No leo los comentarios a mis artículos remitidos anónimamente al periódico. Sí leo los que me llegan directamente y los respondo con respeto. Las críticas más frecuentes son dos:
1) Que me repito. Es justa. Me repito a sabiendas por una razón: creo que el riesgo en que se halla hoy España es de ser o no ser, y quiero advertir de ello a mis compatriotas.
2) Que soy un pesimista radical. Lo niego. Soy realista. Estamos ante la amenaza de un Desastre final, en el que España deje de ser una entidad histórica viva y un proyecto político de futuro. Tras darle vueltas, he concluido que quienes me aplauden (que también los hay) se sienten exclusiva o preferentemente españoles, por lo que también sienten mi inquietud; y que quienes me critican –“la tercera Catalunya”– se sienten exclusiva o preferentemente catalanes, y creen que la ruina de España y su Estado les favorece: “Anem fent: peix al cove i paciència, que vindrà la independència…”. La crítica o el aplauso dependen, pues, del sentido de pertenencia.
En realidad, siempre he dicho lo mismo. Ahí están mis artículos. Así, en política española, siempre he defendido que los dos grandes partidos, de derechas (PP) y de izquierdas (PSOE), habrían de consensuar media docena de cuestiones básicas, sin buscar nunca mayorías con los nacionalistas, para evitar así la cesión continua de competencias a estos, con el consecuente desguace del Estado.
El presidente Sánchez y el portavoz de ERC en el Congreso
E incluso defendí en el 2023, cuando el PP ganó las elecciones generales, pero no pudo formar gobierno, que se abstuviese, facilitando así la elección de Pedro Sánchez, para evitar un gobierno como el actual. Lo prueba que, el 28 de septiembre del 2023, Enric Juliana publicó en este periódico un artículo titulado “La hipótesis Burniol”, en el que dice: “Queda la hipótesis Burniol: abstención del PP para facilitar la investidura de Sánchez, con el objetivo de invalidar el pacto con los independentistas, acumular autoridad moral y empujar al PSOE a una política de concertación nacional. Ese movimiento, sugerido en agosto por Juan-José López Burniol, (…) no es fácil de llevar a cabo dentro de una cultura política basada en el drama calderoniano”.
La única salida es que se admita un referéndum de secesión: Estado federal simétrico o independencia
En política catalana, he defendido siempre que la única salida racional es un Estado federal simétrico por lo que hace al tipo de relación (idéntica) de todos los estados federados con el Estado central, y asimétrico solo en materia de competencias: unos tienen un régimen fiscal histórico reconocido por la Constitución, otros tienen lengua propia, etcétera. Además, este Estado federal simétrico debería contar con un Senado, como cámara territorial, que, por ejemplo, apruebe o rechace los cupos vasco y navarro una vez desentrañadas sus cuentas.
Y, tras reconocer a Catalunya como nación histórica y cultural, siempre he atribuido a la Generalitat: 1) Competencias plenas en lengua, enseñanza y cultura, con sujeción a la ley y a las sentencias judiciales. 2) Un tope a la aportación al fondo de solidaridad (por ordinalidad o porcentaje) y una agencia tributaria compartida. 3) Un referéndum catalán sobre esta propuesta.
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Ahora bien, desde la aprobación del nuevo Estatut, en el año 2005, el ulterior procés y el golpe de Estado del 2017, tengo claro que en Cataluña hay pocos federalistas, ya que muchos que se dicen tales son, de hecho, confederales (bilateralidad, singularidad…), por lo que la única salida del conflicto es que la Constitución admita un referéndum de secesión, para que este se lleve a cabo con esta disyuntiva: Estado federal simétrico o independencia.
Si los españoles que queremos la subsistencia de España no somos capaces de impulsar esta única salida, nos esperan malos tiempos. Así, si el PP gana las próximas elecciones y forma gobierno con Vox, el PSOE, la izquierda radical y los nacionalistas, que ya han repetido el Pacto de San Sebastián, repetirán también, de otro modo, la oposición de 1934, abriendo la puerta, no a un desenlace como el de 1936, hoy imposible, pero sí a una situación en la que se armará la de Dios es Cristo. Se acaba de hacer un ensayo en Madrid.