En su célebre ensayo ‘Sobre la fotografía’, Susan Sontag afirma que las fotografías han revelado que la belleza existe por doquier. Y Edward Weston es el mejor ejemplo de ello, con su capacidad para extraer relevancia estética de temas, situaciones y objetos … inesperados. Véanse un pimiento, una hoja de col, una seta venenosa, una alcachofa cortada por la mitad, una calabaza, un huevo y hasta un váter. También la extrae de asuntos esperados, como desnudos femeninos o hermosas dunas. Para él, no había jerarquía de temas. Trata con la misma maestría, y extrae la misma belleza, de un celebérrimo desnudo de su segunda esposa, Charis Wilson, sentada sobre una manta, a la que no vemos el rostro (el protagonismo lo tienen los brazos, las manos, las piernas y los pies), como de una sencilla hortaliza o los áridos paisajes californianos.
Edward Weston. ‘Desnudo’, 1936
Siempre en primer plano, sobre fondo neutro, fue capaz de transformar lo banal, lo trivial, en extraordinario y sublime. Explicaba el propio Weston sobre su entusiasmo por retratar un inodoro (‘Excusado’ es el título de la foto en cuestión): «Podría sospecharse de humor cínico que yo aborde un tema así. Pero se trató de una respuesta estética absoluta por la forma. Durante mucho tiempo me había planteado fotografiar este útil y elegante accesorio de la vida higiénica moderna, pero no fue hasta que contemplé realmente su imagen sobre mi vidrio esmerilado que me di cuenta de las posibilidades que tenía ante mí. ¡Me quedé encantado! Ahí estaban todas las curvas sensuales de la ‘forma humana divina’, pero sin imperfecciones«. Y acaba con una ’boutade’, una provocación: »Nunca alcanzaron los griegos una consumación más significativa de su cultura y, no obstante, por alguna razón, el esplendor de sus circunvoluciones inmaculadas y el movimiento henchido y amplio con el que avanzan refinadamente sus contornos me recuerdan a la ‘Victoria de Samotracia’«. Marinetti, al menos, comparaba la obra maestra del Louvre con un coche. Para él, un automóvil a toda velocidad es más hermoso que la ‘Victoria de Samotracia’.
La Fundación Mapfre exhibe, hasta el 18 de enero de 2026, en su sede del madrileño Paseo de Recoletos, una antológica del elegante fotógrafo norteamericano, uno de los grandes nombres de la fotografía moderna. A través de 178 imágenes, todas en blanco y negro, ‘Edward Weston. La materia de las formas’, organizada con el apoyo del Center for Creative Photography de la Universidad de Tucson, Arizona, recorre más de cincuenta años de carrera de un prolífico artista, que quedó truncada por el Parkinson.
Autodidacta, Edward Weston (nació en 1886 en Highland Park, Illinois) recibió de su padre a los 16 años un regalo que le cambiaría la vida: una cámara Kodak Bulls-Eye nº 2. Sus primeros pasos se encaminaron hacia el pictorialismo, pero muy pronto lo abandonó. Se traslada a vivir a California. Precisamente, la costa oeste de Estados Unidos tiene una relevancia enorme tanto en su vida como en su obra: fotografía los paisajes de Arizona, Yosemite, el Valle de la Muerte, el desierto de Mojave, Point Lobos, Carmel (localidad de la que Clint Eastwood fue alcalde)…
No es posible dejar al margen de su trabajo sus relaciones sentimentales con musas y amantes como Charis Wilson, Margrethe Mather, Sonya Noskowiak y Tina Modotti. Con esta última viaja en 1923 a México, donde se relacionaron con el ambiente de Diego Rivera y Frida Kahlo y amplió su horizonte visual.
Paisajes y retratos
Edward Weston. Arriba, ‘Dunas’, Oceano, 1936. Sobre estas líneas, a la izquierda, ‘Nubes’, Valle de la Muerte, 1939. A la derecha, Guadalupe Marín de Rivera, 1924
Cofundador del colectivo de fotógrafos Grupo f/64, Weston contribuyó, junto a sus colegas Alfred Stieglitz y Paul Strand, a situar la fotografía a la misma altura que la pintura y la escultura. Sus imágenes, explica el comisario, Sérgio Mah, son de un absoluto rigor y dominio técnico, formal y compositivo, marca de la casa; de una extrema simplicidad y originalidad, de una nitidez extraordinaria. Su forma de ver, de mirar a través de su cámara es intuitiva, intensa, inmediata. Elimina lo accesorio, anecdótico e innecesario. Hay en sus fotografías una ausencia de escala, un aislamiento del objeto, un énfasis en el encuadre. Elimina las barreras entre figuración y abstracción.
La exposición revisa toda su trayectoria: desnudos (fragmentados, completos, frontales, de espaldas…), sus áridos y sublimes paisajes del Oeste de Estados Unidos, los fenómenos meteorológicos, sus bodegones con vegetales, frutos y conchas marinas… En agosto de 1930 toma otra de sus fotografías más famosas, ‘Pimiento nº 30’. A buen seguro, Robert Mapplethorpe debió verla. Recuerda mucho la estética de sus instantáneas más eróticas. Y es que, al igual que ocurrió con el ‘Excusado’, Weston también supo retratar a una humilde hortaliza con sensualidad. «Es un clásico, plenamente satisfactorio, un pimiento, pero más que un pimiento; abstracto, en el sentido de que existe completamente al margen del tema. No tiene atributos psicológicos, no despierta emociones humanas: este nuevo pimiento lo lleva a uno más allá del mundo que conocemos en la mente consciente».
En 1941, Weston recibió el encargo de ilustrar un clásico: ‘Hojas de hierba’, de Walt Whitman. Para ello se propuso viajar durante dos años por todo Estados Unidos. Hizo unas 800 fotografías, que destilan nostalgia, melancolía… Para Whitman, «la majestuosidad y belleza del mundo están latentes en cualquier pizca del mundo». Una idea que Weston compartía. En 1946 el MoMA de Nueva York le dedicó una retrospectiva, pero el Parkinson ya había comenzado a debilitarle. Murió en 1958 en Wildcat Hill. Sus cenizas fueron esparcidas en Pebbly Beach, Point Lobos, que pasó a llamarse desde entonces Weston Beach.