El tecnólogo Pau García-Milà, cofundador de Founderz, ofreció en las Jornadas Desafíos autonómicos en la digitalización educativa una conferencia centrada en el papel de los docentes ante la irrupción de la inteligencia artificial. Desde el inicio, subrayó la necesidad de que todos los profesionales de la educación se formen en este terreno. «Los que no lo hayan hecho todavía, deben formarse independientemente del nivel en la jerarquía de la empresa», afirmó, equiparando la obligación tanto para el becario que comienza como para el director con años de experiencia.
García-Milà diferenció dos dimensiones claras: el uso de la IA por parte de los docentes en su día a día y la enseñanza de la IA en las aulas. «Debemos obligar a los docentes a aprender el uso responsable de la IA, porque que un docente la use de forma irresponsable es un peligro que extenderá a sus alumnos», señaló. En su opinión, un profesor debe convertirse primero en usuario responsable para después poder enseñar a la siguiente generación.
IA en el aula: no como tecnología, sino como forma de trabajar
El ponente insistió en que la IA no debería enseñarse como una mera tecnología, comparable a la informática. «Enseñarla como una tecnología nos invita a buscar los usos que van a reemplazar la labor humana», advirtió. Frente a esa visión, defendió la necesidad de presentarla como «una forma diferente de trabajar». Recordó que para los niños, la IA ya no se percibe como un fin en sí mismo, sino como un medio para llegar a otros objetivos.
Para ilustrar el contraste generacional, compartió una anécdota con su hijo pequeño. Explicó que le enseñó un vídeo en el que aparecía él mismo conduciendo un coche de Fórmula 1 y el niño le preguntó si esa grabación había sido hecha con inteligencia artificial. Al ponente le pareció una reacción magnífica porque significaba que su hijo ya había despertado una mirada crítica para cuestionarse si lo que veía era real o había sido generado con IA.
La inteligencia artificial como copiloto
García-Milà trasladó la reflexión al ámbito de la sanidad, en un ejemplo de aplicación práctica de la IA en urgencias pediátricas. En un hospital público de Madrid se utilizó un micrófono sencillo y un sistema de copiloto para reducir el tiempo de burocracia de los médicos. «Por cada diez minutos de trabajo vocacional había doce minutos de burocracia», explicó. Gracias al copiloto, esos trámites pasaron de doce a cuatro minutos, lo que permitió liberar más tiempo para la atención directa al paciente. «La IA no ha sido creada para quitarnos el trabajo. La IA ha sido creada para quitarnos trabajo», subrayó.
A su juicio, este modelo puede extrapolarse al campo educativo. Un docente que incorpora la IA de forma responsable puede dedicar más tiempo a atender la diversidad en el aula, personalizar aprendizajes o analizar resultados, mientras la tecnología asume tareas repetitivas. «Un docente que ha asumido esta lógica puede dedicar más tiempo a aportar valor allí donde más se le necesita», señaló.
El reto del uso responsable
No obstante, el tecnólogo fue contundente sobre los riesgos del mal uso. «El uso responsable significa no utilizar la IA para impersonar algo que no soy, ni para delegar sin supervisión en una tarea donde el humano debe aportar valor». Alertó contra la tentación de aceptar como válidos documentos legales o académicos generados automáticamente, sin supervisión profesional, por la falsa seguridad que transmiten.
Asimismo, recordó la importancia de proteger los datos de los alumnos. El simple hecho de arrastrar un archivo con información personal a una aplicación no regulada puede tener consecuencias legales y éticas graves. «La responsabilidad no es solo del docente, sino de quienes diseñan y supervisan las tecnologías educativas», remarcó.
Desaprender para aprender
Uno de los mayores desafíos, según García-Milà, es la capacidad de desaprender que se exige a los adultos. «Es muy caro no querer adoptar la IA», advirtió, porque la diferencia de productividad entre quienes la utilizan y quienes la rechazan será determinante. Para él, «la parte mala es la misma que la parte buena: estamos obligados a desaprender los adultos para aprender lo nuevo».
El conferenciante advirtió contra la opción de prohibir sin más la tecnología en las aulas. «La alternativa a no enseñar IA es mucho peor», recalcó, criticando a quienes pretenden vetarla en el entorno educativo. Hizo una analogía con las gafas: «Si un niño lleva gafas y se prohíbe la tecnología, ¿también le prohibimos ver?».
La singularidad y el ajedrez: metáfora de lo que vendrá
Para explicar el horizonte de la llamada «singularidad», García-Milà recurrió al ejemplo del ajedrez. Recordó cómo en 1997 la máquina Deep Blue venció a Garry Kasparov, considerado el mejor jugador del mundo. «Es el momento en que nunca más nacerá un humano que pueda ganar a una máquina en ajedrez», explicó. Desde entonces, el progreso de las máquinas ha sido exponencial, mientras que la mejora humana es mínima en comparación. Y sin embargo, el ajedrez no ha muerto. Al contrario, en 2022 registró el mayor número de nuevas incorporaciones gracias a la popularidad de una serie de televisión. «El ajedrez no murió. Los humanos siguieron jugando, pero sabiendo que no ganarían a la máquina».
La lección, según el ponente, es que lo mismo ocurrirá en muchos otros ámbitos laborales y profesionales. «No pasa nada. Debemos regular y preparar a quienes vienen», insistió. «Estamos formando a la primera generación que entrará a trabajar con la IA desde el primer día».
De amenaza a oportunidad
En su conclusión, García-Milà mostró un mensaje de esperanza: «La IA nos va a hacer mejores médicos, mejores docentes y mejores ingenieros. No nos va a quitar el trabajo». Animó a los presentes a ver en la inteligencia artificial un copiloto que libera tiempo y energía para tareas de mayor valor humano.
«Los docentes son la pieza clave», afirmó, convencido de que la forma en que se prepare a esta primera generación marcará la convivencia futura con la inteligencia artificial. Y lanzó una advertencia final: «Esto no es opcional. Esto va a ocurrir».