Hace tiempo que el Teatro Real aminoró la importancia artística y social de la primera función de temporada. Pero no siempre fue así. En 2016, el año previo a la euforia del artificioso 200º aniversario de su fundación, surgió la idea de ‘instituir en el inicio de todas sus temporadas una Fiesta de la Cultura que trascienda por su significado, la correspondiente representación operística’. En el ambiente se intuía un futuro prodigioso que la realidad inmediata obligó a reconsiderar.
Lo social se diluyó pronto, y a la invitación que se hizo entonces para que se asistiera al estreno con traje largo, esmoquin o traje oscuro, la sociedad civil dio la callada por respuesta, por mucho que, como es lógico, el prurito tenga todavía valor. Anoche, en la primera de este curso, se pudo comprobar. Queda lo artístico, que se desveló en cuanto se levantó el telón y la producción firmada por el americano David Alden comenzó a diluirse en una sensación general de escasez, provocada por su corta mirada, sus limitaciones espaciales, su entristecida evolución, sus torpes movimientos y sus forzadas escenas.
Que el Teatro Real abra ahora la nueva temporada con la misma producción de ‘Otello’ que ya se probó en 2016 es un hecho capaz de desanimar al más pintado, al margen de los interrogantes que deja en el aire. Olvídese que el Real hizo abnegación de sí mismo. En lo que a la propuesta se refiere no funcionó entonces, a pesar del prestigio de Alden, y sigue sin funcionar por su mala arquitectura y su escasa aplicación. Volver a ella es un absurdo incomprensible. Siendo condescendientes puede decirse que es un acicate muy poco estimulante. Más aún, teniendo por medio un día tan singular.
Tres repartos protagonistas y dos directores musicales se combinarán a lo largo de doce representaciones tratando de poner a salvo este ‘Otello’. Tanto es así que anoche fue la soprano lituana Asmik Grigorian la que ayer vino a rescatarlo en el último minuto. Su ‘canción del sauce’ fue lo mejor cantado de la noche. Con clase, calidad y encanto. Poco antes, en el suplicante final del tercer acto, había demostrado que también es cantante de coraje. Pero Desdémona es un papel que exige un desarrollo continuo y a lo largo de la noche solo hubo posibilidad de contemplarlo mediante fotos fijas.
La evolución del personaje quedó en el aire, igual que le sucedió al Otello del tenor americano Brian Jagde, debutante en el papel y todavía con margen para insertarse en su muy sutil sicología. Se apoyó en la robustez del odio y la venganza, lució medios y, a cambio en los extremos se achicó: penetró de manera elemental en el aguerrido general del primer acto y dejó sin consistencia el penetrante ‘Niun mi tema’ de cierre.
Otello
Música: Giuseppe Verdi. Libreto: Arrigo Boito. Dirección musical: Nicola Luisotti. Dirección de escena: David Alden. Escenografía y vestuario: Jon Morrell. Intérpretes: Brian Jagde, Gabriele Viviani, Airam Hernández, Albert Casals, In Sung Sim, Fernando Radó, Asmik Grigorian, Enkelejda Shkoza. Lugar: Teatro Real, Madrid. Fecha: 19-9-2025
Junto a ellos cabe citar el Yago del barítono italiano Gabriele Viviani, no tan perverso como desearía, de timbre claro, corto en el grave, aunque siempre honesto. La escena con Otello al final del segundo acto, ‘Era la notte; Cassio dormia’ mostró más claramente sus virtudes vocales, muy bien apoyado por la orquesta dirigida por el principal director invitado del teatro, Nicola Luisotti. Músico con experiencia, muy seguro ante la partitura y extraordinariamente habilidoso a la hora de remarcar los puntos culminantes. Gestionó bien el esfuerzo, entregándose en las escenas finales en sintonía con la orquesta, cuya buena lectura puso de manifiesto la singularidad tímbrica de la obra al margen de que ofreciera detalles instrumentales bien acabados. A todo ello se unió el coro con empaste y sabiendo darle al grito consistencia. El Real dedica las funciones de ‘Otello’ a Mario Vargas Llosa, vinculado al teatro durante dos décadas, alcanzando a ser patrono de honor y presidente de honor de su consejo asesor.
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