Reaparecía Fernando Adrián de la feísima voltereta que sufrió en Tovar, que le fracturó la apófisis espinosa y le causó un traumatismo craneoencefálico, tan sólo hace unos días. Y lo hizo como mejor sabe, atravesando la puerta grande, en una tarde en la que … Luque dio, otra vez más, una lección de terrenos, tiempos, toques y técnica.
El primero de la tarde fue un toro que echaba las manitas por delante en el capote, pero que se vino arriba en la muleta, como es normal en este engaste. Tuvo movilidad y era pasador, aunque, al sentirse podido por la izquierda, tendía a salirse desentendido, y no tuvo clase. Perera, muy por encima del animal, le dejó siempre la muleta puesta por ese pitón para que no se rajara, y lo dosificó por la diestra, terminando en las cercanías. El descabello le hizo perder un más que seguro trofeo.
Empujó bien con el pitón derecho en el peto el cuarto, y bien lo lidió Duarte. Lo brindó al respetable Miguel Ángel, que había visto al toro, y lo citó en los medios para darle el pase cambiado, y que le atendieran las peñas. Y vaya si lo consiguió. Basó la faena al natural, cuidando al toro que, si bien le faltaba el poder que pareció tener al principio, tuvo repetición y calidad, aunque no terminó de humillar. Perera se encontró a gusto con él al natural, sacando muletazos largos, sintiéndose, y terminando por luquecinas. La estocada corta tras pinchazo fue tan letal que tardó el toro en caer en cuestión de segundos.
Buena salida tuvo el segundo, al que Luque le pegó unas buenas verónicas, especialmente por el pitón derecho. Se dejó pegar, saliendo algo mermado del peto. Daba orden Daniel de que lo cuidaran en el segundo tercio, y, aunque no terminó de ser así, al sevillano le dio igual para cuajar al animal de principio a fin, entendiendo a la perfección toques y alturas: sin exigir al principio, aparentando a mitad de faena, para terminar sin afligirlo, una vez entregado el animal. Más cerca no se lo pudo pasar, templando una barbaridad y pegando muletazos con la figura relajada y vertical. Además, dejó un estoconazo que valía por sí solo la oreja.
El quinto era manso, pero manso, manso. Solo miraba a tablas, salía suelto del caballo, pegaba regates, gañafones… Nadie duda de la capacidad de Luque, pero parecía imposible meter a éste en la canasta. Pues lo hizo el sevillano, obligando a embestir a regañadientes al de Alcurrucén, que prefería escarbar y hacer que eso no iba con él. Pero le acabó engolosinando la muleta siempre puesta, y pudo hasta relajarse con el toro, en unos naturales fabulosos, pese a todos los defectos de su oponente, que siempre tenía el punto de irse, aunque acababa volviendo a la voz del sevillano. Se puso imposible para matarlo, pero con muchísimo mérito dejó Luque una estocada en lo alto, corriendo el astado hasta chiqueros al sentir el acero.
Un toro basto fue el tercero, y así embistió: no se dejó picar, apretaba en banderillas hacia las tablas, y bruto embistió en la muleta de un firme Adrián, que lo recibió ya con un farol con el capote, y estuvo muy valiente. El toro estaba loco por rajarse, y no se empeñó nunca, con una parte buena para un torero como el madrileño, que es que tampoco paró de moverse. No bien, pero se movía, y eso permitió al torero meter al público en los bolsillos, y que se le pidiera el doble trofeo tras una gran estocada. Sin embargo, el palco lo dejó en un premio.
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Plaza de toros de Guadalajara.
Sábado, 20 de septiembre de 2025. Casi lleno en los tendidos. Toros de Alcurrucén. -
Miguel Ángel Perera,
de soraya y oro. Estocada trasera y tendida y cuatro descabellos (silencio). Pinchazo y estocada corta (oreja). -
Daniel Luque,
de verde y oro. Estocada y descabello (oreja). Estocada y descabello (silencio). -
Fernando Adrián,
de azul noche y oro. Estocada (oreja). Estocada y tres descabellos (oreja).
Salió un sexto haciendo cosas interesantes y con mucho genio. De hinojos se plantó en los medios Adrián, haciendo el toro unos regates que ni Mbappé. Era bruto el animal, pero transmitía ese poder al público. «¡Todo por abajo!» le gritaba el apoderado a Fernando, que eso intentaba. El toro se descomponía cuando le tocaba la muleta, y aquello era una especia de pelea de a ver quién se imponía a quién, dentro de la nobleza del toro. Muy valiente estuvo el madrileño que acabó en las cercanías, por bernadinas, y volvió a matarlo a la perfección, aunque alguna imperceptible travesía debía tener la espada, pues necesitó del uso del descabello en varias ocasiones, lo que no le impidió cortar otra oreja, que paseó junto a una chavalada que miraba al ídolo con admiración en una preciosa imagen.