“No hay nadie de mi edad”, me dice mi hija de 13 años sentada en la grada mirando discretamente a su alrededor mientras esperamos que arranque el concierto de Rusowsky. “No te preocupes, de la mía tampoco”, le respondo. Efectivamente ambas nos situábamos, demográficamente hablando, en los márgenes de las 15.000 almas que atestaban el primer Movistar Arena del cantante madrileño (hizo sold out). Una marea de veinteañeros con looks streetwear no demasiado pensados y con una presencia mayoritaria del amarillo limón –el color de la portada de Daisy, el álbum debut del artista y la excusa que nos citó anoche a todos en el recinto– tomó el espacio.
Y entonces se produjo la comunión. Rusowsky, el alias de Ruslán Mediavilla (1999), hizo su aparición en el escenario camuflado detrás de una peluca bronde con flequillo y unas gafas de sol XXL. No se quitó ninguno de los dos accesorios en ningún momento, como si necesitara ambos para pertrecharse detrás y que nadie le viera. Solo que éramos muchos los que le mirábamos.
El Ruso, como coreaba la gente entre canción y canción, es una rara avis en la industria musical. Un soplo de aire fresco entre tanto producto pensado hasta el más mínimo detalle y preso de una obsesión controladora que no quiere dejar nada al azar (y menos al algoritmo). El de Fuenlabrada se paseaba por el escenario bailando y moviéndose como lo haría si estuviera en su habitación escuchando música a todo trapo (no en vano su carrera nació en su dormitorio, donde empezó a producir en plena pandemia). Sin coreografías, sin grandes alardes escenográficos más allá de un solvente cuerpo de 12 personas –6 músicos y 6 coristas– que le acompañaron discretamente, todos conjuntados con sus chándales claros, sus pelucas y sus gafas.
La sensación era parecida a la de estar asistiendo al show de alguien que hace un sonido de vanguardia pero desde un lugar de verdad nuevo. Con su look improbable y sus maneras de inadaptado, el Ruso parecía una versión 3.0 de Anohni Hegarty pero entregado a los sonidos urbanos. El techno, el reguetón, los sonidos latinos y el hip hop se mezclan sin resuello en sus temas, acompañados de proyecciones de vídeos caseros y memes universales: el Ruso hace lo que no hace nadie más, pero lo hace para todo el mundo.