Siempre me molestó esta expresión en el famoso aria del Toreador en la Carmen de Bizet, por considerarla un tanto rimbombante y tópica, pero esta vez encajó perfectamente a lo largo de esta tarde de Dax. José Fernando Molina y Juan de Castilla, cogidos … hace pocos días en la vecina Bayona – este último de gravedad -, reaparecían al lado de Esaú Fernández ante toros de Robert Margé de mucho respeto en cuanto al trapío, encastados, de bravura variada y con complicaciones por su falta de humillación en algunos casos, y por sus embestidas desordenadas los tres últimos. Lo dicho: el valor fue el protagonista de todo el festejo, marcado además por momentos de susto; una cogida en toda regla de Esaú Fernández en su segunda porta gayola, lo que no le impidió dar una larga en tablas al recuperarse inmediatamente, un revolcón propiciado por el sexto al subalterno lidiador, no atendiendo a su capote y viniendo a por él, y varios tropezones sufridos por los toreros ante caras sueltas de astados avisados, que se reservaban al discurrir las faenas.
El público de Dax, generalmente alegre y serio a la vez en este ciclo Toros y Salsa que cierra la temporada de la ciudad termal, siguió con respeto los acontecimientos. Ovacionó la salida del colombiano Juan de Castilla a su primer oponente, y aplaudió con fuerza el detalle que tuvo Esaú Fernández de brindar la muerte de su toro a sus compañeros rescatados de las cogidas de Bayona.
En sus comparecencias el sevillano Esaú Fernández demostró su oficio y la amplitud de su repertorio, con la preocupación de sacar de sus toros la mejor calidad de sus embestidas. Lo hizo con el primer Margé, colocándole de largo para el caballo, en la segunda vara desde el tercio de toriles, instrumentando series redondas con las dos manos y rematando la faena con ligazón ojedista y luquecinas. Tuvo que aplicar mucha habilidad para mantener en el engaño su segundo oponente que tendía a marcharse, y el conjunto del público, aunque respetuoso, no percibió el mérito.
La tranquilidad con la que se presentó y actuó Juan de Castilla no permitió adivinar cualquier merma de facultades. Para más inri inició su primera faena citando de rodillas y desde los medios su toro que estaba en las tablas, enlazó unas muy dignas series con la derecha, y terminó otra vez de rodillas con manoletinas antes de cortar la oreja de la tarde después de una buena estocada. Con el quinto, corretón, sin humillar y defendiéndose, poco se podía hacer sino mantenerse en el sitio para sacar los pocos pases que cabían. La estocada muy hábil y contundente le valió la ovación y la vuelta.
También se ganó el respeto de los aficionados de Dax el albaceteño José Fernando Molina por la seriedad de su lidia con su primer toro que no tardó en reservarse y en protestar en los remates de los pases. En el sexto, todavía más reticente, logró alargar algunos pases, propiciando dos o tres naturales muy amplios y rematados. Una faena muy valiente de verdad, que no valoró del todo gran parte del respetable, como en el caso de Esaú Fernández.
Una tarde donde el mérito humano de los toreros, y la emoción despertada por éste, predominaron sobre los logros artísticos.
14 de septiembre: Y fin de fiesta en todo lo alto
Cinco orejas y rabo, dos toros de vuelta al ruedo y sendas salidas a hombros son el saldo de este mano a mano para el recuerdo de Daniel Luque y Clemente con toros de Santiago Domecq, de alta casta y bravura en el conjunto. ¿Quién dice que el público francés no suele levantarse de sus asientos y gritar con oles ensordecedores? Los aficionados de Dax se prestaron a ello durante toda la tarde, y despertaron, por el sueño torero que se apoderó del ruedo, de su – a veces- medida admiración. Ovacionaron con fuerza la despedida del alguacil después de cuarenta años de buenos oficios, y hasta algunos alardes de los clarines y timbales que amenizaron este cierre de temporada al lado de varias bandas, pues esto era el ciclo Toros y Salsa, con la música de protagonista.
Como era de esperar Daniel Luque, actualmente el torero consentido de esta plaza, sentó cátedra sin prisa y sin pausa. Con sus doblones iniciales al hilo de las tablas, y su manera de conducirlas con la muleta, dio ritmo a las embestidas del primer toro, que no lo tenían al principio, y concluyó con una gran estocada cortando oreja. Su oficio resultó verdaderamente imponente con el tercero, que se embarcaba con cabeza humillada en los engaños, pero con arrancada corta y cierta brusquedad. A ese toro un tanto protestón Luque le marco cada vez más las salidas con sus cambios de mano,hasta fijarlo con un pase del desdén. Luego le llamó moviendo los dedos de manera confidencial para invitarle a la confianza, y de su paciencia con el animal surgió su maestría en plena luz. Remató la faena con luquecinas imperiales y propiciando una estocada en los medios. Como el toro aguantó de pie, Luque hizo el gesto de tirarle al suelo su muleta para que el astado se echara embistiéndola, y éste al final se derrumbó. Delirio en los tendidos, corte de dos orejas, y vuelta inmerecida al toro cuya embestida fue en gran parte edificada por el torero. Poco permitía el quinto.
Con su primero Clemente dio muestras esperanzadoras de su toreo lento y profundo, pero el animal se vino un poco abajo y con la espada el francés no fue muy fino. Con el cuarto Santiago Domecq, y con la porta gayola desde el centro del anillo, se supo que el torero iba a por todas. Para ello la fijeza y la bravura del toro fue un regalo del cielo; un portento de embestidas largas e incansable a cualquier llamada de los capotes, caballos, banderillas y muletas. El gran mérito de Clemente fue de corresponder a tanta altura, de enlazar sin solución de continuidad todas las tandas que permitía ese gran animal, y de cerrarlas en redondo con delicadeza y firmeza en su ligazón a medida que un clamor huracanado cundía en los tendidos. El indulto estaba en el aire, pedido por voces cada vez más sonoras – merecido a mi modo de ver, salvo un pequeño fallo en la primera vara, en la que el toro salió suelto – y esperado por el torero, que seguía inventando pases hasta ser cogido en un despiste, y mirando al palco. No fue así. Solo una vuelta fue la recompensa para el Santiago Domecq, y las dos orejas y el rabo para el torero. Clemente cumplió con el último de la tarde, falto de fuerza y sin mucha humillación.
Se acabaron la fiesta y la temporada, y ya van a despertar los recuerdos en la tranquilidad recobrada de la ciudad landesa y termal, a orillas del río Adour.