El fin de semana pasado me desperté un poco aturdida, incapaz de ignorar los arañazos de las larguísimas garras de mi perrito en la puerta de mi habitación. Con un ojo medio cerrado, me abrí paso entre los dos metros de ropa que separan mi cama del armario, cogí la minifalda vaquera que había lanzado por los aires la noche anterior y me puse un polo verde de Lacoste que saqué del fondo.
Mientras hacía examen de conciencia y me miraba al espejo (los arañazos eran cada vez más demoníacos), me di cuenta de que el atuendo que había cogido al vuelo no era el típico desastre en el que caemos cuando sacamos al perro de paseo. No: era Marissa Cooper en todo su esplendor. Con una mirada algo desencantada, cogí el bolso de diseño más feo que pude encontrar, puse The Killers en modo aleatorio y me dispuse a hacer cosplay-chic de Orange County por las calles de Londres.
Warner Bros.
A pesar de que nací antes del cambio de milenio, no vi The Orange County cuando se estrenó: prefería sumergirme en Barbie del Lago de los Cisnes que seguir esta serie de Newport Beach. No caí en el mundo de The O.C. hasta hace unos meses, cuando la idea de ver otro episodio de Ven a cenar conmigo me hizo suspirar por algo un poco más glamuroso. Enseguida me puse a observar durante horas a esos adolescentes privilegiados y liantes de la Costa Oeste, y ese enfoque “californiano e informal” se coló en mis estilismos tan rápido como se puede decir Chrismukkah.
Aunque ya he escrito anteriormente sobre mi amor por el minimalismo al estilo Sliding Doors de Calvin Klein y los abrigos de Luca Guadagnino, esta temporada se respira un espíritu como de campamento. Y el vestuario de Marissa Cooper, lleno de cuellos levantados y de prendas de Chanel, satisface ese deseo. Ella, la contrapartida menos enconjuntada y estadounidense de las bronceadas y tonificadas modelos de Abercrombie, es de lo más preppy y Hollister sin caer en chirriante lugar común de la chica limpia de manual.