Karol G se guardó el otro día del ombligo de actuar y vistió de largo modelo fastuoso para cantar con Andrea Bocelli, ante el Papa. Ha dicho Karol G que es el momento mayor de su carrera, y acaso tiene razón, porque ha sido … como la santificación de una artista que va por el mundo con el reguetón desabrochado, incluyendo el alegrón de tatuajes. Ahí cuadraba más Taylor Swift, por ejemplo, tan aseadita de corsé, pero ha estado Karol G, que suele enredar mucha golfería en sus repertorios. Es la primera latinoamericana en un sitio tan celeste. Yo no logro sacarme de la cabeza que el reguetón es un voltaje fijo que van cantando por ahí varios chicos y chicas, como si una única canción inacabable fuera retomada según el día por distintos intérpretes, donde sólo cambia la cara de malo, la talla de chándal o el ombligo de videoclip. Todos cargan apodo algo delincuencial, como cargan tatuajes de polígono.
En medio de ese jaleazo, que no sé si es música, pero sí relajo, está Karol G. Nos convida a alguna canción, pero sobre todo nos convida al bárbaro oficio de vivir, para bien y para mal. Tiene la chavala algo de cataclismo con pestañas, de simpatía que llora, de chaparrón rosa que reúne multitudes en estadios de baile. Donde Natti Natasha es chispa nocturna, donde Becky G es aspaviento juvenil, donde Rosalía es vanguardia con peineta añeja, Karol G se planta con algo de volcán que sonríe, de colombiana vitalísima y con minifalda de pasamontañas.
No es tan joven como las de su género de moda, en general, porque ya ha brincado muy holgadamente la treintena, pero la sigue una chavalería caníbal. Algo hay en lo suyo de lava que canta, de daño que baila, de selva que suena en compás binario. De arranque, la propusieron musa en el decorado del reguetón masculino. Pero ella prefirió escribir su partitura con fuego. Y en eso anda. En 2017 se coló por la rendija con ‘Ahora me llama’, su alianza con Bad Bunny, un fogonazo que anunció que la muchacha de Medellín no venía para acompañar, sino para liderar. Luego llegó ‘Ocean’, en 2019, un álbum entre el perreo y el naufragio, y después vino ‘KG0516’, un vuelo sin frenos, hasta la consagración, en 2023, con ‘Mañana será bonito’.
Todos los reguetoneros cargan apodo algo delincuencial, como cargan tatuajes de polígono
Shakira abrió el camino de Colombia al mundo, pero Karol lo convirtió en autopista de ‘beats’ y despecho. Anitta convirtió el funk carioca en bandera global, pero Karol hizo del reguetón confesión masiva. Bad Gyal incendia clubes de neón, pero Karol va incendiando continentes. María Becerra y Tini Stoessel son voz de generación joven, pero Karol es madre, hermana y deidad de esa misma generación. Y si Taylor Swift arma galaxias emocionales desde la palabra, Karol las aúpa sin guitarra acústica, con base musical que retumba, hermana a su manera de Taylor en la arquitectura de la catarsis. Quiero decir que no estamos ante la cintura como marketing. He ido a verla, no sin desconfianza, y he visto que lo suyo concreta un ritual colectivo, donde sus seguidoras (porque sobre todo son seguidoras) gritan con ella las cicatrices de la ruptura, los himnos de la traición, la algarabía sexual, la resurrección orgullosa.
No es diva, pero sí una caníbal con carmín. La sigue una tribu dorada que la imita hasta en cierta histeria alegre. La visité en Madrid y en su espectáculo entreví liturgia. Liturgia algo hortera, pero liturgia. Ha heredado un linaje, donde faenan Ivy Queen, la Rosalía más flamenca, o la irreverente Bad Gyal, pero le ha dado a todo eso su simpatía, su mal, su meneo. Le ha puesto al reguetón su peinado despeinado. A veces no la soporto, a veces no la olvido.