes de agosto, que nunca lo hago, y compré el libro, que de hecho son dos, dos volúmenes de 1.500 páginas, aunque esto no me sorprendió porque ya me lo habían advertido.
—Bueno, ¿y qué?
—Nunca más voy a dejar de leer a nadie si me cae mal. Nunca más, te lo prometo.
—Pero es que además esto de que te cae mal Juan Manuel no es verdad.
—¿Tú lo conoces?
—Sí, sí.
—Es que empecé a leer su libro y no podía parar, la descripción de todo era extraordinaria, y aunque es ficción es verdad, y yo he estudiado Historia, y sé perfectamente de lo que habla; y qué bien escribe, y cómo retrata lo hijo de puta que es el protagonista, tan sibilino, tan malvado. ¿Pero tú lo conoces?, porque ahora me fascina, de verdad, y me gustaría conocerlo, es que quiero ir a Madrid cuando sea, cuando él diga, y poder tomar con él un café. ¿Pero tú crees que querrá perder el tiempo con alguien como yo?
—Claro, Carlos. Yo lo conozco, estará encantado.
En La Central tampoco tienen ‘Las máscaras del héroe’. Pero tienen cuatro ejemplares de Llum enemiga y entonces compro dos en efectivo, otro con la Revolut que utiliza mi hija y el cuarto lo vuelve a comprar Carlos. Procuro no hacer ostentación de mis ejemplares aunque me cuesta nada me hace sentir más orgulloso –y más chulo, de la misma chulería con que otros presumen de coche o de chica– que ir por la calle con seis Valentí Puig. No los llevo en una bolsa. Los llevo en la mano, para que todo el mundo los vea. Pero los llevo en la mano de fuera, para que no rocen con el cuerpo de Carlos y le obliguen a recordar que él lo suyo todavía no lo tiene. Vamos a La Casa del Libro y al fin encontramos las máscaras. «Pero sólo queda uno», dice Carlos preocupado. «¿Cómo puede ser que sólo tengan uno?», y lo compra y no lo abre como para empezar a leer precipitadamente, pero lo sujeta fuerte y con las dos manos, como para evitar que se le escape.
—Cuando terminé ‘Mil ojos esconde la noche’ empecé a leerlo todo sobre de Prada y ayer por la noche me di cuenta de que este libro tenía una precuela, ‘La máscara del héroe’, pero cuando me di cuenta era demasiado tarde y he bajado esta mañana.
Juan Manuel de Prada va a conocer esta historia al mismo tiempo que los demás lectores. Hemos intercambiado algún mensaje pero no es verdad que le conozca, aunque estoy seguro de que estará encantado de recibir a Carlos. Valentí Puig ha escrito y escribirá poesía porque no puede dejar de escribirla, aunque le paguen una miseria o no le paguen. Yo he venido al mundo a dar esperanza y aunque me fascina lo novedoso y pienso que vivo en el mejor tiempo posible, me duele, me hiere, me mata ver cómo lo que amo se va alejando y sólo quedan entre el polvo las figuras del fantasma.