Desde que Kris tenía memoria, la gente se refería a él con el mismo adjetivo: «Diferente».
Cuando era más pequeño no era capaz de entender a qué se referían con esa apreciación, mas con el pasar del tiempo fue sacando sus propias conclusiones.
Estaba convencido de que, para sí mismo, él era igual a los demás en lo esencial. Como los otros niños, iba a la escuela y realizaba sus tareas. Cabe recalcar que era un estudiante ejemplar, a pesar de que, de vez en cuando, cometiera alguna que otra travesura inocente. Eso sí, Kris apenas hablaba con sus compañeros, y no porque fuera tímido sino porque debido a alguna razón que él desconocía, su presencia no les agradaba; a la primera ocasión se alejaban de él. Algunos también se burlaban a sus espaldas y otros se mostraban bravucones y terminaban por dejarle llorando en el suelo, solo, abrazándose a sí mismo para cubrir su heridas.
Kris no entendía por qué debía sufrir tanto. ¿Cuál era el motivo? ¿En qué era diferente?… Para encontrar una razón a su dolor, decidió prestar atención a lo que sus compañeros decían de él cuando creían que no podía oírlos.
–Viste diferente –escuchó en el baño.
A partir de entonces cambió sus ropas coloridas por otras más oscuras, por si de esa manera llamara menos la atención.
–Su voz es diferente –oyó por un pasillo del colegio.
Desde ese momento, se guardó para sí todo lo que quería expresar.
–Camina diferente –atrapó el comentario en el comedor.
Por esa causa permanecía tanto tiempo como podía sentado en su escritorio, al fondo del salón, mientras sus compañeros salían al receso.
–Es diferente –creía escucharlos a todos.
Kris hubiese querido ser como ellos, uno más. Pero como no podía evitar su singularidad, a veces renegaba de sí mismo. Además, al comprobar que por más que se esforzara, ningún cambio parecía satisfacer a aquellos muchachos, escogió una estrategia para evadirse del dolor: se escondía detrás de los libros. A medida que avanzaba en la lectura, crecía su deseo de adentrarse en las tramas, de escapar a esos escenarios de fantasía, lejos y a salvo de su cruda realidad.
Durante una de sus escapadas literarias, le llegaron unas palabras que no provenían del papel.
–Oye, Kris ─. Era la voz de un muchacho─. ¿Estás bien?
Kris bajó la novela y alzó la vista. Se encontró con una mirada amable, completamente distinta a las que estaba acostumbrado.
─Este… ─inseguro, respondió casi en un susurro─. ¿Sí?
─No suenas muy convencido ─le replicó el otro chico, que tomó asiento en el pupitre contiguo─. ¿Te gustaría hablar?
Y hablaron.
Cerraron la conversación con lágrimas. Así se inició una amistad. Cuanto más tiempo pasaban juntos, más distancia les guardaban sus compañeros, disgustados de que no hubiera una, sino dos personas que vestían diferente, que hablaban diferente, que caminaban diferente. Pero a los dos diferentes les daba igual.
Un mes después, otro alumno se unió a ellos. Y en unas semanas fueron cuatro, cinco, ocho… Habían perdido el miedo a lo que pensaran de ellos, y encontrado la confianza para ser ellos mismos y tomarse menos en serio. Consiguieron ser tantos, que se perdió aquel adjetivo, «diferentes», que les habían cargado sobre los hombros.
Ian Manuel Calleja, ganador de la XX edición www.excelencialiteraria.com