Jan Lisiecki (Calgary, Canadá, 1995) no hace sonar a Chopin con sus manos sobre el piano sino que pinta sus preludios con la precisión de Church y los matices de Miró, espontáneo en la expresión pero medido en la ejecución. El arte de formar programas … para un concierto como ‘Preludios’, que interpretó el martes en el Auditorio Nacional, dentro del ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo dentro, requiere para Lisiecki la misma destreza que se necesita para conformar una sala de un museo como las existentes en la primera planta del Thyssen. Ordenar a Chopin, Szymanowski, Rachmaninoff, Bach y de nuevo Chopin es disponer a Georgia O’Keeffe, Roy Lichtenstein, Lee Krasner y Joseph Cornell en un habitáculo. Así lo reconoce mientras entra en esa misma sala del museo con la timidez y al tiempo seguridad con la que entró horas antes en el Auditorio Nacional para su concierto. El joven saludaba tímidamente al público mientras se sentaba frente al instrumento y cerraba los ojos. Cinco segundos después posaba sus dedos sobre el piano. Ya había abandonado la sala para entregarse a Chopin. «Creo que dentro de todos nosotros hay una cierta afinidad por la música y en mi caso tuve la suerte de simplemente descubrirla por casualidad. De niño haces muchas cosas. Esquiaba, nadaba… Empecé a tocar el piano a los cinco años por una serie de casualidades desde que una maestra de preescolar dijo a mis padres: ‘Deberían empezar con la música’. Supongo que la música me encontró a mí más que yo a la música», reconoce el joven pianista horas después en el museo.
A lo largo del concierto su timidez comienza a transfigurarse en certezas, con cabezas que iban y venían sutilmente sobre los compases de los preludios de Karol Szymanowski, polaco como Chopin. El joven intérprete fue criado en Canadá aunque tiene sangre polaca. «Mis raíces tienen influencia en lo que hago. Como polaco admiro a Chopin, como todos los polacos. Pero como pianista creo que me gusta Chopin simplemente por lo que es como compositor. Tengo ese equilibrio internacional y puedo abordarlo desde una perspectiva neutral. Canadá es un país increíble para artistas, para músicos, para actores… Teniendo en cuenta lo pequeña que es su población hemos tenido un gran número de artistas de pop famosos, pero también en la música clásica. Creo que parte de ello probablemente sea nuestro espacio, nuestra naturaleza y quizá nuestros inviernos largos y fríos que nos obligan a hacer otras cosas».
Los movimientos de su cabeza incluyen algún que otro salto sobre la banqueta. Su cabeza se mueve y su pelo se revoluciona mientras el público baila con él. Cuando toca parece que solo hay certezas, como en su vida. «Por suerte nunca he tenido ni siquiera un momento en el que sintiera que ya había tenido suficiente de la música o que esta vida era demasiado difícil para mí. Por supuesto, como con cualquier cosa que quieras hacer, necesitas hacer sacrificios. No todo son alfombras rojas y gloria. Hay muchas cosas que personalmente tienes que decidir hacer. Pero claro, amar el arte, amar lo que hago y también todo lo que me da –estas experiencias increíbles en la vida–, significa que los sacrificios quedan muy superados por los aspectos positivos», asegura el pianista.
Jan Lisiecki
Y tras un salto se sobrecoge. Su cuerpo comienza a esconderse detrás del piano. Acerca su oído a las teclas, cierra los ojos, gira su rostro hacia una esquina del auditorio y los abre. Lisiecki está en la sala y al mismo tiempo vuela sobre las notas de Chopin. Frédéric Chopin de nuevo. «La música es sin duda un reflejo de tus propias experiencias personales pero también puede ser una vía de escape increíble para muchos compositores y muchos artistas, como lo es interpretar, crear arte. Incluso cuando miramos alrededor aquí, en esta sala del Thyssen, el arte creado no es necesariamente un reflejo de tus emociones más íntimas sino un reflejo quizá de tus sueños, de tus ambiciones o simplemente de tu imaginación. Y eso siempre se basa en lo que haces; por eso también vengo a lugares como este, porque me inspiro mucho viendo lo que hacen otros, escuchando otros conciertos, escuchando otra música», comenta mientras señala un Miró de la sala. Lisiecki no se desnuda en el escenario pero sí se expone. «Cada sentimiento que tienes lo dejas allí para todo el público, sales y de repente estás compartiendo esas cosas tan íntimas con extraños. Es difícil pero así es para todos los que estamos aquí y creo que solo hay que abrazarlo y disfrutarlo», afirma contundentemente.
Límites y soledad
Los preludios de Rachmaninoff que interpretó en el Auditorio Nacional son los mismos que interpreta horas después también en la tienda de pianos Hinves. Entre los Steinway & Sons se contiene algo más pero en la sala sinfónica se retorcía hasta el punto de estirar las piernas mientras agitaba su cabeza. Lisiecki se abalanzaba sobre el piano mientras Rachmaninoff retumbaba en todos los rincones de la sala ante un público maravillado. Era una batalla. «En la música no existe la perfección; lo que intentamos lograr son momentos mágicos. Un concierto es simplemente la culminación de esos momentos. Mi objetivo en un concierto va más allá de impresionar y mostrar lo que puedo hacer. Es inspirar y compartir música hermosa. Y durante esas dos horas aproximadamente habrá momentos increíbles y habrá otros que probablemente podrían haberse hecho de manera distinta, no necesariamente mejor. Y eso cambia de un día a otro», reconoce con sencillez rodeado de pianos en el establecimiento. Hacer un examen de conciencia sobre lo que hizo horas antes en el auditorio no le hace llorar o machacarse por lo que hizo, sino mejorar. «Si dejas de hacerlo empiezas a copiarte a ti mismo. Y como nunca puedes alcanzar la perfección en la música, entonces no es que te estanques sino que en realidad la calidad baja. Porque solo intentas copiar algo que nunca fue perfecto para empezar y es como una fotocopia: cada vez se va degradando más».
Jan Lisiecki, pianista canadiense
El joven salió del escenario momentáneamente para regresar con los 24 preludios de Chopin en la segunda parte. Tal es su entrega y éxtasis en el escenario que vuelve con un traje distinto; se ha cambiado después de haber sudado cada nota anterior. Este parón es equiparable a los límites que establece cualquier artista para no caer en el delirio dada la exigencia de la profesión. «Ciertamente intentas poner límites para crear un buen equilibrio pero en última instancia nunca termina de ser perfecto. Siempre estás equilibrando y reequilibrando y el problema final al que nos enfrentamos es que vivo en el presente. Estoy en Madrid. Estoy disfrutando el día. Estoy disfrutando de hablar contigo. Estoy disfrutando de estar aquí en el Thyssen… Pero estamos planificando con dos años de antelación, así que lo que estoy haciendo en 2027 ya está casi completamente planeado y ni siquiera sé cómo me sentiré mañana, y mucho menos dentro de dos años. Lo mejor es simplemente adaptarte a los golpes, siempre intentar ajustarse al escenario. A veces tienes que exigirte. A veces tienes meses difíciles. A veces fáciles. Y tratas de equilibrarlos para que todo encaje. Por suerte, soy muy afortunado en eso. Me despierto todos los días sonriendo y creo que eso hace mi vida mucho más sencilla».
De nuevo Lisiecki regresa solo frente a Chopin con el piano. La vida del pianista es compleja, extraña, solitaria en algunas ocasiones y extraordinariamente acompañada en la mayoría. «No hay nada de normalidad en mi vida. Pero cada día es una aventura y, si lo tratas así, no te frustras por las cosas que no puedes hacer y disfrutas de las que sí puedes hacer si las abrazas. Estoy rodeado en su mayoría de personas extraordinarias; alguien podría decir que estoy solo, en el sentido de que salgo al escenario solo, viajo por mí mismo o con mi familia, pero también conozco gente maravillosa. Podría decir incluso que tengo demasiados amigos en cierto sentido y luego uno intenta verlos a todos».
Cuando termina el último compás de los 24 preludios de Chopin hace un pequeño y discreto gesto de victoria con el puño mientras se pone en pie casi de un salto sonriendo. El mismo gesto que hizo el público en su interior tras terminar un concierto que dejó sin aliento a los espectadores. ¿Cuál es el primer pensamiento de un artista tras terminar la última obra de un recital? «Es curioso porque aún estás pensando en lo que estás haciendo. Hasta el último segundo de la nota el riesgo es pensar demasiado pronto que ya terminaste y entonces la concentración se pierde y tienes dos problemas. Pero mientras tocas incluso si el público piensa: ‘oh, ya terminó’, yo todavía estoy pensando en cuándo soltar el sonido. En ese momento pensaba precisamente en cuándo acabar esa nota para mantener la tensión. Aunque a menudo también hay pensamientos sobre lo que podría hacer diferente, lo que podría cambiar, lo que podría mejorar, porque en lo que hacemos no existe la perfección. Siempre estamos trabajando hacia un ideal mejor, hacia un nuevo ideal. Y eso en realidad es lo que te mantiene en marcha, lo que te inspira».
Entrega y honestidad
Lisiecki interpreta con la técnica de quien lleva una vida disciplinada y austera, y al mismo tiempo con la licencia de quien ha conocido la libertad. En su música hay verdad. Y es que la vida le pone ahora un reto que, en realidad, siempre ha tenido: ser honesto en su arte. «Siempre existe el riesgo de que dejes de ser honrado contigo mismo y con el público y eso puede significar muchas cosas. Puede significar no estar lo suficientemente entregado, preparado o apasionado con lo que haces; estar cansado, estar emocionalmente o mentalmente en otro lugar. Así que creo que esa honestidad es súper crítica para crear algo que valga la pena compartir».
Lisiecki toca una propina tras minutos de aplausos y gente en pie que vitorea. Tras finalizar cruza la puerta mientras saluda dando las gracias. «He tenido suerte porque mis padres fueron muy solidarios y muy útiles pero siempre me mantuvieron fiel a quien soy», reconoce mientras recuerda un acontecimiento que también le enseñó que el mundo es mucho más que los conciertos: la pandemia. «De repente pasé de tener unos cien conciertos al año a tener quizá cincuenta y tuve más tiempo para otras cosas: para la jardinería, para acampar, para estar en la naturaleza, para salir en bicicleta y tener una vida un poco más normal. Me di cuenta de que la música es maravillosa. Es mi vida al cien por cien. Pero la vida tiene mucho más que ofrecer y soy feliz en ambas esferas de existencia».