16/09/2025
Actualizado a las 19:32h.
¿Quién era André du Colombier? Esta pregunta sigue siendo uno de los grandes misterios del arte contemporáneo de finales del siglo XX. Nació en Barcelona, de padres académicos, y a los diez años regresó a París, donde acabó por estudiar filosofía y literatura en la Sorbona. Hasta aquí podría decirse que acaba su biografía, porque poco más se sabe de este misterioso artista que trabajó tanto en sus obras, como en ocultarlas del sesgado y caprichoso mercado del arte. ¿Un artista que no quiere que se vea su obra? Casi. Un artista que odiaba las galerías, los museos, los críticos y los académicos que querían determinar el valor de sus obras y ejercer un discurso de poder sobre ellas.
El Museo Tàpies expone por primera vez en un museo una gran monografía de la obra de un artista que llevó a los extremos más radicales el arte conceptual. Bajo el título, ‘Andre du Colombier: Un punto de vista lírico’, la muestra recoge obras de los años 70 hasta los 90, un momento de gran combustión creativa que se cortó de golpe con su fallecimiento en París en 2003. «Podríamos hablar de uno de los últimos artistas malditos. Desde luego fue uno de los más radicales en su cuestionamiento de la funcionalidad del lenguaje y la normatividad», asegura Imma Prieto, directora de la Museo Tàpies.
La peculiaridad de este artista, que en las pocas fotografías en las que aparece se le ve con un característico pelo rizado y gafas de pasta, no tiene fin. Cuando aceptaba exponer en alguna pequeña galería, solía traer las obras, colocarlas encima de una mesa en una disposición específica, y llevárselas antes de que nadie pudiese fotografiarla, dejando claro que la obra de arte era el acto en sí de mostrarse, no el recuento de ello. Su odio a la servidumbre del mundo del arte llegó a tal extremo que en 1980 llegó a ir a una comisaría de policía de París a poner una denuncia al Museo Nacional de Arte Moderno por sus ‘crímenes’ contra el arte. «Podríamos decir que es una mezcla entre poeta y filósofo, pero que en lugar de palabras o un discurso concreto utiliza objetos y sonoridades para expresarse», señala Adam Szymczyk, comisario de la exposición.
En total, se muestran 24 obras en pared y una decena de mesas expositivas donde se reúne su obra más efímera, que se ha podido recuperar gracias a la familia de la galerista Anka Ptaszkowska, encargada de custodiar el legado del artista cuando falleció. El Museo Tàpies pudo ir a su piso de París y llevar a Barcelona todo el material artístico y documental de Colombier para estudiarlo, indexarlo y exponerlo en la muestra. «En mi trabajo, utilizo todos los soportes que están a mi alcance a fin de que las verdades plurales se descubran en encuentros inesperados, donde se dé la vuelta a los espacios del arte y las relaciones individuales», afirmaba el artista en uno de los pocos textos publicados que se atrevió a firmar.
Juegos de palabras, construcciones verbales poéticas, postales de todas las índoles, fotografías, pintura, instalaciones, todo podía caer dentro del pozo de Colombier, muchas veces con una gran intención irónica y llena de humor jovial. «El estudió filosofía en los 70 y estuvo influenciado por las ideas de Michel Foucault. Entonces se hablaba de las grandes instituciones que preservan, legitiman y fomentan los discursos del poder y hablaba de hospitales, escuelas y centros de salud mental. Colombier añadió los museos. Él defendió que no había que aceptar la producción de ningún discurso de poder y su sesgo disciplinario», comenta Szymczyk.
La exposición, que se podrá ver hasta el 22 de febrero del próximo año, no tiene textos informativos cerca de las diferentes obras por expreso deseo de un artista que quería provocar una experiencia total con sus obras, no sólo de reconocimiento y aplauso intelectual. «André du Colombier creía firmemente que el lenguaje era una cárcel que nos había tenido encerrados 400 años y quería jugar con las palabras hasta romper sus barrotes y liberarnos de su significado», concluye Szymczyk.
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