Que en los ventrículos del periodismo llegue a latir la poesía es algo más común de lo que pensamos. No sólo en el pasado hubo grandes poetas ejercientes del periodismo. Esa es una tradición viva que se renueva, y lo demuestra Bruno Pardo Porto ( … O Grove, Pontevedra, 1992), reportero cultural y columnista de ABC que acaba de publicar ‘El rumor de la ceniza’ (Reino de Cordelia), su primer libro de poemas, con el que obtuvo el premio Cáceres de Poesía este 2025.
En un periódico de poetas, como este, también se cultiva la literatura. Hace falta un corazón ‘partío’ que permita al periodista poner la pausa al mundo, apagar la actualidad, escuchar de otro modo. A veces más sombrío y otras con mirada humorística sobre cosas serias. Y Bruno Pardo lo hace.
—¿Cómo nació ‘El rumor de la ceniza’?
—A Abdulrazak Gurnah, el premio Nobel, le oí decir en México que no se elige lo que se recuerda. Estoy completamente de acuerdo. Tampoco se elige del todo lo que se escribe, o el lugar en el que naces. Pero la única libertad que te queda al final es elegir recordar o no y escribirlo o no.
—Así que, ¿por qué nació?
—Supongo que por el impulso de escribir, un impulso que no llego a entender del todo, pero al que te entregas.
—Pero ese ejercicio de libertad parece de renuncia en su caso. Lo borrado, lo perdido, lo que ya se fue, alimentan el rumor de la ceniza.
—El drama desde el principio de la historia de la humanidad, y de la literatura también, es que cuando ocurren las cosas no tienes palabras para nombrarlas y solo cuando las pierdes consigues esas palabras. Y si jugamos con la imagen del fuego, al fuego solo lo puedes tocar cuando ya es ceniza. Esa distancia es inevitable y hasta preferible porque no se puede escribir en directo. Ni siquiera los periodistas escribimos en directo.
—¿Cómo se lleva el poeta con el periodista?
—Pues mal. Si haces caso a Umbral, que decía que para escribir una columna había que sacrificar una noticia, un ensayo y un poema… Pues ir sacrificando poemas por la vida para escribir columnas es un poco trágico. No creo que se pueda hacer periodismo con el espíritu de la poesía pero al final son dos trabajos que tienen que ver con la palabra. En las columnas hay un componente muy lúdico de juego con el lenguaje. Sí que hay una parte de mí que se divierte de forma similar a veces, sobre todo en los poemas más lúdicos.
Poesía en español
«La poesía sucede en el lenguaje y leer un poema traducido me gusta pero es como escuchar un concierto desde lejos»
—¿Entonces sí están conectados?
—Sí hay algo en común, sobre todo entre la columna, la crónica y el poema, es que la mirada se entrena y que tú tienes que abrir la mirada al asombro y creo que es muy difícil escribir poesía sin esa mirada abierta al asombro y al juego y a la travesura también.
—Es que su mirada irónica, lúdica, humorística, vive en el libro y juega con la tradición. Lo de Sísifo, lo de Adán…
—Si la escritura no es juego… Esto de que la escritura es sufrimiento no sé quién lo dijo, pero puede ser una de las mayores sandeces de la historia de la literatura. Y el tema del juego con la tradición tiene que ver con Calasso. Cuando lees a Calasso te das cuenta de que los mitos no sucedieron sino que están sucediendo en presente, constantemente, que son moldes donde ocurren las historias. Se puede hacer cualquier cosa con un mito. La única forma de que el mito sea mito y por tanto eterno es que siga ocurriendo.
—Sísifo se sienta sobre la piedra y se le marchitan las flores. El hueso de Adán es la costilla fértil donde crece la hierba. A Hamlet le es más fácil morirse que conciliar el sueño…
—La tradición es como un niño pequeño, si no juegas con él se aburre y se muere. Lo creo profundamente. La tradición no es algo que me guste adorar sino algo con lo que me encanta jugar.
—¿Ese juego es también familiar al periodismo?
—Hay un punto de introspección, una intimidad de la poesía que si la vuelcas en el periodismo te conviertes en un imbécil o un exhibicionista, pero sí que creo que hay un punto del juego con el lenguaje que hoy es más raro que antes y que resulta más compatible. Si lees columnistas del siglo XX sí que juegan mucho más con el lenguaje, con las imágenes, que hoy, que parece que la norma dicta otra cosa.
—Si la poesía nos pone en relación con otras realidades, con el lector, ¿qué tipo de red social sería?
—Como lector, la poesía te acerca más íntimamente que ningún otro género a otra alma o a otra experiencia. En ese sentido es la red social más profunda porque implica una comunicación más íntima, incluyendo tus relaciones personales con la vida. Cuando lees un poema y una experiencia del poeta te toca muy profundamente, sientes una conexión estrecha con él que no tiene nombre, que no podemos llamar amistad pero se parece a la amistad, que no puedes llamar amor pero se parece al amor. Es una red social porque teje un mapa de afectos. A mí es lo que mejor me ha permitido entender los afectos humanos.
—¿Tiene en cuenta al lector?
—Soy una persona muy tímida. A lo mejor la poesía es un ejercicio de los tímidos. Cuando estoy escribiendo intento darle una forma concreta a una obsesión inconcreta. Yo no pienso en el lector pero luego me doy cuenta cuando termino el poema de que hay ahí una intimidad volcada que jamás compartiría de ninguna otra forma que no fuera con el poema. Es un exhibicionismo moderado, porque no creo que los poemas sean confesionales en el sentido diarístico del término. Pero sí que hay una serie de sentimientos profundos que no he compartido con nadie más que con el lector de ese poema.
—¿Ni con usted mismo previamente?
—Muchas veces descubres lo que sientes y lo que piensas mientras estás escribiendo. La escritura es una forma de conocimiento también. Creo que la música y el lenguaje te llevan a sitios donde no llegarías de una forma racional. Y el impulso del poema a veces te hace acabar en sitios que tú ni conocías.
—¿De la oscuridad que late en sus poemas, la de la ruina, la pérdida, el afecto por los fantasmas, qué puede decir?
—Eso tiene que ver con que me gustan mucho los cementerios. Sobre todo donde no tengo familiares muertos.
—¿Por qué?
—Hay un silencio propio de los cementerios que se parece al de una iglesia vacía, que te lleva a sitios muy lejanos al ruido de la ciudad. Y me gusta mucho ver los nombres e imaginar quién sería este tipo… En el último que estuve en Coruña, descubrí la tumba de Pombal. No sabía que estaba en aquel cementerio, simplemente entré porque estaba al lado del mar y creo que los cementerios con vistas al mar son los mejores.
—Ahí entra también lo de Hamlet.
—Es que en un cementerio, aunque es un lugar más silencioso, es imposible dormir. Una idea absurda pero… está la culpa, también en varios poemas.
—¿Pero no parece que se entierren las culpas en la poesía, no?
—No, pero la culpa es un tema interesantísimo porque, ¿qué recuerdo más vivo que la culpa? La culpa no deja de ser un recuerdo que te está quemando por dentro y en este libro sobre la memoria no hablar de la culpa sería eliminar una gran parte de la memoria humana.
—¿Qué autores le interesan o le han influido más?
—Me encanta Wisława Szymborska, que tiene tanto humor, como en ese verso que pide perdón a las guerras lejanas por traer flores a casa. Y Valente, Brines, García López, Luis Rosales, Gradolí, Costafreda, ¡y Juarroz!, tantos.
—Todos ellos autores en español, salvo Szymborska.
—Sí, porque la poesía sucede en el lenguaje y leer un poema traducido es como escuchar un concierto desde lejos. Me gustan muchos autores en otras lenguas, pero no es lo mismo.