Llena de valor y pertinencia. Así fue la visita de los alcaldes de Medellín, Federico Gutiérrez, y de Cali, Alejandro Eder, a Washington. Por razones válidas, o sin ellas, se corrieron los demás (Bogotá, Barranquilla y Cartagena), con quienes el viaje estuvo inicialmente planeado.
Desde luego, cinco alcaldes habrían tenido mucha visibilidad. Aun así, a los visitantes los recibieron de lujo en su visita. Hoy están llenos de demandas y derechos de petición, por la ridiculez dizque de “haber usurpado funciones presidenciales” de Petro, quien se proclama “jefe” de los alcaldes.
En EE. UU., Gutiérrez y Eder se reunieron, en una agenda bipartidista, con los que son. Y fueron a lo que fueron: a subrayar los grandes problemas creados por el narcotráfico en sus ciudades y a dibujar el panorama que nos dejaría una descertificación.
Expertos aseguran que no habría motivos para que con 300.000 hectáreas de coca sembradas, ya con cinco cosechas al año y con muy poca reducción, al país le certifiquen su lucha. Es evidente que los sacrificios que ha pagado nuestra Fuerza Pública son inmensos y dolorosos. Histórica gratitud. Pero que la canciller Villavicencio salga a cobrar tantas vidas como prueba de la lucha contra el narcotráfico tiene un peligro: que los méritos para que nos hagan un reconocimiento se vuelvan directamente proporcionales a las vidas que entregue nuestra Fuerza Pública. Macabra ecuación la de que entre mayor sea el número de sus miembros sacrificados en esta lucha, más meritorios seremos como país.
Equivocadísimo. No debería haber una sola vida perdida. La batalla se debe medir con resultados fácticos de la disminución de cultivos (¡hoy hay 300.000 hectáreas, cuando bajo Pablo Escobar había 40.000!) y no diciendo mentiras como que estamos “cumpliendo las metas”, lo que le escuchamos a la canciller. Si hay más coca, lo lógico es que haya mayores interdicciones. Típica fiesta de la manipulación de cifras en la que vive este Gobierno.
Así se “revienten de rabia” los antiimperialistas por la preocupación del país, en pocos días nos enfrentaremos a tres escenarios. Que nos certifiquen, ¡ojalá! Que nos certifiquen con condiciones… O que nos descertifiquen con duras sanciones. En vista de que Petro estará hasta agosto, las consecuencias de la descertificación alcanzarían a afectar al próximo gobierno, que requerirá todo el apoyo para corregir el modelo de lucha antidrogas. Si hay descertificación, ojalá sea ‘light’ o ‘soft’, porque podrían verse afectados gravemente los créditos de la banca multilateral, las condiciones comerciales y los programas de asistencia económica, social y de seguridad, además de ocurrir mayor debilitamiento de los programas de erradicación.
Ninguna preocupación sobra. Nuestro embajador en Washington, Daniel García-Peña, se mueve en su oficio. Pero un profesional de la diplomacia agradecería, en lugar de quejarse agriamente como si le estuvieran corriendo la silla, que a través de alcaldes del país le llegara ayuda para ahuyentar el fantasma de la descertificación. Como si le conviniera políticamente para victimizarse, este gobierno no demuestra haber trabajado lo suficiente en evitar tan adverso escenario, seguramente bajo la narrativa de no “arrodillarse” ante el imperialismo.
En vista de que Petro estará hasta agosto, las consecuencias de la descertificación alcanzarían a afectar al próximo gobierno, que requerirá todo el apoyo para corregir el modelo de lucha antidrogas
En los círculos de Washington se ha hecho célebre el desdén con el que Petro interactúa en las reuniones con representantes de ese gobierno. Está viva la reciente imagen del tarimazo con presos prestados en La Alpujarra. Y hasta se comenta, anecdóticamente, la conocida proclividad petrista a “regarse corporalmente” sobre los sillones. El subsecretario de Estado, Cristopher Landau, está al tanto de que este gobierno amenazó con no dejarlo aterrizar en el país en su más reciente visita. El director de la Policía y el comandante de las Fuerzas Militares fueron enviados de afán esta semana a Washington para reforzar la tarea de García-Peña. Pero vamos a la ‘realpolitik’, acuñada por Bismarck y aplicada por Henry Kissinger en la estrategia exterior de EE. UU.: así a Petro le conviniera que nos descertifiquen, lo que suena absurdo, al país desde luego que no.
Espere lo que nos espere, tal como fueron a plantear los alcaldes Gutiérrez y Eder, ojalá EE. UU. no deje de apoyar a nuestras Fuerzas Militares y de Policía, que no se aprieten las condiciones comerciales y tampoco las ayudas sociales ni la colaboración contra la explotación sexual infantil.
El panorama de una descertificación es uno de los escenarios más adversos que enfrenta Colombia diplomáticamente, pero no el único. ¿Qué tal ahora la alerta lanzada por la Unión Europea sobre la violencia que enfrenta Colombia? Nuestro Presidente amenaza a los “parlamentarios europeos de derechas” con que consideraría renunciar a su nacionalidad italiana.
¿Puede el Presidente colombiano, por cierto, ser al mismo tiempo ciudadano italiano?
MARÍA ISABEL RUEDA