No había nombre para describir lo que Alemania había hecho contra judíos, homosexuales, gitanos y discapacitados, pero él lo consiguió. Fue el abogado judío polaco Raphael Lemkin quien acuñó en 1943 la palabra genocidio, la expresión que tipificó jurídicamente el delito que el nazismo había cometido contra seis millones de personas … , a las que persiguió y exterminó por su origen, condición y religión. La idea de Tolstoi según la cual creer en una idea exige vivirla se manifestó en la vida de Lemkin de forma rotunda: 49 miembros de su familia fueron víctimas del exterminio perpetrado por Hitler. Se enfrentó a la certeza de la aniquilación y procuró entenderla. Lemkin dedicó su vida a concienciar y luchar para que existiera un marco legal que pusiera freno a la barbarie por medio de un tratado internacional: la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio, en la cual se describe la naturaleza y el alcance. Así lo atestiguan sus memorias, traducidas al español y publicadas por el Berg Institute.
Las palabras nombran lo real. Genocidio, que tiene como sinónimos afines las expresiones masacre, holocausto, exterminación, exterminio, se ha convertido en epicentro de la discusión política. El Gobierno socialista la usa para denunciar las acciones militares contra los habitantes de Gaza perpetradas por Israel tras los ataques del grupo terrorista Hamás en octubre del año 2023. Entonces 1.400 civiles israelíes fueron asesinados y 250, tomados como rehenes. De aquel grupo de secuestrados, cien fueron entregados vivos y seis muertos, dos de ellos niños, metidos en cajas negras, como una colección de alijos decomisados. Aún quedan veinte rehenes con vida. Hamás los obligó a cavar sus propias fosas. Lo sabemos porque difundieron sus vídeos. En tanto Hamás se resistió a liberarlos, Israel redobló la respuesta. Atacó a Irán y no sólo aceleró la ofensiva, sino que prohibió la entrada de comida hasta provocar la hambruna en la población a la que pretende arrasar. Más de 60.000 civiles palestinos han muerto bombardeados y hambreados.
Si creer en una idea exige vivirla, defenderla es incompatible con su instrumentalización. La convivencia hostil entre Palestina e Israel, así como la imposición de una célula islámica terrorista en lugar de la Autoridad Nacional Palestina, acabaron convirtiendo esto en una carnicería. La política española ha asimilado lo que ocurre en Gaza como una bandera propia y la atiza ideológicamente contra sus adversarios políticos, entiéndase el Partido Popular, para sobreactuar una posición que en realidad es la misma. Hay consenso absoluto en que se trata de una masacre desproporcionada.
Mientras Netanyahu se aferra al poder y posterga su comparecencia por cargos de fraude, abuso de confianza y aceptación de sobornos, el presidente de Gobierno se vuelca más en atacar a Israel que en defender a Gaza. Parapeta sus problemas internos de corrupción y negligencia legislativa tras una política exterior más interesada en sacar rédito frente a su propio electorado que en trabajar por la paz.