Custodiados hoy en la Biblioteca Nacional, los llamados Códices Madrid están considerados uno de los legados intelectuales más importantes del Renacimiento. Fueron dos de los cuadernos de trabajo en los que Leonardo Da Vinci, con su característica escritura en espejo, apuntaba de todo: sus investigaciones, notas de sus proyectos, reflexiones…
Es en estos manuscritos «donde emerge la parte más íntima y visionaria de su trabajo», explica a ABC el biólogo molecular y escultor Andrea da Montefeltro, que, junto a la experta en Renacimiento Annalisa Di Maria, y la historiadora de arte Lucica Bianch, lleva años estudiando la figura del genio con un enfoque multidisciplinar con el objetivo de sacar a la luz aspectos menos conocidos de su pensamiento.
Aunque se conocen otros fragmentos en la Royal Collection de Windsor, la Biblioteca Ambrosiana de Milán, el Instituto de Francia, el Victoria and Albert Museum de Londres o la Biblioteca Real de Turín, no se sabe a ciencia cierta cuántos cuadernos dejó a su muerte. Lo que sí se sabe es que su obra escrita se la legó a Francesco Melzi y que su hijo y heredero Orazio dividió la colección y algunas de estas libretas acabaron en manos de los hermanos Mazenta hacia 1585.
El escultor Pompeo Leoni, ligado a la corte de Felipe II, se hizo con gran parte de ellas y las trajo a Madrid, aunque tras su muerte en 1608 el rastro de muchos de ellos se perdió. Fue en la década de los sesenta del pasado siglo cuando reaparecieron bajo circunstancias poco claras dos de ellos, conocidos como Códices Madrid.
Para los investigadores, su valor no reside solo en lo que contienen de manera individual, sino en el conjunto que forman los manuscritos del maestro. «Con frecuencia, los distintos códices se leen por separado, cuando en realidad dialogan entre sí: un dibujo en un manuscrito puede encontrar explicación o desarrollo en otro. Por eso el Códice Madrid no es un documento aislado, sino parte integrante de un sistema unitario que nos permite entrar de verdad en el laboratorio mental de Leonardo», destaca da Montefeltro.
El biólogo molecular mantiene que con Da Vinci la sorpresa está siempre a la vuelta de la esquina. «Nada en sus escritos está dejado al azar, ni siquiera las notas más breves», destaca. Así ha vuelto a ocurrir con el Códice Madrid II. En una de sus anotaciones, Leonardo escribe: «Se conservarán mejor si se descortezan y se queman en la superficie que de cualquier otra manera». Una indicación aparentemente secundaria que, según los investigadores, revela un procedimiento innovador: la carbonización superficial de la madera como método de preservación.
Posible invención convergente
En el Renacimiento, la madera era esencial, la base de puentes, barcos, máquinas e instrumentos musicales. El propio Leonardo refleja en el Códice Madrid su interés por todos los aspectos de este recurso. No obstante, hasta entonces, los métodos de conservación de la madera eran en su mayoría pasivos (las casas sobre pilotes venecianas, por ejemplo, se basaban en la inmersión en agua para aprovechar el entorno anaeróbico que ralentizaba la descomposición). En su manuscrito propuso una intervención activa: alterar las propiedades de la madera mediante la manipulación directa: la carbonización, que hoy se sabe que impermeabiliza el material, lo hace más resistente al fuego y lo protege frente a insectos y hongos.
El equipo de Montefeltro une este hallazgo con el shou sugi ban o yakisugi, una técnica japonesa de quemado de la madera documentada solo a partir del siglo XVIII. Los investigadores descartan la posibilidad de que Leonardo pudiera conocerla porque entre los siglos XV y XVI, Japón estaba prácticamente aislado y el yakisugi aún no se había documentado.
Antes al contrario, interpretan la coincidencia como un caso de invención convergente: dos culturas distantes que, sin contacto entre sí, encuentran la misma solución a un problema común. No obstante, los investigadores no descartan que los intercambios iniciados en el siglo XVI entre España, Portugal y Oriente pudieran haber transmitido indirectamente algunas de estas ideas.
Más allá de esta hipótesis, el equipo subraya que cada línea de los códices puede abrir caminos inesperados. «Lo que emerge de este hallazgo es, sobre todo, la conciencia de que en los manuscritos de Leonardo cada detalle puede esconder información valiosa», resume Montefeltro. Su equipo proseguirá con el estudio de estos códices, no como piezas aisladas, sino como un sistema global de ideas en el que arte, ciencia y filosofía dialogan sin fronteras.
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Celia Fraile Gil