Hace unos días, a raíz del asesinato en los Estados Unidos del activista político Charlie Kirk, un pastor religioso colgó en su cuenta de Twitter un video de exaltación de la víctima y sus realizaciones con esta pregunta desgarradora y apocalíptica: “¿Hay alguien que hubiera hecho más que este hombre antes de los treinta años excepto Jesús?”. Un tipo le respondió en el acto: “Brian Wilson tenía veintidós cuando hizo Pet Sounds”.
Y la lista podría ser casi infinita, valga la paradoja, sin demeritar en absoluto, además, al finado señor Kirk y sin atenuar tampoco el horror y la gravedad del atentado que le costó la vida, pero sí: Brian Wilson, un genio descomunal, hizo Pet Sounds cuando tenía veintidós años, un disco sublime y sobrecogedor, una de las expresiones más altas de la belleza y la poesía, hecha música, que haya conocido la humanidad.
Leonardo da Vinci pintó a los veinte años La Anunciación, su primer cuadro solo aunque aún estuviera inscrito en la bodega de Andrea del Verrocchio, su maestro, que siempre le criticó, según Carlo Vecce, uno de los mayores expertos que hay en el mundo sobre la vida y la obra de Leonardo, que el árbol de la derecha, el más cercano a la imagen de la Virgen María que lee mientras recibe el mensaje del ángel Gabriel, estuviera torcido.
Pero sí: Leonardo da Vinci hizo La Anunciación a los veinte años, empezó a hacerla, por lo menos, y la terminó después, sin duda antes de los veintiséis. Igual que Albert Einstein que publicó, en 1905, su artículo ‘Sobre la termodinámica de los cuerpos en movimiento’ en el que están los fundamentos de su teoría de la relatividad especial. Tenía veintiséis años Einstein y en ese mismo 1905 publicó otros tres artículos que revolucionaron la Física moderna.
Ignoro casi por completo quién era Charlie Kirk. Pero estoy seguro de que son muchos los casos de quienes hicieron más que él antes de los treinta años.
En fin: la lista es tan larga que este periódico se podría llenar con los nombres de genios que hicieron, antes de los treinta años, cosas grandiosas que honran a la humanidad y la compensan y reparan de muchas de sus miserias: Gauss era un niño prodigio a los catorce, por ejemplo, predicaba verdades matemáticas ante los mayores sabios de su tiempo como Jesús en el templo con los doctores de la ley, y eso por no hablar de Alejandro el Grande a los veinte.
No se trata tampoco de un ejercicio exhaustivo y enumerativo para degradar a Charlie Kirk, no, además qué culpa tiene él (o bueno, no sé: no tengo ni idea) de los delirios de sus seguidores. Pero sí me interesa, a propósito de ese exabrupto que pesqué al vuelo y por azar de un pastor cualquiera en una red social, mostrar la desproporción y la distorsión que produce el fanatismo político e ideológico en todas sus vertientes, el enceguecimiento, el absurdo.
Porque además no es un caso aislado ni excepcional, todo lo contrario: vivimos una época tan politizada en el peor sentido de la palabra –la politización como una forma de la enajenación y la locura, no como el interés por lo público o por el debate de las ideas– que mucha gente cree, muchísima gente, demasiada, que las conquistas o los méritos que se dan en la política están por encima de todos los demás.
Y sí: hay causas políticas o ideológicas que son heroicas y tan grandes que parecen una construcción estética o un verdadero proyecto moral, por lo menos una obra cultural o intelectual o material que va más allá de las consignas de partido, por eso quienes las encarnan merecen admiración y reconocimiento. Pero esa es una consideración histórica que no se puede repartir de manera gratuita y vana, devaluarla en nombre del más risible fanatismo.
No, no es así, e ignoro casi por completo quién era Charlie Kirk. Pero estoy seguro de que aun en el ámbito del activismo, son muchos los casos de quienes hicieron más que él antes de los treinta años.