El símil de situaciones cotidianas con historias de ficción ha estado presente incluso antes de la aparición del cine. Los seres humanos, como miembros de la misma especie, comparten actitudes y comportamientos, por lo cual es posible clasificarlos en arquetipos. Aunque cada individuo siempre tiene ciertos rasgos que lo diferencian del resto, es inevitable ser parecidos en ciertos aspectos.
Fábulas que sanan es el manual del humano. Gracias a la metodología del Árbol del Karma, el autor, Mariano Alameda, ha podido englobar la casuística de problemas personales en 21 relatos breves, cada uno de ellos con su correspondiente aprendizaje para poder pasar a vivir en un mejor momento.
Mariano Alameda es conocido por haber trabajado como actor de teatro, pero también de televisión, en series míticas como Al salir de clase o Aquí no hay quién viva. Para preparar su trabajo, con ayuda de los directores, analizaba cada recoveco emocional de los personajes interpretados para verdaderamente convertirse en su alter ego ficticio. En esta entrevista, Mariano relata en qué consiste dicha metodología, el origen del Árbol del Karma, así como las técnicas empleadas para finalmente publicar Fábulas que sanan, su último libro.
¿Por qué decidiste mostrar enseñanzas a través de fábulas y no a través de una narrativa más extensa que englobase todos los aprendizajes, como una novela?
—Primero de todo quería que cada una de las personas que leyera el libro pudiera encontrar resonancia en una historia específica. Cada uno de los relatos habla de una temática que puede ser un reflejo de la vivencia personal que está teniendo el lector.
Al dividir cada experiencia es más fácil su interpretación, porque solo expone una problemática específica. Aunque todos seamos posibles víctimas de las 21 narraciones, en general solemos escoger una única estrategia vital acorde a cada una de las fábulas. Por esa parte, me pareció que la fábula tiene ventajas.
Además, si los protagonistas son animales, se les presupone la inocencia. En el caso de que los personajes hubieran sido humanos, lo más probable es que el lector hubiera hecho proyecciones propias, desarrollando fobias o filias sobre su caracterización.
¿Las fábulas son un reflejo de experiencias personales o son historias ajenas que conoces?
—En realidad, son consultas individuales del Árbol del Karma transformadas en fábulas. Lo que hice fue seleccionar cuáles serían las diferentes tipologías con las que se pueden agrupar las sesiones que tengo y, de tal forma, encontrar el caso más clarificador respecto a cada categoría.
¿Hubo alguna fábula que te costó escribirla más para mostrar una enseñanza?
—La verdad que todas me resultaron bastante clarividentes para hacer su transcripción en fábula. Cada caso estaba muy definido y estudiado, ya que el Árbol del Karma te posibilita conocer las causas, consecuencias y desafíos del destino y de la personalidad del consultante. Simplemente era transformar los personajes en animales, y los acontecimientos en situaciones que les pudieran ocurrir.
El libro se ha escrito solo. En el arte, muchas veces el proceso se atasca y no somos capaces de escribir. Sin embargo, en otras ocasiones de repente tienes la inspiración. Como decía Mozart: “no sé de dónde sale lo que compongo, pero estoy seguro que no tiene nada que ver conmigo”. Cuando una obra está destinada a ser publicada sale sola.
Portada de ‘Fábulas que sanan’, de Mariano Alameda
¿Qué fábula le recomendarías a una persona que no está a gusto consigo misma ni ve nada claro en su vida?
—Para que esa condición tenga lugar, hay una causa o un sumatorio de causas por detrás. Por ejemplo, un desafío que es demasiado grande para mi propia potencia personal, que precisamente esa es la definición del miedo. El miedo es la distancia entre mi potencia personal y el tamaño del desafío; si el obstáculo es menor a mi esfuerzo, no existe el miedo, pero sí hay motivación hacia la acción.
Por tanto, debe comprobarse si la pérdida de esperanza o la tendencia a percibir todo como negativo en el futuro tiene que ver por un problema de miedo, desamor, insuficiencia, abandono, etc. Hay que averiguar cuál es la justificación subyacente a dicho problema, pues para solucionar un síntoma es necesario conocer qué es lo que lo está provocando. Fábulas que sanan va más de causas que de efectos.
¿Dónde propondrías que una persona empezase a buscar esas causas?
—En el Árbol del Karma.
¿En qué consiste el Árbol del Karma?
—Es un test de 100 preguntas que yo le hago a la persona para realizar, entre otras cuestiones, el análisis de un personaje de arte dramático: cómo es, cuál es su destino, qué estrategia plantea frente al futuro, cuál es la causa de lo que le sucede, el por qué, etc.
Después de hacer el test, la persona recibe una lectura larga y específica sobre las causas, consecuencias y estrategias ajustadas a su verdadera situación. El Árbol es capaz de cambiarla y ser consciente de que lo que le sucedía era, en realidad, otra cuestión.
¿Cómo desarrollaste este sistema de análisis de identidad? ¿Tardaste mucho?
—Llevo 18 años. El Árbol del Karma nació cuando yo era actor profesional de teatro para saber cómo tenía que interpretar un personaje, porque también tenías que hacer un estudio de su psicología.
Entonces, me di cuenta de que cuando el actor está atascado y no puede desarrollar bien el personaje es debido a que no está entendiendo de qué va la historia, el personaje o incluso la obra. Para eso están los directores, que aclaran todas estas incertidumbres.
Una vez tienes todo esto claro como actor, de repente el personaje fluye de una manera natural, libre y espontánea y todo cuadra en la obra. Por ello, pensé que cabía la posibilidad de que esta metodología también pudiera aplicarse en problemas personales, y empecé a utilizar las técnicas de arte dramático como armas de la vida propia.
Por tanto, las técnicas que se emplean para construir un personaje, ¿se pueden utilizar para conocer cómo es una persona?
—Una persona es un personaje que tú te crees. Los seres humanos pensamos que somos de una determinada manera porque nos contamos una historia sobre nosotros mismos. Pero, en muchas ocasiones, ese relato está condicionado por situaciones pasadas, como experiencias infantiles. Aclarar una acción y su causalidad hace más sencilla la interpretación de uno mismo.
¿Todo tu trabajo se centra en el Árbol del Karma o utilizas otro tipo de metodologías?
—Solamente hago consultas individuales del Árbol y enseño su técnica para la formación de profesionales. Aunque también doy cursos y conferencias sobre temáticas concretas y convoco retiros para tratar cuestiones psico-espirituales.
¿Consideras que Fábulas que sanan ha sido el proyecto más importante emocionalmente hablando?
—No lo pondría en un grado de emocionalidad, pero sí de ‘apetencia personal’. Para mí este libro es una forma tierna y dulce de transmitir enseñanzas profundas. El Árbol del Karma es una técnica profesional específicamente diseñada para ofrecer un servicio a la gente, una ayuda. Las fábulas, en cambio, son mi entretenimiento a nivel artístico.
Mi libro anterior, Las enseñanzas del perro Zen, sí tenía una enorme carga emocional, puesto que lo escribí al día siguiente del fallecimiento de mi perro, por lo que era una narración-homenaje a él. Ahí redacté todo lo que había aprendido con mi perro en los años anteriores. Me ayudó a pasar el duelo.
Para finalizar, ¿qué mensaje le darías al público para que se interesen por leer Fábulas que sanan?
—Es un libro estupendo para tenerlo en el cabecero de la cama y leerlo cada noche; ya no solo cada noche, sino leer varias veces cada una de las historias. Estas tienen muchas capas de comprensión y entenderlas todas puede conducir a la revolución y el desenredamiento de algún que otro nudo personal escondido.
Las manifestaciones artísticas pueden poseer dos vertientes: el entretenimiento y la enseñanza. Las grandes canciones, parábolas, historias o fábulas se mantienen en el tiempo porque tienen resonancia en el público; transmiten una enseñanza profunda y perpetúan porque son universales. En cambio, las obras que son puro entretenimiento se consumen al momento de disfrutarlas. Al encontrarse en sintonía con el funcionamiento de la realidad, el ser humano necesita el tipo de arte que comparte un mensaje.