Si se mira con un poco de perspectiva y hasta guiñando ligeramente los ojos por aquello de la presbicia, alguien podría pensar que algo raro pasa en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. De entrada, contando ésta, las tres últimas conchas de oro han sido españolas. Y bastante españolas. No diremos mucho porque en los años anteriores hubo sobrada coproducción. El dato es inaudito si se toma uno la molestia de comparar con cualquier certamen que presuma de la I de internacional. La propia programación de este año, en el que cada día había reservado un lugar de honor para una película española, despistaba. La justificación oficial es que el momento es innegablemente bueno y que, por tanto, el festival que mide la temperatura de la producción patria como ningún otro no podía por menos que hacerse cargo de la bonanza. El argumento es discutible y hasta incomprensible cuando se le explica a un francés, pero por lo menos está razonado.
Si a todo lo anterior se añade el detalle quizá banal, pero chocante, de que el premio mayor de la edición del año pasado se fue a una película, Tardes de soledad de Albert Serra, que es un canto entusiasta y desangrado al misterio de la tauromaquia, y éste se va a parar a manos de un drama familiar que asiste atónito a la Conversatio morum suorum de la hija mayor (es decir, que la chica se nos hace monja de clausura), podríamos decir que el furor que ha cundido por lo carpetovetónico a los pies del Monte Igueldo es digno de estudio. No solo se premia casi en exclusiva el cine español, sino que se premia el cine español de toros y monjas. Faltan don Pelayo y el fútbol, pero todo se andará.
Sea como sea, Los domingos, de Alauda Ruiz de Azúa, fue la película que el jurado presidido por Juan Antonio Bayona elevó a los cielos (me temo que las metáforas eclesiásticas salen solas). Y poco se puede objetar. Algunos habrían preferido reservar el lugar más alto del altar a Historias del buen valle, de José Luis Guerín, pero ésta, al fin y al cabo, ocupa el segundo puesto en importancia al lado del sagrario, el Premio Especial del Jurado, y, en consecuencia, algo de la gloria eterna le toca. Por lo demás, el último trabajo de la directora de Cinco lobitos y la serie Querer propone todo un reto al espectador. Y lo hace con su cine siempre transparente, iluminado y tan calmado por fuera como tumultuoso por dentro. De repente, una joven de colegio concertado y futuro prometedor (brillante descubrimiento el de Blanca Soroa) toma la decisión de huir de todo para abrazar el Todo. Se hace monja de clausura, decíamos. La bomba que explota sobre la mesa de una familia que cada domingo se reúne para comer es la misma que detona en la mirada de la audiencia.
Y surgen las preguntas. ¿Tiene sentido que la Iglesia haga proselitismo (captación lo llaman) entre menores? o, desde el lado contrario, ¿cómo se discute un sentimiento a la que dice poseerlo por muy naif y hasta estúpido que pueda parecer desde fuera? El trabajo de una directora que se define ella misma atea resulta admirable en su vocación de abrir puertas, de escuchar cada una de las voces sin interferencias, de entregar un cine pautado, claro, siempre alerta. Hay objeciones que hacer, eso sí. En su afán de mantenerse a distancia de unos y otros, la película peca de un exceso de cautela y hasta demuestra una inquina no justificada por el único personaje (encarnado por Patricia López Arnáiz como la tía descreída de la novicia) que opta por la razón (como si el buen juicio fuere una posibilidad más. Hasta ahí hemos llegado). Son tantas las preguntas y tantos los asombros que Los domingos levanta a su paso que pocas películas este año tan de obligado cumplimiento para, según el grado de fe, amar, respetar o abjurar de ella. No hay manera de mantenerse agnóstico. Una Concha de Oro como dios manda o, ¡por dios bendito, qué preciosa Concha de Oro!, como se quiera.
Y luego está Historias del buen valle que es, en efecto, el milagro que faltaba a tanta eucaristía cinéfila. José Luis Guerín confecciona en el barrio de extrarradio barcelonés de Vallbona un western de frontera en el sentido más heterodoxo, arrebatador y profundo. La vida de los pobladores de este enclave entre lo rural y lo urbano, donde coexisten las casas de los primeros migrantes que llegaron tras la posguerra con los nuevos bloques de la ciudad dormitorio destinada a la nueva migración, es el argumento de un ejercicio de cine pleno con una mirada no solo humanista, que también, sino esencialmente moral, urgente, plena, poética y política. Es cine que mira a la sociedad, que no necesariamente social. Es cine consciente, que no aleccionador. Es cine que sin renunciar ni a alegría ni al dolor, no se permite acercarse siquiera al cruel espectáculo de la desolación. Amén.
El resto del palmarés cumplió, cumplió con el despiste general de una edición marcada por muchos factores. En primer lugar por las protestas en contra del genocidio en Gaza que no faltaron ni un solo día. Tampoco en la jornada de clausura. El premio del público fue para La voz de Hind que se hizo con el galardón tras obtener la puntuación más alta de la historia entera del festival. La cinta de la tunecina Kaouther Ben Hania cuenta el asesinato por el ejército israelí de una niña de cinco años sucedido el 29 de enero de 2024. Y lo hace desde la sala de urgencias que atendió la llamada. Tras arrasar en sentido literal en Venecia volvió a hacerlo en San Sebastián. El actor Motaz Malhees subió al estrado y el mundo se vino abajo. Emocionante.
Estábamos con el resto de los premios y los múltiples factores coadyuvantes. Sin duda impelidos por el secarral de obras importantes que ha sido la sección oficial, el jurado hizo malabares y algún que otro plato fue al suelo. Que Six jours ce printemps-là(Seis días de primavera), del belga Joachim Fosse, se llevase los premios de la dirección y el guion (lo firma el propio director, Chloé Duponchelle y Paul Ismael) resulta cuanto menos desconcertante. El director hizo casi pleno con una de sus películas menos relevantes. Vibrante, emotiva y ligeramente turbia pero muy lejos de las energía arrolladora de cintas como Perder la razón, Los caballeros blancos o Un amor tranquilo. Como diría el refranero, que venga dios y lo vea.
También se antojó extraño que Maspalomas, de José Mari Goenaga y Aitor Arregi, se tuviera que conformar con la mención al protagonista (por cierto soberbio en su desnudez de excusas, tabúes y gestos aprendidos) José Ramón Soroiz que compartió el premio con la china Xiaohong Zhao por Her Heart Beats in Its Cage (Su corazón late en su jaula), de Xiaoyu Qin. Nótese que esta última se interpreta a sí misma en una película que cuenta su propia y más íntima vida después de diez años de prisión por matar a su marido maltratador. Por lo demás, Camila Plaate se llevó la mención a la intérprete de reparto por su trabajo como víctima del machismo judicial y del otro en Belén, de Dolores Fonzí, y nada más justo. Ella es la protagonista sin duda. El premio compensa el mayor error de una cinta tan centrada en el heroísmo de la abogada que abrió el camino a la aprobación de la ley del aborto en Argentina que se olvida por momentos de lo más importante: el dolor de los que sufren. Y así, unos premios de interpretación sin mancha ni pecado.
En resumen, de seguir por la senda de la hispanidad furiosa en la que estamos (hasta Los tigres, de Alberto Rodríguez, entraron en el palmarés en el apartado de fotografía para Pau Esteve), puede ocurrir que el buen estado del cine español acabe con lo más genuino, su internacionalidad, del más importante de los festivales españoles. Ni el misterio de la santísima trinidad se antoja tan contradictorio.
PALMARÉS DE LA EDICIÓN 73 DEL FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN
Concha de Oro.Los domingos, de Alauda Ruiz de Azúa.
Premio Especial del Jurado. Historias del buen valle, de José Luis Guerín.
Dirección. Joachim Lafosse por Six jours ce printemps-là.
Guion. Joachim Lafosse, Chloé Duponchelle y Paul Ismael por Six jours ce printemps-là.
Protagonista. José Ramón Soroiz, por Maspalomas, de José Mari Goenaga y Aitor Arregi; y Xiaohong Zhao, por Her Heart Beats in Its Cage, de Xiaoyu Qin.
Intérprete de reparto. Camila Plaate por Belén, de Dolores Fonzi.
Fotografía. Pau Esteve Birba por Los tigres, de Alberto Rodríguez.