Yasmina Reza estaba en 2006, fecha del estreno de ‘Un dios salvaje‘ (‘Le Dieu du Carnage’), en el olimpo de la dramaturgia internacional, al que había llegado gracias a ‘Arte’, estrenada en 1994 y convertida en un verdadero fenómeno en todo el mundo – … incluido nuestro país-. Entre una y otra obra, la autora francesa de ascendencia iraní, rusa y húngara había estrenado obras como ‘El hombre del azar‘ o ‘Tres versiones de la vida‘; esta última comparte con ‘Arte’ y ‘Un dios salvaje’ una estructura similar. De un ambiente de cordialidad y sin que se sepa bien por qué, estalla un conflicto a la vez cotidiano y violento que deja bien a las claras las miserias sociales de los seres humanos.
‘Un dios salvaje’ cuenta una reunión de dos parejas; el hijo de una de ellas, Fernando, de tan solo 9 años, le ha partido dos dientes al hijo de la otra, Bruno, en una pelea en un parque y los cuatro padres se reúnen para limar diferencias y resolver de la manera más civilizada el asunto. Cuando se levanta el telón, el cuarteto está redactando una declaración conjunta; aunque Reza ya deposita la gota de la futura tormenta -la expresión «armado con un palo» provoca la primera diferencia-, todo transcurre en un ambiente de cordialidad (fingida), educación (sobreactuada) y corrección política (impostada).
Pero en un momento determinado, y sin una razón aparente que lo justifique, todo salta por los aires y se desencadena la tragedia. Los buenos modales se resquebrajan y aparecen las diferencias sociales, culturales. Los cuchillos (figurados) empiezan a surcar el aire y el salón de la casa de Verónica y Miguel se convierte en un pesado cuadrilátero en el que las parejas se enfrentan; pero no solo entre matrimonios, también hay enfrentamientos entre parejas, las dos mujeres se alían contra los dos hombres y éstos lo hacen contra aquellos. Todo ello ayudado por una botella de ron que las dos parejas vacían en cuestión de minutos. El problema inicial, la agresión de un niño hacia otro, se disuelve y la preocupación de los padres por sus hijos desaparece como por arte de magia.
Yasmina Reza traza en esta obra una despiadada y ácida radiografía de la condición humana; de su falsedad, de las convenciones, de las apariencias, de la porquería que se esconde bajo las alfombras. Aparece ese «dios salvaje que nos gobierna desde la noche de los tiempos», como dice uno de los personajes. Y lo hace con un dominio apabullante de la carpintería teatral, de las temperaturas, con personajes estupendamente delineados en su aparente simplicidad que es, en realidad, un prisma de caras no siempre visibles. Su humor es directo pero al mismo tiempo corrosivo y en ocasiones incómodo.
Tamzin Townsend dirigió hace dieciocho años el estreno español de la obra y vuelve a hacerlo ahora con cuatro actores muy distintos y que conforman dos extrañas parejas. La función, una tragicomedia, se desequilibra más hacia esta segunda y parece buscar en ocasiones más el trazo grueso que la sutileza, lo que hace que en sus compases finales el ritmo se resienta. El cuarteto actoral aporta la conocida calidad y experiencia de cada uno de los actores.