Donald Trump ha regresado al Reino Unido en su segunda visita de Estado como presidente de Estados Unidos, recibido con toda la pompa y la ceremonia correspondientes en el Castillo de Windsor por el rey Carlos III. El viaje busca reafirmar la … relación especial entre Londres y Washington en un contexto internacional complejo, pero la solemnidad de los fastos ha quedado atravesada por un eco incómodo: el recuerdo de Jeffrey Epstein.
El nombre del magnate, fallecido en prisión en 2019 mientras esperaba juicio por tráfico sexual de menores, vuelve a proyectarse, esta vez literalmente, sobre los muros del castillo. Y es que el martes por la noche, tras la llegada de Trump al país, un grupo de activistas proyectó imágenes en una de sus torres del presidente junto a Epstein, recortes de prensa sobre el caso y una supuesta carta de felicitación firmada por Trump, una protesta que se saldó con la detención de cuatro personas y que recordó que el pasado de Trump con Epstein, aunque nunca derivó en acusaciones formales contra el presidente, sigue siendo un asunto de escrutinio público.
La figura del príncipe Andrés constituye otro frente sensible. Su amistad con Epstein está acreditada en múltiples testimonios y fotografías, y fue objeto de un acuerdo judicial en Estados Unidos en 2022. El duque de York alcanzó un acuerdo extrajudicial con Virginia Giuffre, una de las víctimas de Epstein, que lo había acusado de abusos cuando era menor y que además volvió a los titulares tras su suicidio hace unos meses. El monto del arreglo, según la prensa local, se estimó en varios millones de libras, aunque no implicó reconocimiento de culpabilidad. La consecuencia institucional de esa relación para Andrés es que está apartado de los actos oficiales, ha desaparecido por completo del protocolo central de la monarquía. En la visita actual, mientras los miembros principales de la familia real se han dejado ver en los actos protocolarios, Andrés permanece ausente, confirmando una exclusión que ahora es la norma.
El tercer frente es Peter Mandelson. El laborista, nombrado embajador británico en Washington en diciembre de 2024, fue destituido la semana pasada tras hacerse públicos unos correos electrónicos que revelaban una relación con Epstein más estrecha de lo que se había reconocido. En uno de esos mensajes, Mandelson escribió a Epstein tras su primera condena en 2008 para animarle a impugnar la sentencia, sugiriendo que había sido «equivocada». El propio Mandelson admitió después que había mantenido el vínculo «mucho más tiempo del que debía» y describió a Epstein como «un criminal carismático y mentiroso», aunque en otro momento lo había llamado «mi mejor amigo».
Los medios locales revelaron que su nombramiento se produjo sin el proceso completo de evaluación de seguridad del ministerio de Exteriores, lo que alimentó la controversia, y en en los Comunes se llamó a una sesión extraordinaria sobre el tema. Mandelson había aparecido varias veces en la libreta de contactos de Epstein, según documentos judiciales divulgados tras la muerte del magnate, y su nombre también figuró en los registros de vuelo de su avión privado, conocido como el «Lolita Express».
La crisis derivada de Mandelson ha puesto en graves aprietos al primer ministro Keir Starmer. La oposición conservadora y varios medios cuestionan por qué el Gobierno siguió adelante con su nombramiento sin esperar a que concluyera el proceso de verificación de seguridad, y Starmer acabó reconociendo en el Parlamento que las nuevas pruebas revelaban «una profundidad materialmente distinta» en la relación de Mandelson con Epstein respecto a lo que se conocía entonces. Sin embargo, persisten dudas sobre si él, y otros cargos en Downing Street, tenían ya información suficiente para prever los riesgos de ese nombramiento. El debate político se centra ahora en los mecanismos de supervisión y en la necesidad de reforzar los controles para los cargos diplomáticos de mayor relevancia, pero la oposición siguen pidiendo claridad al premier, que se ha enfrentado a críticas incluso dentro de sus propias filas.
Así, la segunda visita de Estado de Donald Trump, concebida para mostrar fortaleza y unidad entre dos aliados históricos, se desarrolla este miércoles y jueves bajo un relato paralelo en el que tres figuras centrales de ambos países, el propio presidente estadounidense, el príncipe Andrés y el ya exembajador Peter Mandelson, están relacionados gracias a la sombra persistente de Jeffrey Epstein. La pompa ceremonial y el simbolismo protocolario intentan marcar el paso, pero la memoria del escándalo sexual del magnate y sus amigos vuelve a situarse en el centro de la escena mediática.