Érase una vez, en un pueblo mágico muy lejos de aquí, un lunes por la mañana cuatro duendes se disponían a ir al colegio. Bastian, con sus ganas, su ímpetu, su fortaleza. La alegre, cantarina y charlatana Iris. Aldo, el melancólico y solitario. Y Mía, la calma y tranquilidad, que acostumbra a dejar que otros se adueñen del foco. Los cuatro, diferentes. Los cuatro, ejemplos perfectos de los distintos temperamentos.
En estos cuatro personajes se centra este episodio de Cómo está el patio. En él, Pax Dettoni recuerda que “no somos iguales como individuos, pero tampoco como temperamentos”. Distinción fundamental, sobre todo, a la hora de tratar con niños pequeños, pues “la educación emocional no sirve igual a todos los temperamentos, no todos tienen las mismas necesidades”.
“Hay niños que tienen más habilidad naturalmente hacia la empatía. Y hay otros que son más impulsivos y necesitan gestionar más”, expone la experta en educación emocional, quien recuerda que “no se puede asumir que ésta va a ser igual para todo el alumnado”.
La historia de Bastian, Iris, Aldo y Mía la encuentra uno en su libro Edúcame en lo que soy y para lo que seré, una obra creada para docentes de Infantil y Primaria cuya motivación, según cuenta su autora, es “dar herramientas, profundizar en la educación emocional”, ahondando en un concepto “tan antiguo como la medicina”, como son los temperamentos. En ellos, insiste, se debe fijar el docente a la hora de tratar con sus alumnos, sobre todo en las edades más tempranas.
Según Dettoni, “todo el mundo tiene una individualidad y un cuerpo físico. El cómo se pega esa individualidad con el cuerpo… es temperamental. Es una manera de colocarse en el mundo”. El temperamento, señala, es hereditario. “No lo escoges, y tampoco lo vas a poder cambiar. Lo único que vas a poder hacer es aprender a manejarlo, y eso es cuando eres niño”, analiza. Este, añade, es la base “para que se empiece a desarrollar el carácter”. “Es esa tendencia natural a relacionarse con uno mismo y con el entorno”, concreta.
En función del temperamento que se posea, prosigue, las emociones tenderán a estar más o menos presentes en la vida. Así es como Bastian, que “se pelea con quien sea, y desayuna corriendo y se va corriendo”, le da un golpe gigante a cualquier obstáculo que se interponga en su camino al ir a clase. O como Iris “se despierta rápida, contenta, se pone a cantar, y quiere ir al colegio para hablar, para jugar”, y, al hacer frente a la misma piedra que su compañero, se la toma “como una aventura”. “La escala, habla con una ardilla, con otra…”.
Aldo, por su parte, se despierta antes para ir con tiempo a la escuela “con calma, va lentamente. Eso sí, su mochila está completamente ordenada. Todo lo tiene preciso”. Es callado, le gusta la soledad. Al encontrarse con la misma piedra, “se sienta, la mira, y se pone a llorar, que todo le sale mal. Y se vuelve a casa para buscar ayuda”. Un ejemplo de un temperamento “con una grandísima sensibilidad”.
Por último está Mía, a la que le gusta dormir. “No tiene prisa, llega tarde” y, al encontrarse un obstáculo, “se sienta, lo mira, no tiene prisa… se pone a comer sus galletitas mientras espera. Llega a clase lenta, a su ritmo, pero llega”.
Tal y como recuerda la creadora del Teatro de Conciencia, “todos los temperamentos son necesarios, no hay uno mejor que otro”. Sin embargo, critica, “tanto la educación como la sociedad están promoviendo solamente dos de estos cuatro temperamentos”. Y es que en las aulas, donde se asume que los personajes de Bastian e Iris son mejores, se “invisibilizan” los otros dos temperamentos. “A estos niños no se les suele ver”, afirma. Y esto supone un problema, particularmente en situaciones de acoso escolar.
“Si esto no se ve, un docente puede cometer el error de sentar a dos temperamentos que no casan juntos. Y una no va a decir que el otro la insulta, que la pega. Y el maestro o la maestra de Bastian le va a colocar de agresor, de matón”, valora. Por ello, la experta en educación considera que “hay que ser conscientes de que no lo ha escogido, tiene ese temperamento y esa necesidad de agredir”. “Cuando el docente es consciente de que el alumno carga con esto, va a enseñarle a que mire, identifique su rabia y le gane la batalla”, promete Dettoni.
En el aula, tal y como narra, los temperamentos de Bastian e Iris piden la “atención constante”. “El docente se centra en ellos y se olvida de los otros”, en los que se encuentran valores “como la paciencia, la observación, la reflexión”. “Esto es lo que nos está faltando hoy en la sociedad”, apunta la antropóloga social.
En este sentido, Dettoni se muestra muy crítica con un sistema que, declara, “no facilita” estos valores. Y pone en el foco a los profesores. “Cuando estamos hablando de personas adultas hay elecciones: ¿qué tipo de docente quiero ser? Tengo 30 alumnos que van a estar conmigo, y tengo que decidir cómo va a ser ese tiempo”, subraya. “Es una responsabilidad individual”, certifica.
Y va más allá: “Una de las cosas que creo que está pasando en educación, y me preocupa mucho más que el sistema, es la falta de adultos”. “No hay adultos. Hoy día ser adulto no mola, es mejor ser joven lo máximo que puedas”, reprocha Dettoni, quien expone que “los jóvenes necesitan adultos de referencia… y no los están encontrando”.
Por ello, llama la atención de los docentes, a quienes pide vocación. “Si has decidido ser profesor, sé coherente. El profesor tiene a su discreción individual para escoger cómo quiere educar y cómo quiere estar”, concluye.