El refugio atómico, lo nuevo de Álex Pina y Esther Martínez Lobato (La casa de papel) para Netflix, es una combinación de géneros. Por lo que la trama, que comienza como una historia con aires distópicos, pronto va a un apocalipsis anunciado. Después, a una trama familiar cargada de tensiones, y más tarde en un discurso sobre desigualdad y castigo a las élites económicas. Todo, mientras la posibilidad de sobrevivir a un desastre con la potencia de exterminio total, se convierte en un problema de fondo para tópicos más urgentes. De modo que la historia da un vuelco total a las expectativas.
Pero lo que hace especialmente intrigante a la producción, es que indaga más allá del drama inevitable. Eso, a pesar de la retorcida premisa de dos familias acaudaladas, encerradas en un intento de sobrevivir, da paso a algo más. Eso, cuando un secreto del pasado que las vincula a ambas en medio de una tragedia en común, salga a flote. Una atmósfera enrarecida que se agravará a medida que el encierro y la claustrofobia hagan de las suyas. Lo cierto es que la historia en la que profundiza El refugio atómico, se mueve en dimensiones por completo inesperadas. O que, al menos, evitan los clichés con giros inesperados y la mayoría de ellos angustiosos.
Entre el drama, thriller social e incluso el romance, la serie logra indagar en lo tortuoso de la naturaleza humana cuando se somete a situaciones extremas. Mucho más, cuando debe enfrentar la sensación perenne y en aumento, que cualquier paso en falso, puede conducir a la muerte. Por lo que El refugio atómico juega con la idea de personajes que atraviesan un terreno explosivo. También, con el hecho del tiempo, como un enemigo a vencer. Entre ambas cosas, la producción es una inteligente perspectiva acerca de qué tan cruel puede ser cualquiera en las peores condiciones. Mucho más sometido al imperativo de la supervivencia. Un hilo conductor que une a cada personaje en el argumento
Una historia trágica que lleva al desastre
Para explorar en lo anterior, la trama sigue a Max Varela (Pau Simon), el miembro más joven de una acaudala familia. En un giro un tanto inverosímil, la vida del joven se destruye tras un accidente automovilístico en el que muere su pareja, Ane. El suceso — en el que tiene gran parte de la responsabilidad — le lleva directo a prisión. Por lo que, durante sus primeros minutos, El refugio atómico juega con la idea de un drama carcelario. Uno además, con cierto comentario social. Por lo que el dinero apenas alcanza para mitigar el hostigamiento constante. Por lo que Max se enfrenta a la posibilidad de sobrevivir y lo hace en una especie de lucha cuerpo a cuerpo contra la violencia.
Claro está, este prólogo que indaga en una situación brutal y deshumanizante, solo conduce al escenario más complicado de la serie. Tras tres años, Max obtiene la libertad. Pero solo para terminar recluido de nuevo. Esta vez, junto a toda su familia en un búnker para protegerse de un posible y apocalíptico ataque atómico. Es entonces cuando el guion se convierte en una especie de complicado juego de situaciones perversas. Porque además de la familia de Max, en el refugio también se encuentra la de Ane, la fallecida prometida del muchacho.
Una trama retorcida que se hace cada vez más oscura
Para más hacer más duro este segundo cautiverio, el argumento lleva el clima enrarecido de dos familias en disputa a un terreno cada vez más dramático. El Kimera Underground Park, construido a cientos de metros bajo tierra y promocionado como capaz de resistir catástrofes nucleares, tiene una única desventaja. Se cierra de manera hermética y deja a todos los refugiados en un microcosmos de privilegio y paranoia. La serie aprovecha el espacio reducido para reforzar la atmósfera opresiva y claustrofóbica. Pronto toda la puesta en escena se concentra en pasillos estrechos, luces artificiales, y la repetición de conflictos entre personajes atrapados en sí mismos.
De modo que pronto Max descubrirá que, aunque está rodeado de lujos, se encuentra en la misma condición de supervivencia agotadora de los tres años previos. La trama se hace entonces cada vez más agónica y violenta. En particular, porque el guion establece rápido que a pesar de ser una jaula dorada, el refugio titular es una zona de horrores. El guion hace buen uso de un búnker para millonarios y reflexiona sobre poder, miedo y desigualdad. En particular, porque la trama de El refugio atómico logra entrelazar tanto la asfixiante convivencia con la posibilidad de morir. Ya sea por lo que ocurre afuera y que desafía cualquier cálculo, como por el conflicto puertas adentro.
Una trama tensa y dura para ‘El refugio atómico’
Pero El refugio atómico no se conforma solo con contar su retorcida historia de manera lineal. Así que la historia utiliza constantes saltos temporales para explicar los vínculos y los secretos de cada personaje. Paso a paso, la serie muestra la complejidad que subyace bajo la convivencia de dos familias, que terminarán por enfrentarse — incluso matar — en mitad de una situación insostenible.
Por lo que el abanico de personajes secundarios es amplio, y en teoría debería aportar diversidad de perspectivas. Asia (Alícia Falcó), hermana de Ane, carga con la sombra de la tragedia familiar; Frida (Natalia Verbeke) y Rafael Varela (Carlos Santos) los padres de Max afrontan la hostilidad desde el terror.
Por otro lado, Minerva (Miren Ibarguren) cabecilla de un grupo rebelde con ideas radicales, muestra qué ocurre más allá del refugio. Y Guillermo Falcón (Joaquín Furriel), empresario y padre de Ane, que tras enviudar se casa con su amante Mimi (Agustina Bisio), encarna el perfil del magnate que intenta sostener sus privilegios en el encierro. Todos ellos tienen arcos que buscan dramatizar tensiones entre afectos, poder y culpa. Una combinación explosiva que terminará por llevar a El refugio atómico a un final de pesadilla. Pero más allá de eso, a indagar en que lo peor del ser humano puede esconderse debajo de la más sofisticada superficie. El punto más duro y controversial de la serie.
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