Se quedó una buena noche para dejar de fumar: poco había que celebrar a la salida de lo que tanto prometía y apenas fue. Se presentía el clímax de la temporada con el cara a cara entre Morante de la Puebla y Roca Rey, … dos titanes en pugna tras un verano de rivalidades y ecos de polémica. Hasta la Torre del Oro, atalaya áurea que guarda secretos de navegantes y alguna que otra noche de boda, llegaba el susurro del gran acontecimiento taurino de septiembre. ¿Cómo se puede enviar una corrida tan fea, con tan poco lujo en sus hechuras, para las dos grandes figuras? Era la Maestranza el escenario del agarrón más esperado entre el cigarrero y el limeño después de lo de Santander y El Puerto, después de causar baja el de La Puebla en Valladolid y Albacete. Por fin, sus ojos se cruzaron en Sevilla, territorio esencialmente morantista, con el público deseoso de ver otra magna faena de José Antonio en su histórica temporada y otra parte deseosa de que a Andrés se le fuera un pie. Enrarecido el ambiente, más propio de Madrid, con el peruano. Pero aquí no habría ni vencedores ni vencidos: la novelería superó con creces a la realidad. Ni hubo duelos al anochecer, ni miradas que cortasen como cuchillos de nácar. Ni un quite que voltease la tarde. Paz entre los protagonistas con ese abrazo último en una corrida que un espectador definió con claridad cuando doblaba el último: ¡vaya petardo, ganadero! Soberano, fiel al dicho de ‘domingo de expectación, domingo de decepción’. Solo el tercer ‘No hay billetes’ consecutivo en esta Feria de San Miguel –en la que Ramón Valencia se ha anotado un tanto con semejante demanda taquillera– relucía en el broche del serial.
La lluvia que amenazaba sería lo de menos. Aguada andaba la bravura de los toros de Núñez del Cuvillo, una ganadería de lujo sin lujo en su trapío ni en sus embestidas… Salvo el toro de la alternativa de Javier Zulueta, el mejor con diferencia, a años luz de sus hermanos. Clásico su vestido, ‘bendecido’ en la basílica de la Macarena por el Señor de la Sentencia. Empujaron los tendidos a Zulueta desde su saludo por chicuelinas y verónicas, queriendo siempre. A las siete menos doce minutos Morante le cedía los trastos en presencia de Roca. Y el hijo del alguacilillo brindó a su padre, que pisó el ruedo en medio de una ovación atronadora. Rodilla en tierra descorchó la faena, con un bonito cambio de mano. Buscó el temple a derechas, aunque hasta que no cató el buen lado zurdo no arrancó la música. Digna su labor, que no pasó los límites de la corrección, pero en la que se vio su preparación para este salto al escalafón superior. Los ayudados finales –¡cómo gusta el toreo a dos manos!– escondían el posible premio, pero pinchó a Lanudo, un animal ideal para un doctorado que se arrastró intacto. Sí cazaría al deslucido sexto, pero a esas alturas ya iba la función en caída libre, con caras largas por lo que se soñaba y no fue…
Como no sería en el primero de Morante. Un silencio ya no de misa en la catedral, sino de Vaticano, se hizo. Esperaban al Genio de La Puebla con los dedos en los botones, dispuestos a desabrocharse las camisas. Pero al sevillano no le agradó nada este Violeto, andarín, pensativo, desentendido… Inservible. Con la espada de verdad salió, desganado, con la ilusión dormida. Violeto no era su toro. Y pronto lo envió a otra vida entre aplausos.
No mejoró la cosa en el siguiente capítulo: con una cornadita (alguno hablaba de cerrojazo, qué cosas) apareció el tercero. Era Sombrerero un toro de finas hechuras para el que asomó el pañuelo verde. El tiempo ganado con la brevedad morantista se perdía ahora… Bastas las pezuñas del sobrero, un bruto cuvillo que incomodaba mucho, de esos que en otras manos hubiesen oído pronto los cascabeles. Pero Roca Rey, en medio de ese clima de crispación y con la música callada, tiró de su raza de figura y se marcó una faena para profesionales, en la que expuso y mandó sobre la incertidumbre de Jugador. Una serie de látigo y seda, de poder y esa búsqueda del temple, despertó las gargantas. Se atascó con el acero y todo quedó en silencio. Ya con el ambiente más calmado, sí mataría al deslucido quinto, con el que no se dio mucha coba después de empeñarse en un inicio de rodillas con un animal huido. Para colmo, lo prendió y pisoteó en un dramático momento. La Estrella, la Virgen a la que reza, le echó un capote; Morante, en un gesto torero, salió presto.
Después de quedar inédito en su primero, la gente se aferraba al otro de José Antonio. «Ahora va a ser», se escuchaba. Pero este Ganador solo tenía de eso en el nombre: menuda porquería. Una tijerilla de hinojos despertó la esperanza. Y esa danza por Chicuelo, con una media por perezas y una airosa revolera. Arrebatado, queriendo, con ganas de quedarse a solas con el cuvillo tras la intensa lidia de Domínguez. El estreno por ayudados, con ese molinete invertido, prendió la luz. Y alumbró hasta las sombras más oscuras en un hermosísimo natural, un sobrenatural de eternidades, de los que se recordarán ya con el telón echado. Un milagro con un animal que se vencía, otro toro para completar un completo desastre ganadero, que sirvió para sellar la paz entre Morante y Roca. Y pelillos a la mar (¿o no?) con ese abrazo por la cintura final.
-
Real Maestranza de Sevilla.
Domingo, 28 de septiembre de 2025. Última corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de Núñez del Cuvillo, sin lujo, de fea presencia en general y mal juego, salvo el notable 1º. -
Morante de la Puebla,
de azul Baratillo y oro: pinchazo hondo (silencio); casi media tendida y dos descabellos (saludos). -
Roca Rey,
de gris plomo y oro: tres pinchazos y estocada delantera (silencio tras aviso); estocada (silencio). -
Javier Zulueta,
de merino y oro: tres pinchazos y estocada desprendida (saludos); estocada desprendida (palmas de despedida).