Renania del Norte-Westfalia, con 18 millones de habitantes, es la región más poblada y una de las más ricas de Alemania. Sus recursos minerales han sido objetivo codiciado en casi todas las guerras europeas y a pesar de que las minas de carbón hace tiempo que se han convertido en parques temáticos, su potencia económica permanece inalterable. Tanto como el mapa político, porque desde la bulliciosa e izquierdista Colonia hasta la moderada y señorial Dusseldorf, los dos grandes partidos alemanes, democristianos (CDU) y socialdemócratas (SPD), se han repartido las victorias durante las últimas décadas. Pero la llegada a la fiesta de Alternativa para Alemania (AfD) convirtió los comicios locales de hace una semana en un termómetro perfecto para tomar la temperatura a la ultraderecha neonazi y calibrar sus aspiraciones de acceder a la cancillería alemana.
Los de Alice Weidel sumaron el 14,5% de los votos, lejos de la CDU y el SPD, lo que los deja sin opciones de gobernar gracias al cordón sanitario que el resto de los partidos les aplica. Dicen que el suspiro de alivio del inestable canciller Friedrich Merz todavía resuena en la Puerta de Brandemburgo. Pero las apariencias engañan. Lo relevante es que la derecha extrema triplicó los apoyos en una zona que no le es especialmente favorable y extiende su fuerza hacia el Oeste una vez consolidadas sus posiciones en la ex Alemania Oriental.
La derecha extrema triplicó los apoyos en una zona alemana que no le es especialmente favorable
Pendientes de la segunda vuelta en dos semanas, los resultados de Renania demuestran que la AfD ha dejado de ser el partido de las regiones empobrecidas y de los eternos cabreados, para asentarse también entre las clases medias que ven amenazado su nivel de vida por los achaques de la economía alemana.
Pertrechados en ideas simples como la supuesta invasión de inmigrantes y la sangría en el déficit provocado por la guerra en Ucrania, les ha bastado para dejar de ser una anécdota o un movimiento de protesta para captar votos en un espacio que va desde el electorado obrero hasta los nostálgicos del nazismo.
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Ocho décadas después Alemania mantiene una carga de conciencia notable sobre los terribles años de la Segunda Guerra Mundial, como demuestra su tibia reacción ante los crímenes de guerra de Israel en Gaza. También, gracias a ello, el aislamiento de la AfD por parte de los otros partidos es casi total y, a pesar de sus buenos resultados, no tiene acceso al poder. Pero como lluvia persistente, sus ideas xenófobas van calando elecciones tras elecciones. No tienen prisa, porque mientras dormimos el monstruo engorda.