Parecía que el nuevo libro de Andrés Trapiello sería algo así como una memoria política, dedicada a ordenar sus opiniones vertidas en columnas del diario ‘El Mundo’ y analizar la situación de la cosa pública en España. Pero no. Saliendo del Salón de Pasos … Perdidos se encuentra uno con este ‘Próspero viento‘ (Esfera de los libros) donde se reformula la crónica que el autor ha publicado durante medio siglo. Aquí Trapiello explica cómo la izquierda ha sentido peligrar su dominio del relato de buenos y malos en la Guerra Civil y las consecuencias que, como escritor, ha visto y protagonizado en los últimos años. Cuenta historias del Cavia y de sus libros… hasta su breve entrada en política por UPyD o la ‘fatwa’ que le dictó ‘El País’. De sus mítines, elige el que más sombra de fracaso le dejó, en el Foro de los Balbos cacereño, ante tres parroquianos impertérritos. Errores y fracasos dan al escritor mejor material literario, ironías cervantinas de la vida.
-¿Es un libro sobre política vivida?
-Yo no he querido hacer un libro circunstancial en nada. Está suficientemente filtrado a lo largo de todo el libro para que el lector sepa qué es lo que yo pienso. Lo único que puedo dar es una crónica personal, que se entienda el mundo en el que vivimos.
-El peso mayor del libro lo tiene ‘Las armas y las letras’ ¿Por qué?
-El legado de nuestros padres fue el miedo a repetir la Guerra Civil. Porque si se hablaba de la guerra había que hablar de todo. Y todos cometieron en la guerra verdaderas tropelías. Y esto ha sido así hasta que llegó Zapatero. La izquierda había perdido la guerra pero se había quedado con el relato. Cuando llega la Transición, unos renuncian al poder, la derecha, otros renuncian a la venganza, la izquierda. Y funciona. Pero aparece ‘Las armas y las letras’ que llama la atención a cierta izquierda: vais a perder el relato porque lo que habéis contado es mentira.
-Decían, según leo en ‘Próspero viento’, que los escritores más importantes de España se habían puesto del lado de la República.
-Yo demostraba que eso es mentira al rescatar a tantas figuras de comparable calidad en el otro bando. Y a los ecuánimes. Zapatero se da cuenta: «Hemos perdido la guerra, vamos a perder el relato». Y la única manera de no perder el relato era resucitar la guerra. Y en eso está, y hay gente que se lo compra.
-Habla de la tercera España a la que los extremos aniquilaron entonces. Hoy han vuelto la batalla cultural y el sectarismo. ¿Igual a un lado y al otro?
-El hombre culto de izquierdas en general es más agresivo. Parece que él solo detenta la verdad. El de derecha es más respetuoso. Generalizando. Yo lo que he visto en cincuenta años es que cuando la izquierda llega a los sitios se aposenta. Y echa a todos los demás. Y cuando la derecha gana, en vez de desplazarlos, los mantiene, porque la derecha ha considerado que la cultura es un florero.
-Publica aquí los prólogos sucesivos de ‘Las armas y las letras’. La izquierda cada vez lo recibía peor, son como un sismógrafo de una intolerancia.
-La izquierda recibió la primera edición con un poco de indiferencia. Se estaban empezando a publicar muchas historias de la guerra y de la posguerra y del exilio poco honorables para la izquierda, y estaban un poco noqueados. Y la poca derecha culta recibió el libro con bastante simpatía. Por primera vez se decía que algunos de los suyos estaban bien, que Neville y Berlanga no son inferiores a Buñuel. Que Cunqueiro, Foxá, Sánchez Mazas, Torrente Ballester, Manuel Machado, son grandes escritores. Que está muy bien María Zambrano, ¿cómo no?, pero su maestro, Ortega y Gasset, no está peor.
-Y le acusaron de equidistancia.
-Eso es, pero no es que sea equidistante. Yo no estoy en medio del comunismo y del fascismo, me enfrento a ambos. Chaves Nogales no está en medio, está frente a los dos. Y eso es lo que tienes que entender, que no es ni comunista ni fascista. Mi libro puso en circulación a Chaves, que es el epítome del hombre ecuánime. Sin renunciar a nada de lo que era: un republicano que entiende que la República, el 19 de julio, es un régimen fallido. En el momento que empiezan los saqueos y las checas de Madrid ya no puede garantizar la seguridad ni la libertad de los ciudadanos. Y entonces él se va.
-Se quiebra el relato…
-Es que la gente no lo sabía, porque les estaban diciendo todo el rato que la República era un régimen luminoso, lo decía Zapatero. ¿Luminoso? Si en 1936, con el Frente Popular, asesinaban todos los días a tres o cuatro personas en Madrid, y en los tres primeros meses de guerra civil, hay entre 8.000 y 12.000 asesinados en la capital, y algunos dicen 18.000.
–También tiene mucho peso en el libro su investigación del atentado contra la Falange de Cuatro Caminos, que contó primero en una crónica apegada a los documentos y hechos y después en una novela. ¿Por qué?
-Conté con toda la honestidad posible el primer caso, es decir, el de las víctimas y los victimarios, en el que en general no queda bien nadie. Hay comunistas a los que si no los mata la policía los mata el partido. Y la policía torturaba a mansalva. Había una ciudad de más de un millón de habitantes que vivía de espaldas a todo esto, que no querían volver a oír hablar de la guerra. Lo decía muy bien Cansinos en sus memorias: «El problema de Madrid es que los vencedores solo viven un poco mejor que los vencidos», llevaban la misma vida miserable. Luego sentí que necesitaba contarlo en la ficción para completar el relato. Soy escritor de vocación cervantina, creo que la novela debe contar sucesos más o menos desdichados para gentes felices, los ‘Happy Few’ de Stendhal. La novela está para buscar el sentido que no tiene la vida. En la novela todo cuadra y lleva a un final, si no enteramente, más o menos feliz.
-Esa novela fue prohibida en ‘El País’, usted lo llama la ‘fatwa’.
-Lo más llamativo es que algo así procede de personas que se presentan como moralmente intachables. Y superiores. Y es más triste en este caso porque Jordi Gracia ha sido un buen amigo. Sale en muchos libros míos, una de las personas que más y mejor ha tratado mis libros. Pero me dijo que no saldría nada. Le pregunté: ¿y si te doy algo bueno, El Quijote? Tampoco. Por suerte estaba Miriam, fue testigo. Hay un testigo y sobre todo hay una constatación. Que se ha cumplido la ‘fatwa’.
-No hay ecuanimidad en ello.
-Por eso hablo de Gil de Biedma. No tengo nada en contra como poeta, aunque hay decenas de poetas que me interesan más. Pero es que el mismo día que el Ministerio de Cultura cancelaba los contratos con Plácido Domingo por acusaciones que nunca se sustanciaron, el Cervantes hacía un homenaje a este poeta que se confiesa en obra póstuma pederasta y maltratador en Filipinas. Y días después el gobierno concedió nacionalidad a un pianista británico maltratado en la infancia. El mismo que hace las leyes las infringe, esto es de autócratas. Y señalan y cancelan al que denuncia la arbitrariedad. Y son los mismos que critican a Foxá, por ejemplo, sin haberlo leído. Me parece terrible.
-Nunca critican al que sienten como uno de los suyos.
-En general, no será porque la gente es cobarde. Hay quien dice que los escritores de izquierda son cobardes. En cierto modo puede ser verdad. Yo creo que hacen mal los cálculos. Si son cobardes es porque temen perder. Y temen perder porque tienen poco que perder. Porque son poco.
-El libro muestra que no se rinde, ni calla. Lo titula ‘Próspero viento’, expresión que saca de Cervantes.
-Hemos tenido prósperos vientos y vientos adversos. Hasta aquí me ha traído mi idea de la vida, por eso no entiendo que la gente se victimice tanto. Eres lo que eres porque tienes una trayectoria y hay que asumirla. Soy una persona muy solitaria. Escribo libros y lo hago no porque esté solo, sino para estar solo.