22/09/2025
Actualizado a las 09:59h.
El próximo mes de octubre, la poeta Yolanda Castaño viajará a Barcelona para participar en Kosmópolis, un festival de literatura expandida que se celebra en la ciudad condal cada dos años. Vendrá con otras autoras gallegas como Berta Dávila para hablar de poesía y la vitalidad de la literatura de la lengua gallega. Y le pagarán. Por supuesto. Hay que dejarlo claro porque no siempre es así. En nombre de la pureza y bonhomía de la poesía, a veces parece que ningún poeta tenga derecho a vivir de ello y esperar una compensación por su trabajo. Y las poetas, como todas las personas, tienen que comer y dormir bajo techo y pagar facturas. Ni la poesía las libra de eso.
Esta es la base del ensayo ‘Economía y poesía: rimas internas’ (Páginas de Espuma). Castaño reflexiona sobre su travesía en el desierto para conseguir que valorasen su trabajo. No fueron ni una, ni dos, ni tres, sino docenas de veces que la llamaron para invitarla a un recital, a un festival, a un encuentro literario desde todas las partes de la península y más allá. Hasta aquí bien. El problema llegaba cuando preguntaba: ¿pero cuáles son las condiciones? Entonces el discurso se volvía más dubitativo. Bueno, no pagamos nada, pero la exposición… «Solían intentar adularte primero con pomposas alabanzas. Eres maravillosa, tu poesía es única, pero luego no te querían pagar por tu tan maravillosa poesía. Ahora ya no me pasa tanto, pero has de ser rigurosa y franca para no caer en la trampa», asegura la Premio Nacional de Poesía 2023.
El libro está plagado de malas experiencias. Una joven escritora gallega contabilizó lo que le costaba las presentaciones, lecturas y eventos literarios ‘gratuitos’ que tenía que hacer por su libro y llegaban a los 420 euros al mes. «Nadie está hablando de hacerse rico con la poesía, sino de por un precio justo y otorgarle valor. Hemos de dejar de pensar en la poesía como un bien etéreo e inmaterial demasiado puro para mancharlo con el dinero», señala la autora.
Éste es el principal problema de la poesía, que se la asocia con algo elevado. Hay incluso poetas que piensan en serio que debería ser siempre gratuita, «normalmente de buena familia con ingresos paralelos para los que no es importante cobrar por sus poemas». «El acceso tiene que ser gratuito, si se quiere, pero el poeta ha de cobrar por su trabajo. Ya se encargarán las administraciones en hacer accesible para todo el mundo, pero hay que tener claro que la poesía no la escribe una musa o diosa divina venida del más allá, sino de un cuerpo y sus experiencias y realidades y este cuerpo no puede vivir del aire», señala.
Uno de los casos más fragrantes que aparecen en el libro es la tendencia de las universidades a pagar a especialistas o estudiosos a hablar de la obra de cierto poeta, pero negarse a pagar al poeta para que lea la obra misma o la lea delante de un auditorio. «Se habla de la nobleza de la poesía y lo sucio que es mancharla con dinero, pero más noble es curar a los enfermos y nadie piensa que sea sucio pagar a los médicos. Vinculamos a la poesía con la intimidad y la introspección, así que la alejamos de lo que realmente importa, los cuerpos», apunta Castaño.
¿A quién conviene el estereotipo de la pureza y altura etérea de la poesía? A las industrias culturales, por supuesto, y a las administraciones, también, que consiguen el viejo sueño de toda patronal, mano de obra gratuita. «Hasta los propios poetas estamos bombardeados por este estereotipo de poesía que se hace difícil escapar de este discurso empobrecedor. Sólo hay que pensar en la cadena de valor del libro y qué le queda al creador después de descontar la edición, la distribución y las librerías. Se habla de un diez por ciento, pero a veces cuesta dios y ayuda que te paguen hasta ese diez por ciento», asegura la poeta.
Si no odias tu trabajo, ¿no es trabajo?
Ella cree que se ha mejorado un poco en los últimos años y se pone como prueba de que sí se puede vivir de la poesía, siempre teniendo en cuenta que nadie vivirá solo de la venta de los libros. «Claro, tienes que participar en festivales, hacer recitales, conciertos, talleres. Es obligatorio. A veces parece que el hecho creativo sólo sea posible en momentos robados, las noches, los fines de semana, las vacaciones. Esto hace que la creatividad se resienta si no se convierte en la vocación central», argumenta.
Lo que tiene claro es que la poesía permanecerá, ya sea a partir de minorías selectas que la cultiven con pasión lejos de las masas, o a través de fenómenos como las recientes poetas instagrammers. «La poesía es muy maleable y acaba infiltrándose por donde menos te lo esperas. El fenómeno de Instagram es muy curioso, por ejemplo, pero bienvenido sea», dice Castaño.
Lo que tiene claro Castaño es que toda sociedad culta puede demostrar su valía en el modo en el que da valor y recompensa a la creación artística. «Nos hemos creído que el trabajo se ha de odiar o no es trabajo. Si disfrutas de él, entonces es una afición. La poesía no puede, entonces, considerarse trabajo y no merece compensación alguna. Deshacerse de todos estos estereotipos cuesta, pero es imprescindible», concluye.
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