«Seismil» no es lo mismo que «seis mil». Hacerse un seismil es ascender a una cima pequeña pero exigente: suficiente para que duela la respiración, pero suficiente para ver el mundo desde otra altura. Seis mil, con espacio, se refiere al número. Las palabras cambian, y Laura C. Vela escribe desde la altitud.
Desde la publicación de ‘Seismil’ (Niños gratis*), el libro ha generado atención en librerías, medios, y redes sociales, y con razón: la obra ha provocado un debate sobre cómo narrar experiencias traumáticas y reflexionar sobre la violencia estructural. Sabina Urraca, su editora, se fijó en Laura C. Vela en uno de sus talleres de escritura. Laura, sin embargo, no podía continuar en el curso. Sabina intervino de inmediato: «Laura, he estado pensando y me gustaría que continuaras el taller». Le ofreció continuar de forma gratuita, pero Vela quiso, al menos, pagarle de forma simbólica. Mantuvieron entonces el contacto para que Laura pudiese encontrar las palabras adecuadas para escribir ‘Seismil’. El libro evita tanto el sensacionalismo como el mero testimonio; lo que ofrece es un espacio donde el dolor se nombra y se piensa. Sobre todo, se nombra.
Durante un tiempo, Laura C. Vela decidió desaparecer de los focos. «Estuve muy enfadada y quise dejar de dar entrevistas», admite, recordando la frustración con la que veía cómo las preguntas sobre ‘Seismil’ se centraban en lo personal más que en lo literario. Los titulares, las entradillas, desvelaban demasiado y, a menudo, lo hacían de manera morbosa y amarillista, muy alejada del tono del libro. «El libro no es un suceso, una noticia, un titular… hay un trabajo artístico detrás y una persona», insiste. A veces, dice, se encuentra con entrevistas en las que no se reconoce. Pero publicar, reconoce, siempre implica exponer la obra. «Ya no es solo tuyo, lo has entregado para generar una conversación. Cuando sale algo que me horroriza pienso: ‘ya aparecerá otra cosa en internet y esto quedará sepultado’».
El relato de lo vivido en ‘Seismil’ se muestra de manera cruda; pero también se desliza a través de fragmentos, silencios y metáforas. La literatura, explica, le ofreció algo que otros lenguajes no podían dar: la posibilidad de nombrar lo invisible, de sostener la experiencia sin necesidad de mostrarla en detalle. «Cuando una víctima de violencia sexual relata su experiencia, puede hacerlo de forma distinta al cabo de los días, o añadir detalles que al principio no recordaba… Escribir me permitió dar forma a algo que no se puede mostrar en una imagen o en un dato, porque no es solo un suceso, es mucho más», dice. «Para mí lo vivido sí aparece de forma cruda, quiero decir, tal y como lo pienso, sin edulcorante ni metáforas, lo que pasa es que está atravesado por fragmentos y silencios porque las experiencias traumáticas suelen ser así, y porque tampoco me interesaba el detalle, la trama, el morbo… sino transmitir la experiencia, la sensación, la vida…»
El equilibrio entre lo íntimo y lo político no es una fórmula clara, ni un manual de instrucciones. Es más bien un movimiento pendular, una oscilación entre la herida personal y el reconocimiento de que ese dolor pertenece también a una estructura. «Desde el momento en que ocurre la violación, me sentí aislada y distanciada de todo lo que me rodeaba… Y me di cuenta de que no era casual: forma parte de una estructura que busca que no hablemos, que no encontremos complicidad».
El relato permitido
Cuando algunos lectores lo llaman «valiente» o «necesario», la autora se encoge un poco: agradece el gesto, pero sospecha de la etiqueta. «Me da pena porque esos elogios hablan poco del tono, de la forma del libro, de mi escritura… y me parece que muchas veces hay cierto paternalismo». Quizá sea inseguridad, quizá una intuición certera. En cualquier caso, Seismilse resiste a ser reducido a adjetivos que lo simplifiquen.
El nacimiento de ‘Seismil’ fue debido a un ejercicio inspirado en ‘Me acuerdo’ de Joe Brainard desencadenó recuerdos y palabras atravesadas por el trauma. «Me fue imposible escribir un ‘Me acuerdo’ de mi adolescencia que no estuviese atravesado por el trauma y sus consecuencias. A partir de ahí se desató algo, y poco a poco fui escribiendo más», cuenta. Pero no era la escritura lo que le daba miedo: era publicar.
«Escribir es dialogar con las voces de otras, una forma de pensar mientras escribes. Es un acto creativo, exigente y muchas veces doloroso, pero no da miedo: da alegría. Lo que da miedo es publicar. Mis lectoras ya no iban a ser solo Sabina, Paz y Weldon, sino cualquiera que agarrase el libro. Incluida mi familia, las personas atravesadas por mi historia… Me daba miedo que no entendieran por qué necesitaba escribir aunque conllevase exponerlo todo así», confiesa. «Lo escribí pensando, honestamente, que solo lo leería Sabina y que se quedaría en algo entre nosotras», recuerda. Esa confianza convirtió la escritura en un espacio seguro, donde las palabras brotaban sin plan: algunas aparecían tras leer un texto, otras surgían de recuerdos, de cosas que le sucedían, incluso de instantes de la vida cotidiana. Lo más difícil, confiesa, no fue decirlo, sino después leerlo.
Laura C. Vela sigue sorprendida de que aún haya quienes cuestionan su legitimidad literaria. «Con la de libros híbridos, fragmentarios, diarios fascinantes… algunas personas dicen que ‘Seismil’ no es un libro, que no pueden valorarlo literariamente y que todo el foco vaya a una única parte de la trama. Sé que puede gustar más o menos, pero aún somos súper conservadores», reflexiona. Para Laura, el libro es sobre las palabras. «Algunas palabras, las que nos pesan, se repiten constantemente dentro de la cabeza… hasta que no encontramos esas otras palabras que aligeran, no se van y nos hacen daño. ‘Seismil’ es también la historia de una reconstrucción, del camino hacia esas palabras que nos reconstruyen, para mandar a la mierda todas las otras», explica.
A lo largo de la vida de Laura, algunas palabras se han vuelto territorio de estudio: «llamar la atención», «gustar», «hacer daño». Vela recuerda cómo fueron las primeras que escuchó su colegio supo lo que había ocurrido. Tenía apenas trece o catorce años, y entonces no podía ponerlo en contexto. Hoy reconoce que son reflejo de un machismo estructural: «Hasta hace poco, todo el relato estaba basado en el relato de los hombres. Y controlar el cuerpo de las mujeres empieza por controlar su relato», dice.
La relación con la mirada ajena aparece de forma repetida: la profesora del colegio se convierte en un personaje construido, una mezcla de percepción externa y memoria íntima. «No me sorprendió encontrar diferencias en nuestros relatos… construimos la imagen de la persona con lo que esta nos va dando y lo rellenamos con el bagaje que tenemos», explica. Para Laura, esa tensión entre la percepción de otros y la propia voz es un territorio fascinante: todos nos hacemos imágenes de los demás y empezamos a relacionarnos con esos fragmentos.
En ‘Seismil’, entonces, las palabras no son inocentes. Lo íntimo se expande en plural, en capas, en contrapuntos. Lo que queda tras su lectura no es la épica del testimonio ni el impacto de un suceso contado en bruto, sino la respiración entrecortada de quien asciende un seismil: un esfuerzo íntimo que se vuelve compartido.
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