Tanto mosqueo había por la repentina caída del cartel de Roca Rey el día anterior que los tendidos agradecieron que Morante no tomara el mismo camino. Respiraron hondo cuando lo vieron pisar la arena y le tributaron una ovación de gala al romper el … paseíllo, que el de La Puebla compartió con sus compañeros.
Tanto lo esperaban que unos capotazos de tanteo para recibir al distraído primero ya desataron siseos y pitidos de desilusión. Lo quieren todo, y ya. Y con Morante, las prisas… Después, el de Garcigrande lejos de mejorar acabó acobardado y remiso a tomar la muleta del sevillano en una faena que no existió, que no dio pie ni a la imaginación.
Y la misma desilusión se apoderó de las gradas con el cuarto, al que costó fijarlo. Tras carreras y carreras, pasando de largo de Morante, Juan José Domínguez lo recogió llevándolo largo y templado. También en el capote de Curro Javier, pero en el del matador, no. Cosas del arte que impacientaron a los logroñeses, que veían que se esfumaba la segunda oportunidad de ver a quien en ese momento parecía más inhibido que otra cosa. El toro tenía calidad, y eso animó a Morante a ponerse por la derecha y ajustar dos muletazos como una caricia, llevándolo muy por las afueras.
En la siguiente, más metido, el toro lo trompica y cae en la arena quedando a merced. Afortunadamente no hace por él, porque a Morante le cuesta lo suyo incorporarse. A partir de ahí surgen fogonazos del mejor corte que se reciben con tantas ganas como con la desilusión ya general de una faena que se queda en eso, en apuntes de los que se imagina el final más que se ve. Con el toro ya al límite, sin gas pero con bondad, aún le permitió dos naturales con el sello ‘made in’ Morante.
Ahí se acabaron todas las ganas que se tenían de ver al sevillano y casi ahí acabó la corrida, marcada de principio a fin por los toros de Garcigrande. Bien presentados y con nobilísimas embestidas, pero tan febles, tan justas de raza, que hicieron que la tarde discurriera por caminos insípidos. Así hasta que saltó el sexto, el más pesado con casi seiscientos kilos, y el más entero en su fortaleza. Era la última oportunidad de romper la procesión del silencio en que se había convertido el festejo. Y Borja Jiménez lo vio claro desde el recibo con encorajinadas verónicas. Quitó muy metido siempre con el toro y así comenzó la faena de muleta con una explosión de pases cambiados por la espalda, que levantaron los tendidos. Se fajó con el de Garcigrande por el pitón derecho, pero lo mejor de la faena, y del final de feria matea, llegó con la mano izquierda. Ahí se batió el cobre Borja. Se lo pasó muy cerca en unos naturales de buen trazo, largura y temple, con el toro siempre muy metido en la muleta. La faena fue siempre a más y el final con alardes de valor acabó con crear un ambiente apasionado que se incrementó con la estocada de efecto fulminante. Le pidieron con fuerza las dos orejas, y feliz puso el punto final a una tarde complicada por anodina.
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Coso de la Ribera.
Miércoles, 24 de septiembre de 2025. Última corrida. Tres cuartos de entrada. Toros de Garcigrande, bien presentados, nobles y al límite de casta y fuerza; destacó el 6º. -
Morante de la Puebla,
de turquesa y blanco: estocada desprendida (silencio); media y dos descabellos (silencio tras aviso). -
Alejandro Talavante,
de plomo y oro: pinchazo y estocada (silencio); pinchazo y estocada (silencio). -
Borja Jiménez,
de rioja y oro: dos pinchazos y estocada (aplausos); estocada (dos orejas). Sale a hombros.
En ese tono un tanto gris anduvo Alejandro Talavante con el segundo, que humillaba con bondad. Ahí surgieron muletazos a derechas e izquierdas. Todo muy despegado, deslavazado trasteo que no convenció a nadie. Ligerito el extremeño, que quiso más con el quinto. Bueno también, y en el mismo tono de ir apagándose de los garcigrandes. Comenzó el último tercio de rodillas, y sobresalió una serie a derechas, la planta erguida y la muleta templada. A partir de ahí quiso gustarse, se empeñó en sacar faena, pero el pozo tenía poca agua. Demasiada insistencia. Temple sí, pero sin la mínima emoción, hasta el punto que los aficionados se fueron cansando y comenzaron a pitar y pedirle que acabara con aquello. Sin embargo, seguía y seguía en la cara. Hasta parecía que estaba disfrutando. La espada tampoco le acompañó.
Tanto esperan los públicos de Morante, que al mínimo revés un manto de decepción lo inunda todo, como si no hubiera ni un mañana ni más toreros. Menos mal, que al final hubo uno que no se dejó caer en el desánimo general y devolvió la emoción desaparecida.