El estadio State Farm de Arizona se ha llenado hasta la bandera. Más de 73.000 personas han abarrotado las gradas en una ceremonia que ha mezclado misa evangélica, mitin electoral y show patriótico a partes iguales. Banderas gigantes, pantallas de 15 metros y cánticos de iglesia han dado al evento la solemnidad de un funeral de Estado… aunque Charlie Kirk nunca ha ocupado cargo público alguno.
Trump ha hecho del duelo un mitin
Donald Trump ha sido la estrella absoluta. Ha subido al atril para elevar al activista asesinado a los altares de la patria y lo ha descrito como “un gigante de su generación” y un “mártir por la libertad estadounidense”. “El arma estaba apuntada contra él, pero la bala iba dirigida contra todos nosotros”, ha clamado, en un discurso que ha pasado del victimismo a la campaña en cuestión de segundos. Y, como guinda, ha deslizado que este lunes la Casa Blanca presentará una “solución para el autismo”, sin dar ni un solo detalle.
El gesto político también ha tenido foto: en el palco de autoridades, Trump ha estrechado la mano de Elon Musk, certificando la alianza en mitad del luto. La imagen ha sido casi tan comentada como las palabras del presidente.
Del perdón de la viuda al rugido de Miller
La viuda, Erika Kirk, heredera de Turning Point USA, ha llevado la ceremonia al terreno bíblico. Entre lágrimas, ha mirado al cielo y ha susurrado “te quiero” antes de proclamar que su marido “estaba listo para morir” y que “ha dejado este mundo sin arrepentimientos”. El momento culminante ha llegado con su absolución pública al acusado del asesinato: “Mi marido Charlie quería salvar a jóvenes como el que le quitó la vida. Le perdono”. El estadio ha respondido con una ovación que ha parecido más propia de una canonización que de un funeral.
La retórica se ha multiplicado con Jade Evans, que ha encajado su discurso en la guerra cultural: “Charlie nos trajo la verdad que los jóvenes merecían. Nos ha demostrado a todos cómo seguir tras su muerte”. Palabras que han reforzado la idea de Kirk como guía moral, más allá de la política.
El tono más incendiario lo ha puesto Stephen Miller, vicejefe de gabinete y amigo personal del activista, que ha rugido: “¿Creen que podían matar a Charlie Kirk? Lo han inmortalizado. Han despertado a un dragón”. En su relato, la causa conservadora se ha convertido en “un ejército que defiende lo que es bueno y que prevalecerá sobre las fuerzas del mal”.
Otros miembros del Gobierno tampoco se han quedado atrás. Robert F. Kennedy Jr., secretario de Sanidad, ha comparado al activista con Jesús: “Cristo murió a los 33 años, pero cambió la Historia. Charlie murió con 31 y también la ha cambiado”. Y Tulsi Gabbard, directora de Inteligencia Nacional, ha añadido que “los fanáticos políticos matan y aterrorizan a sus oponentes, pero en este caso han hecho que su voz sea más fuerte que nunca”.
El resultado ha sido un acto que ha convertido la tragedia en épica. La ultraderecha estadounidense ha encontrado en Kirk al mártir que necesitaba, elevado entre banderas, himnos y discursos inflamados. Y Trump, de paso, ha vuelto a demostrar que para él no hay frontera entre el duelo y la campaña electoral.