En la jerga periodística circula la frase hecha de que “si alguien te dice que entiende lo que ocurre en Oriente Medio es que se lo han explicado mal”. Se la oí hace años a Tomàs Alcoverro, que ha informado para este diario desde Beirut durante casi medio siglo.
Desde las crónicas desde El Cairo sobre la muerte de Naser en 1970 hasta las últimas guerras en Oriente, Alcoverro ha entrevistado a reyes, dictadores, jeques, ricachones del petróleo e intelectuales de Líbano, Siria, Irak, Jordania, Israel y las modernizadas y riquísimas monarquías del Golfo. Pero, sobre todo, ha hablado con mucha gente corriente de esos países y se ha hecho una cierta idea de las tensiones y guerras en la región tras la caída del imperio otomano al término de la Gran Guerra.
Tomàs no se alojaba en el American Colony o en el King David, donde los corresponsales occidentales llegaban, veían, escribían y se marchaban. Él se hospedaba en lo que era la pensión Gloria en la ciudad vieja de Jerusalén, donde es todavía muy conocido y apreciado en aquel hotelito de una familia de árabes israelíes. Lo comprobé hace dos años en una breve estancia en Israel, justo antes de los asesinatos de más de mil judíos el 7 de octubre del 2023. Netanyahu declaró la guerra a Hamas con una desproporción tal de fuerzas que ha obligado a los más de dos millones de gazatíes a huir hacia ninguna parte, ha destruido barrios enteros, hospitales, bloques de edificios civiles y pretende anexionarse un territorio que no le pertenece. La devastación de Gaza al paso del éxodo forzado de palestinos es tenebrosa.
Lo importante cuando se producen grandes crisis o guerras es observar lo que ocurre después, cuando se puede contrastar, matizar, escribir y humanizar los efectos de las tragedias. La desproporcionalidad de los ataques de Netanyahu contraviene las convenciones internacionales y se pueden calificar como crímenes de guerra. Van mucho más allá que la ley del Talión. Son un acto de venganza que Hamás podría detener o amortiguar si entregara a los rehenes que, vivos o muertos, están bajo su control en algún lugar secreto.
No hay manos inocentes en conflictos que tienen sus raíces en la noche de los tiempos. La confrontación arranca de la primera conferencia sionista de Basilea en 1897, convocada por Theodor Herzl tras el antisemitismo del siglo XIX, intensificado por los pogromos en Rusia, las exclusiones sociales y el célebre caso Dreyfus en Francia.
La creación de un Estado palestino es la mejor salida por muy difícil que sea la convivencia en el futuro
Cuando el domingo seguía la declaración del primer ministro británico reconociendo el derecho de los palestinos a tener un Estado propio, me acordé de la famosa declaración Balfour de 1917, que en nombre del gobierno de Londres se daba el beneplácito al establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío, que no perjudicaría los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina.
Aquel 1917 también se produjo la revolución de octubre en Petrogrado y el principio de la descomposición de los grandes imperios tras la Gran Guerra. La emigración de judíos a Palestina fue constante y acelerada por el Holocausto perpetrado por Hitler.
El drama se planteó entre los judíos que se asentaron en Palestina y los árabes que habitaban la misma tierra desde hacía siglos. La creación del Estado de Israel en 1948, con la aprobación inmediata de Truman y de Stalin. Golda Meir explica en sus memorias cómo consiguió el dinero y el apoyo de financieros, políticos y periodistas norteamericanos, muchos de ellos judíos, que se ha mantenido tanto con presidencias republicanas como demócratas.
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Se puede afirmar que todas las intervenciones occidentales para trazar fronteras artificiales, cambiar regímenes, promover golpes de Estado han sido un fracaso estrepitoso. La revolución islámica de Teherán de 1979 fue la respuesta islámica a la colonización occidental del siglo XX.
Israel no obtendrá la paz si no otorga derechos a los palestinos que malviven sin poder escapar de su tierra. La creación de un Estado palestino es la salida más razonable por muy problemática que sea la convivencia entre dos pueblos que se detestan y se odian. Todos necesitamos una tierra que nos cobije y nos acoja.