El cuerpo de una niña que grita al espectador es el símbolo de un testimonio único que dice: «Demasiado caliente, demasiado caliente», mientras el napalm quemaba a más de mil grados su piel. Durante décadas, su imagen recorrió el planeta como símbolo del horror … de la guerra de Vietnam. Pero los símbolos no respiran, no crecen, no sanan. Kim Phuc Phan Thi sí.
Mucho antes de convertirse en embajadora de buena voluntad de Naciones Unidas o fundar la organización humanitaria The Kim Foundation International, Kim fue una niña de nueve años que sobrevivió a lo impensable. Quemada por el napalm, fotografiada en un instante de angustia que la historia no olvidó, tuvo que encontrar su camino más allá de la imagen de ‘La niña del napalm’. Hoy, su historia no es solo la de una víctima, sino la de una mujer que eligió no vivir con odio. Con ocasión de recibir el Premio UNICEF Joaquín Ruiz-Giménez 2025, ABC ha tenido la oportunidad de hablar con ella para escuchar cómo se reconstruye una vida después del fuego.
Kim Phuc Phan Thi, la niña del napalm, en una imagen de archivo junto a la icónica fotografía
-¿Qué recuerda con claridad de aquel día de junio de 1972, antes y después de que cayera el napalm?
-En aquella época vivía en mi pueblo, que estaba situado en el sur de Vietnam. En esos días la guerra todavía no había llegado hasta el pueblo, era un lugar tranquilo, pero al cabo de poco tiempo aparecieron los soldados del Vietcong y eso significaba que iban a traer la guerra. Eso fue tres días antes del 8 de junio. Nos pidieron que evacuáramos y fuimos a la zona donde había un templo.
Yo no lo entendía y en parte pensaba que era como el principio de una aventura. Estuvimos allí refugiados hasta que un día aparecieron los soldados y empezaron a gritarnos que el templo iba a ser bombardeado. Salimos corriendo de ahí lo más rápido que pudimos, los niños íbamos primero y de repente veo un avión muy grande delante de mí y caen cuatro bombas. Me acuerdo también del sonido. ‘Bum, bum, bum’. De repente había fuego por todas partes, y uno de mis primeros pensamientos fue que estaba ardiendo y que iba a ser, a partir de ese momento, una niña fea, que los demás me iban a mirar de manera diferente. Me sentí totalmente aterrorizada.
-Vivió su infancia y adolescencia con cicatrices, dolor crónico, y más de 17 cirugías. ¿Cómo fue crecer con un cuerpo marcado por el napalm?
-Hay desafíos todos los días. Había traumas, amargura, también tenía problemas de autoestima, muchas pesadillas. Tenía que tomar medicación. Desde entonces, siempre he llevado manga larga porque así estoy un poco más cómoda.
Muchas personas me preguntan cómo he sobrevivido, cómo he seguido adelante, y la verdad es que no sé cuál es la respuesta con certeza. No sé ni yo misma cómo contestar. Recuerdo que, cuando era adolescente, pensaba que en ningún momento iba a tener un novio o que no iba a tener un marido o una ‘vida normal’. No confiaba en absolutamente ningún hombre y estaba muy, muy asustada. También me resultaba doloroso tocarme a mí misma y ver mis cicatrices.
-¿Por qué decidió perdonar al militar que bombardeó su pueblo y al gobierno vietnamita que la usó y llevó a sus familiares a campos de reeducación?
-Llegó un momento en el que yo seguía viviendo con odio y con amargura, y esto casi me mata. Quería saber la respuesta: ¿Por qué yo? ¿Por qué todavía estoy viva? Además, en 1982, tenía 19 años y tuve que pasar por otro momento muy difícil cuando el Gobierno de Vietnam descubrió que era la chica que aparecía en aquella foto y tuve que dar muchas entrevistas en aquel momento. El Gobierno interrumpió mis estudios en la escuela de medicina. Ese fue un punto muy bajo y durante ese tiempo quise acabar con mi vida.
Pero dentro de mí, de alguna manera, quería encontrar un propósito. En la Navidad de 1982, me convertí al cristianismo. Empecé a rezar y tomé una decisión: quiero aprender, quiero seguir adelante, porque no es fácil morir, pero es desafiante enfrentarme a mi situación día a día. Y finalmente lo logré. Mi corazón está libre del odio porque aprendí a amar a mis enemigos. He conseguido una especie de cielo en la tierra, y ahora ya tengo una nueva misión.
-¿Cómo la ayudaron su marido y sus hijos a sanar su cuerpo y su alma?
-Estoy muy agradecida a mi marido, lo llamo ‘mi ángel en la tierra’. Físicamente continúo sufriendo mucho dolor y mi marido cuida mucho de mí. Hace tiempo le pregunté qué pensaba de mis cicatrices. Él las estuvo observando y me dijo que me quería todavía más, si cabe, porque gracias a esas cicatrices ha podido entender lo mucho que yo he sufrido.
Con respecto a nuestros hijos, ellos entienden lo que he pasado. Son unas circunstancias un tanto particulares porque ellos tienen que compartir a su madre con el resto del mundo. Compartimos alegría y mucho amor. Somos una familia fuerte, pacífica y tengo la fortuna de poder tener dos hijos. Uno de ellos, Thomas, tiene 31 años y con su mujer nos ha dado tres nietos. Y el otro, Steven, que tiene 28 años, nos ha dado dos nietos.
-La foto se ha convertido en un símbolo, ¿se ha llegado a sentir prisionera de esa imagen?
-La primera vez que vi la foto no me gustó, porque me veía a mí misma fea y también estaba desnuda ante el mundo. Era un recordatorio del enorme sufrimiento de aquel momento. Pero luego, con los años, cuando tuve hijos, viviendo ya en Canadá, fui capaz de darle la vuelta a mi visión y me di cuenta de que esa foto era un regalo muy poderoso. No era una maldición, sino todo lo contrario, una bendición que he recibido para poder defender y promover la paz en todo el mundo y ayudar a aquellos niños que sufren el horror de la guerra.
-La foto estuvo a punto de ser censurada. Hoy, décadas después, ¿cree que mostrar imágenes de niños en conflictos bélicos ayuda a despertar conciencias o puede ser perjudicial?
-Creo que es absolutamente necesario para aumentar la concienciación. Es una herramienta, por así decirlo, educativa, y creo que tenemos que mostrar la verdad. Tenemos que enseñar al mundo lo que está pasando, y dejarles ver el sufrimiento de esos niños.
-En los últimos tiempos se ha discutido si la fotografía la tomó Nick Ut. ¿Qué piensa de esa controversia? ¿Y cómo es su relación con él?
Mi relación con Nick es muy cercana y de hecho lo llamo Tío Ut. Él me salvó la vida. Después de sacar aquella foto me llevó rápidamente al hospital y hemos tenido una muy buena relación. Sé que Nick Ut fue la persona que sacó la fotografía y creo firmemente en ello. También pensar que han pasado 50 años y que ahora de repente surja este debate le llama la atención.
-Hoy es embajadora de la UNESCO y trabaja por la paz e intenta hacer honor a su nombre, que significa felicidad dorada. ¿Cuál es su principal mensaje para las nuevas generaciones?
Mi mensaje tiene que ver con lo horrible y lo desgarradora que es la guerra, pero tengo mucho más que decir. El mundo puede ser un lugar realmente muy hermoso. Si todos aprendemos a vivir con amor, con esperanza y con perdón, entonces el mundo puede ser un mundo mucho mejor. Si aquella niña de la foto ha sido capaz de tener la vida que ha tenido, entonces todos podemos hacer lo mismo. Si todos seguimos este ejemplo, entonces no habrá lugar para la guerra.
Al despedirnos, queda claro que Kim Phuc no es una víctima congelada en una fotografía, sino una mujer que eligió escribir su propia historia más allá del dolor. Su voz no busca conmiseración, sino conciencia; no clama venganza, sino humanidad. En un mundo que sigue ardiendo en distintos frentes, su testimonio es un recordatorio de que la paz comienza cuando alguien, aun después del fuego, decide no arder por dentro.
Por eso termina diciendo: «Cuando miremos esa foto no deberíamos ver a una niña víctima del miedo y dolor, sino que tendríamos que pensar en la mujer que se ha convertido, que es madre, esposa y abuela. Que es una superviviente que promueve la paz en todo el mundo».