23/09/2025 a las 20:46h.
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Los datos no son aleatorios como los rodillos de las máquinas tragaperras. Las cifras son tan demoledoras como evidentes y la adicción al juego ya es la tercera en prevalencia entre los jóvenes andaluces, por detrás del alcohol y el cannabis, según el Consejo General … de Psicología de España. El perfil del jugador adicto ya no responde al estereotipo clásico; han cambiado la edad, el escenario y hasta el idioma del juego, pero la trampa sigue siendo la misma, menos marginal y más atractiva, pero igual de peligrosa. Lo explica bien Dionisio García, especialista en adicciones: en los últimos cinco años, la mitad de los nuevos casos de ludopatía se corresponden con jóvenes entre 18 y 25 años. Un patrón emergente que inquieta, no por las cifras, sino por la letra pequeña que esconde. Y es que muchos jóvenes consideran este tipo de apuestas como una actividad normal, tan normal -y tan alcance de la mano- como usar las redes sociales.
Los datos dan fe de esta nueva realidad. En Andalucía se apostaron, en el último año, más de 2.287 millones de euros. Una parte de este dinero salió de los primeros contratos, de las becas de ampliación de estudio de muchos jóvenes que aún siguen viviendo en casa de sus padres y que ven en el juego rápido una gratificación inmediata. Nadie les enseñó que detrás de la puerta estaba el bucle del que es tan difícil salir, como fácil es la entrada; apuestas deportivas, ruletas online, tragaperras digitales, diseñados como la inocente consola con la que muchos de nuestros hijos e hijas se han criado. El juego está al alcance de la mano, el auge online ha disparado la participación frenética entre chicos -hay más ellos que ellas- en apuestas con bono de bienvenida de hasta cincuenta euros, que son el cebo principal para captar a nuevos -y fieles- jugadores que, en muchas ocasiones, no saben ni que lo son. La inmadurez y la impulsividad, propias de la edad, hacen que la adicción se produzca antes y se endeuden con mayor velocidad. Tocan fondo y en el peor de los casos, la ansiedad y la depresión les impiden ver la puerta de salida.
La sociedad tiene gran parte de responsabilidad en este asunto. El reto que tenemos por delante no es prohibir -que fue la medida infructuosa, propuesta por el Gobierno para intentar paliar esta situación-, sino educar. Enseñar a distinguir el juego como entretenimiento del juego como trampa. Enseñar a distinguir las voces de las señales de alarma. Y eso requiere algo más que campañas puntuales que terminan recurridas en los tribunales, porque David no siempre gana a a Goliat. El peligro de caer en la ludopatía requiere formación en los centros escolares y en las familias, requiere políticas coherentes en las que los jóvenes aprendan que la vida no es como una Nintendo, que hay que leer la letra pequeña del manual de instrucciones y que, si te equivocas, no siempre puedes volver al inicio de la partida, porque no hay vidas extra.
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