17/09/2025 a las 07:19h.
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No hace tanto tiempo, cuando aún respetábamos las escalas de grises, podíamos expresar nuestras opiniones sin miedo a ser etiquetados. No todo era blanco o negro. El sambenito te lo colgaban, claro. Pero era otra cosa. Ya sabemos que en este país siempre hemos sido … muy dados a la división desde que Antonio Machado escribiera aquello de «Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios; una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Pero esa etapa quedó atrás. Nos habíamos reconciliado. O eso creíamos. Se podían expresar libremente las opiniones -excepción hecha del País Vasco- y vivir en armonía con quien pensaba distinto, en una sociedad mucho más plural y enriquecedora. Hoy es imposible. Quieras o no, hay quien te sitúa en un bando u otro. Hagas lo que hagas. Digas lo que digas. A cualquier escala. En el periodismo por supuesto. Pero no sólo. Usted mismo, en su trabajo. El más inocente comentario mañanero con el café será escrutado a fondo por los repartidores de carnés de moralina. Históricamente esta ‘cátedra’ de presunta superioridad moral se la arrogaba la izquierda más extrema. Quizá les consolaba ante su permanente irrelevancia política. Pero hoy día las lecciones de buenismo vienen desde el propio Gobierno, por lo que su efecto se ha multiplicado de forma exponencial. Todo empezó con Rodríguez Zapatero. Se agravó con el auge de los extremismos -a la izquierda y a la derecha- tras la crisis económica. Y se ha desbordado con el ‘sanchismo’, que utiliza la división, la confrontación, como una de sus grandes armas para hacer política. Una peligrosísima estrategia que está llevando a España a unos límites de degradación social como no habíamos conocido los que ya hemos superado la barrera del medio siglo de vida. Ni las generaciones posteriores.
Hoy es la Vuelta Ciclista a España. Antes fue todo lo demás. Desde temas con lógica carga política, como el independentismo, la inmigración, el feminismo, la monarquía, la educación, la sanidad, el modelo territorial, los conflictos bélicos… hasta los más banales, como el uso de la corbata en épocas de calor, el fútbol femenino o los nombres de las calles. El Gobierno se ha metido hasta en la intimidad de nuestras relaciones de pareja y nos ha dicho qué tipo de carne debemos comer. Una injerencia que alcanza su grado máximo en el ataque a la independencia judicial. En la ruptura de la separación de poderes.
Confiemos en que esta etapa, como las anteriores, pase también algún día. No será pronto, ni rápido, pero en algún momento habremos de superarla. Hay otra forma de hacer política que no tiene nada que ver con esta. Una política en la que se pueden confrontar ideas sin menospreciar al que piensa distinto. Que no tiene que ver con las legítimas aspiraciones de cada uno, sino con la forma de alcanzarlas. Con los límites que cada cual no está dispuesto a rebasar. Todo esto usted ya lo sabe. Contarlo aquí resulta repetitivo. Pero la peor derrota sería darnos por vencidos y no denunciarlo. Ese es el camino más rápido, y eficaz, para que se nos siga helando el corazón.
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