Era 27 de septiembre solo porque el calendario así lo fechaba, pero la mañana fue de 27 de abril. Con el sol derritiendo los puentes, con el Guadalquivir como una cuchara de plata, con las calles colmadas de color, de alegría y de clavel reventón … en la solapa de los caballeros y en el pelo de las guapas. Por República Argentina caminaba la chavalería -un grupo de diez o doce con la camisa recién planchada- en dirección a la Maestranza. Habían comprado dos décimos a la lotera de la suerte, la de los tres millones, la de la administración que soñaba con el Gordo.
Ya en los alrededores de la plaza, el más espabilado preguntó a dos reventas si tenían entradas a buen precio para «la de Morante y Roca, la de Roca y Morante». Entre todo lo recaudado -unos ponían un billete rosado y otros el azul- sumaron para una sola entrada de doscientos y pico euros. Y junto a una torera estatua se echaron a suerte su única carta. Solo uno entrará este domingo, como solo a uno le tocaron los tres millones de la Bonoloto, mientras los demás se quedarán esperando en la Puerta del Príncipe. «¡Mía!», se oyó. Eran las dos del mediodía y el calor apretaba.
Una incómoda brisa se levantó por la tarde: desagradable para los toreros, pues el público estaba en la gloria. Y gloria dio ver a Daniel Luque, impecable de principio a fin, exprimiendo hasta la última gota de miel de la colmena de su lote. Sin mácula ni tacha, entendiendo perfecto a los toros de Garcigrande -una corrida de la que se esperaba más, aunque el lote del sevillano tuvo, a la postre, bastante que torear-, con el reconocimiento de la verdadera afición y los profesionales.
La clase de Olvidado
Suya fue la única oreja de un quinto por el que pocos apostaban. Campera había sido la lidia, con dos lances al ralentí que pasaron inadvertidos. A estas alturas el hartazgo se apoderaba del tendido: suelto había salido Olvidado y, para colmo, flojeaba. Sonaron las palmas de tango de quienes pedían su devolución, pero el palco lo mantuvo. Aunque realmente lo sostendría el de Gerena, que se inventó una señora faena en la que sublimó el temple.
Directo al cuerpo se le fue en el primer pase, pero Luque era conocedor de todas las teclas que había que aplicar al de Justo Hernández. Qué bien lo entendió, potenciando virtudes y tapando defectos. Para afianzar la embestida zurda, la de la clase. Era imposible que el toro claudicara con esa muleta de sabias alturas (la media), de naturales que brotaban como perezas. Hasta el punto de que sonó la música, pero el propio torero la mandó callar: hay cosas que es mejor vivir en silencio.
Con una paciencia infinita -qué importante es- desgranó monumentos con la zocata. A cámara lenta, desmayado, reunido, torerísimo. A pies juntos murieron los últimos, esos que extraían al completo el fondo de superclase del toro charro, que no a todos hubiese servido. La petición no sería mayor que la que había aflorado para Borja Jiménez, pero esta vez el presidente sí concedió el trofeo ya con Olvidado en el arrastre. Hubo división de opiniones entre los que se preguntaban por qué a uno sí y a otro no… La realidad es que la tarde llevó el apellido de Luque.
Ojo a su faena al segundo, en el que únicamente el descabello le privó de una merecida recompensa. Serio y con remate, frenado en ese capote que esculpió una bonita media. Aplaudieron la forma de echar el palo del Patilla mientras el garcigrande acudía con brava alegría, así como el quite luquista, con la réplica de unas apretadas chicuelinas de Jiménez.
Se desmonteró Caricol en los palos y lo propio hizo Luque para brindar a los repletos tendidos. Sabio e intenso el comienzo para sacarlo de las tablas. Y la derecha presentada, aliviando por arriba el final de Brioso y con un embroque más a rastras. Hubo un cambio de mano de antología, de esos que aún duran, cosido a uno de pecho y al guiño de un desdén. Se vencía algo por el zurdo y regresó al otro lado, con un pectoral de pitón a rabo, barriendo el lomo. Antiestéticas las luquecinas, pero el público berreaba: la tendida colocación del acero disipó el premio.
Vuelta al ruedo de Jiménez
Nones dijo el usía para Borja Jiménez frente a Arrocero, un animal complejo que embestía a saltos y que a punto estuvo de derribar al piquero cuando estampó el peto contra las tablas. No pareció ese inicio pendular el más acertado, aunque sí atrapó a los tendidos antes de hilvanar muletazos sobre una baldosa, girando sobre sí mismo. Una movilidad rebrincada acompañaba al garcigrande, de bonitas hechuras.
El de Espartinas, muy dispuesto, empalmó muletazos con aplomo, pero sin poder hallar la vistosidad del acople, amontonado por momentos. Cuando Arrocero cantó la gallina, con listeza se marchó a por la espada. Fulminante, de esas que otrora valían una oreja. Sin embargo, la pañolada fue invisible para el que tenía que contarla y todo quedó en vuelta al ruedo. No pudo remontar con el deslucido sexto.
Ambiente de hartazgo se percibió con Talavante frente a toros sin apenas vida con los que pasó de puntillas, pese a querer lucir su izquierda. A la salida se hablaba ya de lo de este domingo, del choque de trenes con dos titanes a bordo, del encontronazo entre Morante de la Puebla y Roca Rey.