En los años en los que se podía comprar un Seat 850 nuevo por 75.900 pesetas (unos 500 euros), la NASA reclutó ingenieros y técnicos españoles para la Estación Espacial de Robledo de Chavela, a través de anuncios insertados en periódicos como ABC. La … agencia espacial estadounidense exigía «buen dominio del inglés» y experiencia previa en campos como radar, microondas, televisión, teletipos o computadores a cambio de «buenas remuneraciones«, que en 1965 no eran inferiores a »260.000 pesetas líquidas anuales» para las plazas vacantes.
Carlos González Pintado y José Manuel Grandela fueron dos de los jóvenes que vieron aquellos primeros anuncios y que, al cumplir los requisitos, pasaron a engrosar las filas de la estación espacial. «Al principio, entre los técnicos seríamos solo 7 u 8 españoles de unos 120», rememoraba Grandela en 2019. No imaginaban entonces que participarían en la llegada del hombre a la Luna, como sí lo hicieron, en cambio, quienes respondieron al reclamo del 2 de octubre de 1968.
Nueve meses antes de la hazaña espacial, la NASA y el Instituto Nacional de Técnicas Aeroespaciales abrieron un nuevo ‘casting’ para cubrir veinte puestos en la estación madrileña de la que dependía la instalación de Fresnedillas de la Oliva. Como en anuncios anteriores, también entonces se ofrecieron «magníficas oportunidades para familiarizarse con técnicas de vanguardia», pero en este caso se añadió un irresistible gancho para los interesados: «Posibilidad de participar en el Proyecto Apolo (llegada del hombre a la Luna)».
«España desempeñó un papel clave en este acontecimiento histórico», afirmó en el 50 aniversario de la llegada a la Luna el entonces representante de la NASA en España, Anthony Carro. El mismo Neil Armstrong lo destacó durante la visita a Madrid con sus compañeros Michael Collins y Buzz Aldrin, solo tres meses después de pisar por primera vez en la historia la superficie lunar: «Sin las vitales comunicaciones mantenidas desde el Apolo 11 y la estación madrileña, nuestro aterrizaje en la Luna no habría sido posible».
Los astronautas del Apolo 11 en su visita a España, ‘Buzz’ Aldrin, fotografiado por Armstrong en la superficie lunar y el anuncio de 1968
Luis Ruiz de Gopegui, que dirigía en 1969 la estación de seguimiento de Fresnedillas, recordó años después con detalle aquella noche tensa: «En contra de lo que se creyó, aquel histórico viaje no estuvo carente de sobresaltos. Hubo que realizar muchas maniobras que jamás se habían hecho». Cuando el módulo se encontraba a unos 300 metros de la superficie lunar, Armstrong y Aldrin comprobaron con estupor que se dirigían hacia un cráter. Hubo que buscar otro «trocito de Luna» para posarse y apenas quedaban segundos para que se agotara el combustible de su motor lunar. En Fresnedillas contuvieron la respiración hasta que, por fin, escucharon decir a Armstrong, antes que en Houston, que el Eagle (Águila) había alunizado. El corazón del astronauta había alcanzado 128 pulsaciones, pero aún latiría más deprisa durante el lanzamiento del módulo de vuelta a la Tierra. La frágil nave de Armstrong y Aldrin solo tenía un motor y si fallaba, los dos astronautas se quedarían atrapados en la Luna, sin posibilidad de ser rescatados.
Por fortuna, el módulo se autolanzó y acopló con éxito con la nave pilotada por Collins que les esperaba en la órbita lunar. Atrás dejaron «un millón de dólares en ‘basura’», convirtiendo el Mar de la Tranquilidad en «el más caro ‘solar de desperdicios’ del Universo», según contó Efe y recogió este periódico. Cámaras fotográficas y de televisión, herramientas y equipos se quedaron junto a la bandera de los EE.UU., una placa conmemorativa y un pequeño disco donde se grabaron mensajes de 78 jefes de Estado. Los astronautas del Apolo 12, la siguiente de las otras cinco expediciones que llevaron hasta a un total de 12 hombres a la Luna hasta 1972, trajeron de vuelta algunos instrumentos para examinar los efectos de su exposición en el entorno lunar. ¿Se encontrará el resto la misión que la NASA enviará en febrero, más de medio siglo después?