El analista político y pensador David Rieff (Boston, 1952) -que hoy domingo interviene en el Hay Festival Segovia- acaba de publicar el ensayo ‘Deseo y destino’ (Debate, traducción de Aurelio Major), un lúcido análisis crítico de los movimientos identitarios que, nacidos en los campus … americanos, se han impuesto en los últimos años en nuestras democracias liberales. No esquiva ninguna pregunta, al contrario, pero, por centrar el tiro, empezamos concretando a qué nos referimos cuando hablamos de ‘wokismo‘:
—Podríamos definirlo como una idea secular de reforma moral que hunde sus raíces en el protestantismo. Es un producto intelectual del mundo anglosajón que sostiene, como el cristianismo, que los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos. Es un movimiento profundamente presentista, por eso cree que la relevancia del pasado, mejor o peor, debe ser ignorada. Desprecia la tradición, lo que importa únicamente es nuestra época, el presente, nuestras ideas. Hay en esto una moralización de la cultura y ahí estaría la clave: aspira a una remoralización del mundo.
—Dirán que está justificado por las buenas intenciones de una necesaria justicia social, por un bien superior.
—Las buenas intenciones no tienen mucha importancia. Salvo violentos extremistas de la más dura derecha o de la más dura izquierda, todo el mundo actúa con la mejor de las intenciones. Sería un error intelectual pensar que las buenas intenciones lo justifican todo. Ya sabes lo que dice la Biblia: el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones. Yo soy un empírico, quiero ver los resultados. A lo largo de la historia y en todos los países hemos visto movimientos con buenas intenciones que han provocado mucho daño y sufrimiento. Las ideas que animan a las políticas identitarias izquierdistas de nuestra época, al ‘wokismo’, son ideas de justicia, de igualdad, de cambiar la moralidad en un mundo injusto. Pero es que nuestro mundo es injusto, es un matadero. Y, si alguien lee el periódico cada día, confirmará esta conclusión.
—Precisamente ellos hablan de ese ‘despertar’ ante una realidad injusta que, para ellos además, es binaria: un sistema de opresores y oprimidos.
—Cualquier movimiento reformista, no diré totalitario pero sí totalizante, tiene un análisis completamente binario que divide la sociedad entre opresores y oprimidos. Y, como en una religión, no acepta el matiz. El estado de ánimo ‘wokista’ es moralista absolutista. Para ellos, reprocharles el entender el mundo de manera binaria y sin matices es equivalente a justificar, y casi celebrar, todo lo malo.
—Y no contemplan jamás el perdón.
—El perdón no es una gran especialidad calvinista.
—¿Por qué rechazan todo lo que pueda remitir a tradición?
—En esa política identitaria llamada ‘woke’, lo importante no es la inspiración individual (un Calderón de la Barca, un Cervantes), es la idea que representas para tu pueblo, tu grupo racial, tu grupo sexual. Esta es una visión moralista pero también sociológica de la cultura en nombre de la justicia. No es relevante en términos de complot, no hay una intención de exterminar por maldad: la idea es la de una reforma salvadora. Se opone siempre a la idea de energías de calidad, porque para ellos eso (mérito, esfuerzo, talento) atenta contra la igualdad y la justicia social. Por eso busca un pretexto moral para acabar con la alta cultura (la difícil, la elitista, la emancipatoria) y busca una victoria de lo kitsch.
—Me interesa mucho un debate abierto en EE.UU. y que está llegando aquí torpemente, que es el de la existencia de un ‘woke de derechas’. He leído argumentos a favor (James Lindsay o Konstantin Kissin) y argumentos en contra (Erik Kaufmann o Yoram Hazony) y, de momento, estoy con los últimos. Si usted está a favor, convénzame de ello.
—No, no, para nada. Es indiscutible que hay estrategias y tácticas de la derecha trumpista que se desarrollan de la misma manera que el wokismo. Pero la contrarrevolución trumpista, por llamarla de algún modo, no es un ataque contra las herejías sino contra una herejía específica, que sería la izquierda liberal, como se dice en Estados Unidos. Hay, pues, una diferencia profunda. Entonces, no: veo similaridades y veo diferencias, pero la idea de ‘woke’, que es establecer finalmente una justicia social para los oprimidos mediante una remoralización del mundo, no tiene nada que ver con la visión de esa contrarrevolución.
—Tampoco la libertad de expresión es una de las causas del ‘wokismo’. ¿Qué le han parecido las reacciones ante el asesinato de Charlie Kirk?
—Las redes sociales enfatizan locuras y expresiones de opinión violentas, y esto no es exclusivo de izquierdas o de derechas. Hay razones materiales y de negocio, porque la más extrema retórica es premiada y más gente ve tus publicaciones. La estructura de las redes es una invitación a expresar la versión más extrema de tu pensamiento. Así que no me ha sorprendido. Umberto Eco escribió una vez que el problema de las redes es que, antes, el borracho en el bar decía barbaridades pero no había que escucharlo ni tomarlo en serio. El problema es que ahora mucha gente joven se informa en redes y la prensa, ya sea de izquierdas o de derechas, tiene muchos menos lectores. El asesinato de Kirk ha demostrado una vez más que el extremismo domina las redes. Lo que me pregunto ahora es si la reacción de Trump va a ser tomar medidas mucho más extremas contra la izquierda antisistema y el ‘wokismo’. Y yo apostaría a que sí.
—¿Estamos ante el fin del ‘wokismo’?
—No, porque el ‘wokismo’ no tiene ningún problema para reconciliarse con el capitalismo. Ninguna de sus ideas lo cuestiona en profundidad porque no tienen un análisis económico, todo su analisis es cultural y social. No ofrece una alternativa económica y por eso no es una amenaza para el negocio, ni siquiera es molesto o incómodo. En cierto modo, con ellos hay más mercado al que vender nuevos productos. Además, con un pretexto moral que lo legitima. Y todo el mundo quiere imaginar que está del lado bueno. Incluso el régimen nazi de Hitler tenía el convencimiento de obrar en nombre de un bien superior. ¿Quién no tiene buenas intenciones?