‘Matate, amor’ —léase con acento argentino y tono mordaz— fue el debut literario de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1979). Publicada en 2012, esta novela breve y furiosa causó sensación por su retrato radical de una mujer al borde del colapso tras el nacimiento de … su primer hijo. Regresa ahora a las librerías con motivo de su adaptación cinematográfica, protagonizada por Jennifer Lawrence, cuya imagen encabeza la nueva edición de Anagrama.
Diez años después de su aparición, el título se incluyó en la ‘Trilogía de la pasión’, un volumen que, junto con otros dos libros de la autora escritos en la misma época, aborda temas espinosos: la maternidad conflictiva, el desequilibrio mental, el deseo de transgresión.
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Autora
Ariana Harwick -
Editorial
Anagrama -
Año
2025 -
Páginas
152 -
Precio
18,90 euros
En el prólogo, Harwicz explica que escribió ‘Matate, amor’ con ánimo de venganza y en una especie de estado sonámbulo. El resultado fue un texto en el que, aunque le costaba reconocerse, decidió no cambiar ni una coma. La fuerza de estas páginas, dotadas de una belleza oscura y embriagadora, reside precisamente en su naturaleza salvaje.
Narrada como un monólogo interior errático y fragmentario, la novela describe la zozobra de una mujer de origen argentino —una Mrs Dalloway con trauma y tragos de más— que vive en la Francia rural con su marido y su bebé. Se siente doblemente atrapada. Por un lado, aislada en una casa cochambrosa con una criatura que le absorbe todo el tiempo. Por otro, acechada por un entorno hostil que incluye animales de toda calaña. Siempre a punto del desbordamiento, transforma su rabia en un lenguaje crudo y feroz.
Su mayor valor reside en la voluntad de explorar con libertad lo que otros no se atreven ni a pensar
Su único refugio es el bosque y un ciervo que habita allí, al que, en su enajenación, la protagonista considera un espejo de sí misma. En ella, la depresión posparto se combina con alcohol e impulsos destructivos cargados a menudo de erotismo. La conexión sexo-muerte, llevada con frecuencia al paroxismo, ofrece algunos momentos de comicidad.
Realidad y fantasía se confunden en una voz narrativa de fiabilidad dudosa. El desconcierto ahonda la incomodidad en los pasajes más perturbadores, cuando la protagonista expresa su aversión por el niño, busca sexo de manera frenética o muestra su tóxica relación de pareja. Su marido parece más interesado en disfrutar de su voluptuosidad neurótica que en comprender sus quejas. Aunque ella, siempre desquiciada y excéntrica, tampoco facilita la identificación del lector, al que tanto desenfreno puede llegar a anestesiar. A cambio, resulta estimulante el desafío que le propone al explorar esos límites.
El poder subversivo de esa voz llegó a traspasar los límites de la ficción. Estas páginas se usaron como prueba de la supuesta incompetencia maternal de Harwicz en el juicio de custodia con su exmarido. Leer una obra como confesión personal equivale a no comprender qué es la literatura. ‘Matate, amor’ se escribió desde la rabia, pero también desde un afán provocador que parece confirmar que sus excesos forman parte de la experimentación creativa. Ahí reside su mayor valor: la voluntad de explorar con libertad lo que otros no se atreven ni a pensar.