Ya no huele a los espagueti de Clemenza ni a betún de zapatos. Se terminaron, casi, los trajes de raya diplomática, los consejos al Don y la risa terrorífica de Joe Pesci, aunque nunca morirán las traiciones con beso. Esas se quedan, a un … lado y otro del charco. La sombra de Noodles, los Corleone o Los Soprano es tan alargada como la de Scorsese y alberga horrores, pero ya no caen, como cayeron con Marlon Brando, las naranjas. La venganza, como los tiempos que corren, es ahora menos sofisticada pero igual de elegante. ¿Una cabeza de caballo en la cama? Mejor una bomba debajo del Aston Martin o, directamente, un cadáver descuartizado arrojado al Támesis. El cine y sobre todo las series británicas han conseguido en los últimos años crear una mitología propia en torno a la mafia local que ha engullido a la Cosa Nostra. Los ‘fuck’ se han comido al ‘Come stai?’. Y sin albóndigas ni salsa de tomate.
Buena parte de las dinámicas de esta glamurosa y visceral mafia británica responden al sello de Guy Ritchie. El director de Hatfield lleva toda la vida consagrado a levantar un género reinventando los rituales del crimen organizado, chutando anfetaminas al ritmo endiablado de Scorsese, como si fuera uno de los suyos.
Casi toda banda británica, como en Estados Unidos, nace en el barrio, por necesidad, por traumas, como respuesta a los cambios sociales e industriales de la época en la que disparen, no hay más que ver ‘Peaky Blinders’, icónica ficción creada por Steven Knight que ha contribuido a asociar una nueva estética que ha trascendido la ficción. Pero las familias del director de ‘Snatch: Cerdos y diamantes’ diseccionan, de un modo u otro, la aristocracia sin olvidar el barrio. De ahí que mantengan el espíritu canalla y hablen como se hacía en los astilleros del East End. Mucho, muy rápido y mal, echando a menudo espumarajos por la boca. Adiós Ennio Morricone, suena la música, menos pausada y romántica, redoblan los tambores, se agita el ritmo, frenético, y ¡pum!, estalla la guerra: la sátira está garantizada.
La impronta del exmarido de Madonna ha pasado, en los últimos años, a la pequeña pantalla. Bromeó con el huevo de Hitler en ‘Gentleman’, ambientada en el mismo universo que de su propia película, una especie de remake como los códigos de la mafia de su filmografía lo son en cierto modo de la de Sergio Leone, Scorsese o Francis Ford Coppola. Ahora triunfa con ‘Mobland (Tierra de mafiosos)’, en SkyShowtime, en la que lleva a Pierce Brosnan a la peluquería del Tom Shelby de Cillian Murphy y le da el mejor papel de su carrera: el patriarca de los Harrigan, líder de un clan familiar –los lazos de sangre aquí importan– que va perdiendo el juicio y ganando en patetismo mientras pivota entre los puñetazos en la mesa y a la veleta de su desquiciada mujer (Helen Mirren). Ni rastro de James Bond. El protagonista, sin embargo, no deja de ser el chico para todo, el Harry da Souza al que da vida Tom Hardy, alter ego, en lo físico al menos, del propio Guy Ritchie. Todo queda en casa.
Los tentáculos del director se extienden más allá de los Cotswolds, la Balmoral de las casas de campo de la mafia, pero en todas las aproximaciones de la industria británica a su mafia imperan la violencia cruda y una acción brutal coreografiada.
Tom Hardy y Pierce Brosnan en ‘Mobland’
Los ejemplos se encuentran a puñetazos y se salen del cuadrilátero: series como ‘Gangs of London’, centrada en la lucha de poder de dos bandas criminales de Londres después del asesinato del jefe de una de las familias más poderosas de la ciudad; ‘McMafia’, que sigue a un banquero británico de ascendencia rusa que se ve arrastrado al mundo de la mafia o las menos conocidas para el gran público ‘Top Boy’, que bucea en los bajos fondos londinenses para extirpar una visión sin edulcorar y realista del mundo de las drogas, y ‘A town called Malice’, sobre la nueva vida de unos mafiosos exiliados en la Costa del Sol española.
Polis y cacos
Pero la Pérfida Albión no solo vive de clanes criminales, también de los policías que los persiguen: el eterno influjo de Dostoyevski y su crimen y castigo. Paralelamente a las mafias, más allá de Ritchie y la banda de hermanos de Steven Knight, más allá de los bajos fondos, Reino Unido parece empeñada en contar, con similar éxito, también la podredumbre moral, las penurias y méritos de los que tienen que dar caza a las pandillas, clanes y otras escisiones del crimen organizado. Por citar solo unas pocas de otras series grandes: ‘Happy Valley’ y el rencor y la venganza, la violación, el suicidio y la genética del mal; ‘Broadchurch’ y la desesperación de una madre por la muerte sospechosa de un niño y ‘Line of Duty’ y el empeño de Jed Mercurio por deshojar no las bondades sino las corruptelas de las autoridades inglesas infiltrándose en bandas y en despachos. Nunca nadie está a salvo. Si en la mafia predomina el humor negro, en los thriller y policiacos británicos lo hace la negrura del alma. ¿Quiénes son los buenos y quiénes son los malos?
Históricamente Reino Unido siempre ha contado mucho y bien, por eso sus códigos se imponen incluso a los de la gran potencia que es Estados Unidos en el audiovisual. Ya saben, el valor del relato.