El mundo del videojuego no se entiende sin la saga de sigilo y acción Metal Gear. Fue determinante en el éxito de las primeras consolas PlayStation y, al mismo tiempo, revolucionó la forma de contar historias en este medio. A pesar del paso … de las décadas, adentrarse en los títulos clásicos de PS1 y PS2 sigue siendo casi como sumergirse en una película de espías noventera, de esas en las que los creadores se permitían explorar sus ideas sin preocuparse demasiado por lo políticamente correcto.
Tras varios años sin nuevas entregas -y la partida de su ‘padre’, Hideo Kojima-, Konami ha decidido rescatar la saga con un remake de ‘Metal Gear Solid 3: Snake Eater’, una buena puerta de entrada para que los nuevos jugadores se adentren en este universo y descubran por qué la serie se ha convertido en un referente atemporal. ¿El resultado? ‘Metal Gear Solid Delta: Snake Eater‘, un videojuego que mantiene la esencia del original, pero con un apartado gráfico modernizado que brilla en PlayStation 5, Xbox Series y PC.
En esta aventura, el jugador se mete en la piel de Naked Snake (futuro Big Boss), un espía estadounidense con habilidades casi sobrehumanas y entrenado para cumplir las misiones más difíciles. Su objetivo: infiltrarse en la Unión Soviética para rescatar al científico desertor Sokolov y, ya de paso, evitar que estalle la Tercera Guerra Mundial. Poca cosa, vamos.
La acción se desarrolla en su mayoría en densos bosques y selvas soviéticas, donde Snake no solo tendrá que enfrentarse en solitario a soldados rusos y un puñado de seres (los miembros de la Unidad Cobra) que parecen sacados de un cómic Marvel, sino también sobrevivir a las amenazas de la propia naturaleza.
Los gráficos de ahora, la jugabilidad de antes
En lo jugable, el título funciona bien. Te pide -casi te exige- que uses el sigilo para acabar con los enemigos. Los Metal Gear nunca han sido Doom: evidentemente, puedes coger un fusil y empezar a disparar como si fueras Rambo, pero seguramente perderás demasiada munición, sufrirás heridas y gastarás más recursos de la cuenta. Algunas fases se pueden superar así, pero no es lo más aconsejable. Y tampoco lo más disfrutable. Lo mejor es camuflarse, echarse cuerpo a tierra y mantener todos los sentidos alerta, sobre todo cuando toque enfrentarse a los jefes, tan variados como memorables.
La supervivencia también juega un papel crucial en el videojuego, que te invita a explorar cada rincón del mapa en busca de gasas, suturas y todo lo necesario para curar balazos, quemaduras o fracturas. La alimentación es otro factor clave. Snake necesita cazar ratones, serpientes o pájaros para tener energía y mantener la barra de salud. Pero ojo, porque no todos los alimentos le sientan bien y algunos pueden acabar envenenándolo.
Es cierto que la jugabilidad resulta bastante conservadora y aporta pocas novedades respecto al Snake Eater original. Por momentos, casi parece que estás jugando al clásico de PS2 pero con gráficos actuales. La IA enemiga podría estar más pulida; aun así, superar cada obstáculo sin ser visto sigue siendo un reto en sí mismo.
Lealtad y traición
En lo narrativo, el juego es sobresaliente. Aborda con madurez temas como la lealtad y la traición, el peso de la guerra en la identidad personal, el sacrificio por un ideal y las contradicciones del patriotismo. Más allá de la acción y el sigilo, la historia invita al jugador a reflexionar sobre lo que significa ser un soldado y sobre las consecuencias de obedecer órdenes en un mundo dividido.
En el centro de la aventura se encuentra, siempre, The Boss, mentora de Snake y una de las figuras más complejas jamás vistas en un videojuego. Su papel aquí trasciende el de simple antagonista: representa el dilema entre la lealtad personal y la obediencia a la patria, entre el deber y la humanidad. A través de ella, el juego plantea una reflexión profunda sobre el sacrificio absoluto, mostrando cómo incluso los héroes pueden ser recordados como villanos en función de las necesidades políticas de su tiempo.
Luego, hay varios momentos en los que el juego se deja llevar por lo surrealista y hasta roza lo absurdo, algo muy propio de la saga. Igual te enfrentas a villanos con poderes imposibles que te encuentras con escenas que parecen una parodia. A veces funciona de maravilla y aporta personalidad; otras descoloca un poco y rompe el ritmo. Pero, al final, como decimos, es precisamente esa mezcla la que da forma a la franquicia.
¿Merece la pena?
Dicho esto, ¿merece la rascarse el bolsillo y dedicarle al videojuego las 12 horas aproximadas que cuesta completarlo? Sin duda. La jugabilidad y la historia pueden conectar más o menos con cada jugador, pero Snake Eater sigue siendo una puerta de entrada perfecta para quienes quieran descubrir la saga, y una excusa ideal para que los veteranos la revivan con un apartado gráfico totalmente renovado. A nivel técnico el juego se defiende bien: puede haber alguna caída de rendimiento puntual, pero no resulta algo que estropee la experiencia.