El traspiés electoral del partido de Javier Milei en las últimas elecciones parciales en Argentina abre un serio interrogante en torno al posible éxito del rompedor planteamiento económico impulsado el presidente argentino. El coste de su recetario de medidas para reconducir la economía … americana parece que es demasiado alto para la mayor parte de la población del país, que ha optado por darle la espalda en esta última votación.
Desde el principio se trataba de un experimento con muy escasas posibilidades de éxito. El jarabe de palo a dosis tan altas suele tener contraindicaciones. El principal problema es que no hay camino intermedio para casos tan extremos como el argentino. No había, y no hay, posibilidad de poner paños calientes y los primeros resultados de su estrategia habían resultado esperanzadores. Sin embargo, el coste social de las políticas de Milei parece ser insoportable y empieza a cundir la sensación de que los argentinos prefieren volver a las mentiras con todo lujo de detalle de las políticas peronistas.
A la espera del resultado que arrojen las elecciones parlamentarias de finales de año, todo apunta a que la ilusión que despertó el estrafalario presidente se ha disipado. La disyuntiva a la que se enfrentan los argentinos no es fácil: volver a la economía de guerra que suponen las finanzas descontroladas y la inflación desbocada o seguir con un ajuste que está haciendo mucha mella en la ya destartalada clase media que aún alberga la esperanza de un futuro mejor.
El desenlace no vamos a tardar en verlo, pero los primeros indicios no son alentadores. Probablemente es lo que tenía que pasar. Ni siquiera los muchos años de decadencia de la economía del país como consecuencia del despilfarro peronista en sus distintas versiones han servido de vacuna.
La victoria de Milei, con sus planteamientos rupturistas y su ortodoxia económica, parece haber sido flor de un día. Si se confirma su derrota electoral será una mala noticia para Argentina, pero no solo para Argentina. Escapar de la espiral populista de soluciones fáciles a problemas de una naturaleza compleja se antoja como una misión cada vez más complicada, cuando se observa que ni siquiera el alumno más aventajado en esta materia, que ha tenido la oportunidad de comprobar de manera directa las terribles consecuencias que tienen estas políticas tras muchos años de perseverar en el error y muchos gobiernos proponiendo las misma soluciones, es capaz de rectificar el tiro.
Choque en la Reserva Federal
La Reserva Federal americana (FED) se reunió la semana pasada y, como se esperaba, bajó los tipos de interés en un cuarto de punto porcentual. Sin embargo, la lectura entre líneas del desarrollo de la reunión es preocupante. Las injerencias del presidente Trump empiezan a hacer mella y las dudas sobre la independencia de la máxima autoridad monetaria americana crecen. Uno de sus miembros, Lisa Cook, pudo asistir finalmente a la reunión pero solo porque un juzgado bloqueó el cese que había decretado Trump, en otra clara muestra de su entendimiento arbitrario del poder. Y Stephen Miran, el nuevo miembro del consejo de la FED recién nombrado por el presidente y que sigue siendo uno de sus principales asesores económicos, defendió abiertamente una bajada de tipos mucho más agresiva que el resto de los miembros del consejo.
Con independencia de que se trate solo de dos miembros de un consejo de siete, el mero hecho de que hablar de esto es un mal síntoma. La independencia de la FED debería estar fuera de toda duda y ya no lo está. Su credibilidad está en entredicho, lo que supone un riesgo en un momento particularmente complicado.
El cuadro macro de la economía estadounidense no está nada claro. La reciente desaceleración del empleo no se sabe muy bien si se puede atribuir a un menor crecimiento o que las políticas migratorias han reducido la oferta. Los precios siguen sin terminar de embridarse en un momento en el que todavía no se ha visto el impacto sobre los mismos de las subidas de los aranceles. De ahí la cautela hasta esta última reunión de la FED. No lo tienen claro y no quieren precipitarse, en contra de las exigencias de Trump, que con sus formas habituales aboga por el atajo del dinero barato con independencia de lo que pueda pasar con la inflación.
Las presiones de Trump son completamente contraproducentes porque ha conseguido que se pongan en duda las motivaciones de una decisión que debería ser exclusivamente técnica. Ninguno de los posibles caminos que siga la FED en sus próximas reuniones estará exento de riesgo. Probablemente el peor sea dejarse llevar y bajar demasiado rápido los tipos de interés, lo que puede suponer un alivio temporal pero con gravosas consecuencias a medio y largo plazo porque el estancamiento con inflación alta es la pesadilla de cualquier autoridad monetaria. Eso es lo que de momento parece estar empezando a poner en precio el mercado con un dólar cada vez más débil -y lo que te rondaré, morena-.
La bolsa, en máximos
Todas las portadas de la prensa económica coincidían este fin de semana en destacar los máximos en las bolsas de casi todo el mundo. Desde los mínimos del mes de abril, tras el anuncio de los aranceles por parte de Trump en el ya célebre día de la liberación, todos los mercados han subido con fuerza y semana tras semana marcan nuevos máximos. Parece que se han disipado las dudas sobre el impacto económico de los aranceles y se ha impuesto el miedo a perderse la subida entre la comunidad inversora.
Sin embargo, no todos los máximos son iguales y seguimos instalados en el dilema de principios de año: o bien invertir en la bolsa estadounidense, en el que la concentración en unos pocos nombres no tiene precedentes y las valoraciones de estas compañías están ligadas a la IA y ponen en precio la perfección; o, por el contrario, invertir en compañías europeas, que si bien no están cotizando a niveles que solo hemos visto en momentos cercanos al colapso siguen cotizando a múltiplos muy atractivos. Esa es la pregunta que se debe hacer el inversor. Sigo subido al carro de la IA, donde está prácticamente todo el mundo, o pongo un pie en algo que empieza a levantar cabeza y tiene soporte desde la perspectiva de la valoración fundamental.
De momento la duda se está resolviendo cubriendo la divisa en las inversiones en EE.UU. El dólar está siendo el chivo expiatorio de los desmanes de Trump, pero el miedo a perdérselo es más poderoso que cualquier otro temor ligado a los síntomas de burbuja que asoman en el horizonte.
Ambos planteamientos no son incompatibles. Se puede seguir bailando mientras la música suene en las tecnológicas e ir poniendo fichas en algo que ya está empezando a beneficiarse de los flujos de mercado. La experiencia nos demuestra que cuando la música se apaga no da muchas opciones para salir sin que uno se deje muchos pelos en la gatera.