Que les cuenten a los miles de riojanos que colmaron la plaza de la Ribera que la tauromaquia no es cultura. Pero que se lo digan de frente y por derecho, que a lo mejor oyen lo que no quieren oír. Y que se … lo pregunten también a los aficionados catalanes que vivieron aquella mentira política que llevó a la prohibición contra derecho de las corridas de toros en aquella tierra. Que lo digan bien claro y alto, sin la hipocresía de partidos como el socialista que no salía del sí pero no hasta asestar el golpe definitivo, como un arreón de manso.
Cultura, con mayúsculas, la brava corrida de Núñez del Cuvillo, como homenaje a ese tesoro medioambiental que es el toro de lidia. Toros en la frontera de los cinco años, mes arriba mes abajo, excepto uno, el cuarto, que en unos días iba a cumplir los seis. Alegres en sus arrancadas al caballo, con mejores o peores maneras, pero con el denominador común de la sangre brava.
Y enfrente dos toreros, el viejo maestro y el alumno aventajado. Diego Urdiales y Aarón Palacio, supervivientes de un cartel del que a última hora se cayó el peruano Roca Rey y afrontaron la tarde en mano a mano. Feliz decisión de dos diestros en las antípodas de sus carreras. El riojano disfrutando de una soberbia madurez con un toreo reposado con aires añejos, y el aragonés con una ambición sin freno, el entusiasmo por el triunfo con la base del toreo eterno.
En ese camino discurrió la tarde, cultura recordada por los viejos aficionados y cultura por aprender y ejercer entre los más jóvenes, que en las plazas son cada vez más.
Urdiales le cortó las dos orejas al primero tras una faena intermitente en los espacios, que dejó dos momentos imborrables. Con la mano izquierda jugaba la embestida del Cuvillo cuando surgió como una luz cegadora un natural inmenso dentro de una buena serie. Pero ese, ese, es de los que no se olvidan, por la colocación del torero, por la profundidad, por los pitones embebidos en la tela, por el trazo largo hasta más allá, por el rugido que desató en los tendidos. Y aún hubo otro momento, también con la zurda en el final a pies juntos. Estocada fulminante, como la que le recetó al quinto, que ya valía un trofeo, colofón a una faena con poso y reposo, que fue saboreada por los paisanos. En el tercero la cosa no acabó de levantar el vuelo.
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Plaza de toros de Logroño.
Martes, 23 de septiembre de 2025. Tercera de feria, tres cuartos de entrada. se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presencia, serios por delante y bravos. -
Diego Urdiales,
de tabaco y oro. Estocada (dos orejas). Pinchazo, estocada contraria y descabello (silencio). Estocada. Aviso (oreja con petición de la segunda). -
Aarón Palacio,
de verde y oro. Pinchazo y estocada desprendida (silencio). Pinchazo y estocada. Aviso (oreja). Estocada (dos orejas).
Al joven aragonés Aarón Palacio le ofrecieron la sustitución de Pablo Aguado, primera caída del cartel, y asumió el reto tras el triunfo del domingo. Después le propusieron el mano a mano, y tampoco volvió la cara. Como en la plaza. Tarde de ambición, de un deseo sostenido en la búsqueda del triunfo.
Todo eso lo transmite al tendido, y, si además, las formas y los hechos se sustentan sobre la base del buen toreo, el resultado es fácil de adivinar. El segundo fue el cuvillo que dio menos opciones, pero al cuarto, el que para el Pilar iba a cumplir los seis años, le plantó cara y se sobrepuso a todo lo que de toro viejo tenía el animal, que no era poco. Un pinchazo hizo que todo quedara en una oreja.
Veía al maestro que ya tenía asegurada la puerta grande y se pasó muy cerca los astifinos pitones del sexto. Salió a arrancarle las orejas y compuso una faena que fue siempre a más, variada, entregada al máximo y firmada con una estocada de libro. De esas que ya son historia y están en todos los volúmenes que cuentan toda la inmensa cultura de la tauromaquia.